Recordar hacia ma?ana
El verdadero liberalismo est¨¢ tan en crisis como la socialdemocracia. No se ha enterado de que la mayor amenaza a la autonom¨ªa del individuo reside hoy en la debilidad de la democracia frente al poder financiero
No se puede echar un remiendo a la socialdemocracia -como muchos tratan de hacer- sin tener en cuenta una consideraci¨®n previa: la socialdemocracia no es una ideolog¨ªa, sino una adaptaci¨®n a la coyuntura. En un momento y un lugar muy concretos -Europa Occidental despu¨¦s de la II Guerra Mundial- se trat¨® de incorporar el principio rector del socialismo, la idea de igualdad, al r¨¦gimen de democracia liberal y la econom¨ªa de libre mercado. Esto significa que la socialdemocracia es, en s¨ª misma, liberal por los cuatro costados: nace en el sistema liberal, se siente c¨®moda en ¨¦l y no aspira a destruirlo -ni pol¨ªtica ni econ¨®micamente-, sino a corregir sus injusticias dentro del marco institucional. As¨ª fue durante las tres d¨¦cadas que dur¨® su edad de oro, aquellos a?os en que la simbiosis de socialismo y liberalismo pareci¨® de un sentido com¨²n tan apabullante que hasta los conservadores brit¨¢nicos constru¨ªan vivienda protegida.
?Por qu¨¦ los liberales no denuncian el despotismo de los verdaderamente poderosos, los 'mercados'?
La actual debilidad del Estado no implica una mayor libertad individual. Es lo que denuncia el 15-M
Por tanto, cuando se aboga por una "socialdemocracia liberal", como hizo Daniel Innerarity en estas p¨¢ginas (EL PA?S, 1 de junio), en el fondo se nos propone que a la ecuaci¨®n socialdem¨®crata (socialismo + liberalismo) le sumemos m¨¢s dosis liberales, con un resultado perfectamente defendible, pero para una reflexi¨®n sobre... el liberalismo. El autor pide a la izquierda que "no quiera introducir la justicia por medio de la redistribuci¨®n estatal sino mediante la creaci¨®n de una mayor igualdad de oportunidades", y que aspire a "un Estado con el poder m¨ªnimo e indispensable", pero obligado a "cuidar activamente de que todos los ciudadanos puedan comerciar libremente en los mercados". Todas ellas se me antojan excelentes ideas para los neoliberales, aunque dif¨ªcilmente se pueden plantear como salida a la socialdemocracia cuando no contienen la menor preocupaci¨®n social, salvo por esa alusi¨®n a la igualdad de oportunidades, que, como se logra mediante la educaci¨®n p¨²blica universal, necesita un Estado preocupado de algo m¨¢s que el comercio.
La reflexi¨®n, insisto, me parece no solo leg¨ªtima, sino sobre todo pertinente: la tribulaci¨®n ideol¨®gica en las filas de la izquierda es enorme, pero no llega a nublar por completo la crisis en que tambi¨¦n se hallan sumidas las ideas liberales, secuestradas por un fanatismo que amenaza con devolvernos a un capitalismo de tintes premodernos.
Si algo pueden presentar los liberales en su hoja de servicios a la humanidad es su oposici¨®n a la concentraci¨®n de poder y su alta sensibilidad para detectar todo tipo de despotismos en distintos momentos de la historia. Que la burgues¨ªa incipiente se opusiera al poder del Estado y las trabas econ¨®micas gozaba de toda l¨®gica en la ¨¦poca, pero resulta llamativa la obcecaci¨®n contra la supuesta opresi¨®n econ¨®mica de los Estados, cuando los estamos viendo acogotados por las exigencias de un poder financiero cuya felicidad requiere m¨¢s dolor y menos derechos para el ciudadano.
Puede concederse que, hacia el interior, los Estados acumulan un poder no siempre empleado con racionalidad y eficiencia. Hacia fuera, en cambio, hacia el ancho mundo, su impotencia resulta clamorosa en estos tiempos de crisis. Y algo debe de estar fallando en la sensibilidad liberal cuando desde sus filas se alzan pocas voces denunciando que la mayor amenaza a la autonom¨ªa del individuo y al autogobierno reside hoy en la nulidad de los poderes democr¨¢ticos para someter al poder financiero. No otra cosa afirmaba un ilustre liberal como Hayek cuando dej¨® escrito en Camino de servidumbre: "Lo que necesitamos y cabe alcanzar no es un mayor poder en manos de irresponsables instituciones econ¨®micas internacionales, sino por el contrario, un poder pol¨ªtico superior que pueda mantener a raya los intereses econ¨®micos y que, ante un conflicto entre ellos pueda mantener un equilibrio porque ¨¦l mismo no est¨¢ mezclado en el juego econ¨®mico".
En efecto, acabar con esa cooptaci¨®n del poder pol¨ªtico por parte del econ¨®mico resulta m¨¢s urgente que la necesidad de un Estado m¨ªnimo, incluso desde un punto de vista liberal. Si Hayek prefiere la superioridad del poder pol¨ªtico es porque conoce los riesgos de unos mercaderes demasiado poderosos y poco preocupados de las consecuencias sociales de sus actos algo, por cierto, que ya anot¨® Adam Smith con iron¨ªa: "Las personas que se dedican al comercio rara vez se re¨²nen sin que su conversaci¨®n gire alrededor de c¨®mo conspirar contra el p¨²blico o en maquinar sobre c¨®mo subir los precios". Si el Parlamento brit¨¢nico pudo discutir en 1795 una propuesta de ley de salarios m¨ªnimos utilizando a Smith como fuente de autoridad, fue porque ¨¦l hab¨ªa dejado claro que los comerciantes se ocupan de sus negocios y el Estado de otras cosas. Nos lo recuerda Jos¨¦ Mar¨ªa Lassalle en Liberales, un imprescindible compendio de la virtud c¨ªvica del liberalismo cl¨¢sico, consciente de que "los empresarios pretend¨ªan sustituir al Estado, transformarlo en una especie de compa?¨ªa mercantil gobernada por ellos, corrompiendo el inter¨¦s general hasta hacerlo particular".
La crisis bancaria reivindica aquel liberalismo visionario: los activos t¨®xicos ideados por los genios americanos de las finanzas han resultado ser una conspiraci¨®n contra el p¨²blico. Pero no solo: las propias entidades financieras, con su furibunda oposici¨®n a una supervisi¨®n estatal y a una regulaci¨®n de su actividad -reflejada fielmente en Inside Job-, se encaminaron triunfantes hacia su ruina. Por encima de todo, no obstante, el gran inconveniente de los mercados es que su poder no es democr¨¢tico. Y aqu¨ª s¨ª creo que el liberalismo y la socialdemocracia pueden encontrar un amplio trecho que recorrer de la mano. A ambos les deber¨ªa preocupar la hegemon¨ªa actual de esos entes fantasmag¨®ricos llamados "mercados", que por no tener no tienen ni rostro, que no se presentan a las elecciones, ni rinden cuentas ante los ciudadanos, ni explican sus programas, pero ostentan la facultad de imponer la visi¨®n del mundo m¨¢s beneficiosa para ellos.
Nadie discute que los acreedores de Grecia tengan derecho a cobrar lo que se les debe. Sin embargo resulta inaceptable que dicten pol¨ªticas econ¨®micas al margen de los ¨®rganos de la soberan¨ªa popular. Ya se le ha dejado muy claro a Grecia la prenda deseada a cambio de nuevos pr¨¦stamos: privatizaciones masivas y nuevos recortes. La extorsi¨®n se ve con claridad si la trasladamos a la econom¨ªa dom¨¦stica: el banco puede cobrarnos la hipoteca todos los meses, y hasta reconocemos su derecho a embargarnos la casa si no pagamos, pero no aceptar¨ªamos, a cambio de un pr¨¦stamo, otorgar al director de la sucursal bancaria la capacidad de decidir si llevamos a nuestros hijos a un colegio m¨¢s barato o vendemos las joyas familiares. Lo que en casa considerar¨ªamos una intrusi¨®n en nuestra libertad, ?se convierte en un triunfo del liberalismo cuando afecta al Estado? ?Alguien siente que esa merma del poder del Estado est¨¦ derivando en una mayor libertad individual o las movilizaciones del 15-M indican lo contrario? Algo sucede cuando la tradicional sensibilidad liberal a la acumulaci¨®n de poder no solo no denuncia airada el despotismo de los mercados, sino que sigue clamando por el Estado m¨ªnimo en medio de la crisis. Me temo que el neoliberalismo de las ¨²ltimas d¨¦cadas no solo ha dejado hecha trizas la socialdemocracia, sino tambi¨¦n las ideas liberales, degradadas a verdades de hierro que solo por el dogmatismo con que se defienden ya traicionan el esp¨ªritu del liberalismo.
La salida de este atolladero no se halla en los manuales de pol¨ªtica, ni mucho menos en los de econom¨ªa, sino en la literatura: el Viejo lorquiano de As¨ª que pasen cinco a?os aconsejaba "recordar hacia ma?ana". Porque tal vez en las lecciones del pasado, liberales y socialdem¨®cratas encuentren la forma de aunar esfuerzos para someter al poder financiero a controles y equilibrios, los cl¨¢sicos checks and balances, e imprimir un giro social a la econom¨ªa. Ser¨ªa una necedad olvidar en el siglo XXI lo que Adam Smith ya sab¨ªa en el XVIII, que "la mezquina rapacidad y el esp¨ªritu de monopolio de los mercaderes no son ni deben ser los gobernantes de la humanidad".
Irene Lozano es periodista y escritora.
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