Del brazo y por la calle
Las relaciones amistosas entre dos se definen, muchas veces, por la forma en que el d¨²o se manifiesta, en materia de contactos, cuando sale a la calle, va al cine o sube las escaleras. He conocido a gente -joven, sobre todo- que, debido a su inexperiencia y porque est¨¢ tanteando la vida, no pasa del mucho darse con las palmas en las palmas o con las palmas en los hombros -ellos, claro: al grito de "?Macho! ?Qu¨¦ hay, macho?-, y que inmediatamente conduce sus pinreles superiores a la seguridad de sus bolsillos. Las mujeres, quiz¨¢ porque llegamos mucho m¨¢s tarde a los tejanos -las modistas nos pusieron siempre los bolsillos cerca de la solidez de las caderas-, enhebramos -como dice Nuria Tes¨®n- nuestros brazos instintivamente, entre nosotras.
"Lo mejor de nuestra amistad fue caminar por las calles beirut¨ªes bien agarraditos"
A m¨ª me gusta ir del brazo de los hombres. De las amigas, tambi¨¦n. Naturalmente. Pero, sobre todo, de un hombre amigo. Ech¨¦ mucho en falta esa costumbre mientras viv¨ª en Beirut, porque los ¨¢rabes, incluso los m¨¢s sueltos de cuerpo, no tienen el h¨¢bito de tocarnos con confianza: o creen que nos vamos a romper o creen que nos vamos a entusiasmar. Hay residentes extranjeros que, aliviados por las costumbres locales para camuflar en ellas sus propios embrollos, se han convertido entusi¨¢sticamente al sopor de miembros. Bueno, peor para ellos.
En medio de aquella sequ¨ªa de brazos cercanos hubo para m¨ª un hombre: Adri¨¢n. Desde el principio de nuestra amistad lo mejor entre nosotros fue siempre -adem¨¢s de rajar a gusto mientras com¨ªamos juntos casi a diario durante dos a?os e ir asentando nuestra amistad- caminar por las calles beirut¨ªes bien agarraditos del brazo. Nada ech¨¦ m¨¢s de menos cuando se jubil¨® y se retir¨® a su hogar tinerfe?o. Por suerte, nos recuperamos en El Cairo, en donde vive la mitad del a?o. ?l y su esposa egipcia, Violeta, han trascendido Beirut, el lugar donde les conoc¨ª, y ahora tenemos las cercan¨ªas del Nilo para disfrutar de nuestra amistad.
Volvamos a lo de tomarse por el brazo, y apretar espor¨¢dicamente el codo del otro contra el costado: un "aqu¨ª estamos" mudo, reconfortante. Se me ha ocurrido escribir hoy de ello porque he estado mirando mi colecci¨®n de fotos realizadas en Egipto -con esta gracia digital que la proveedora Providencia me ha otorgado- y que han de servirme para situar en el tiempo las pr¨®ximas aventuras de mi detective Diana Dial en la novela que estoy empezando.
De s¨²bito ca¨ª en la cuenta de que muchas estaban tomadas desde lo alto de terrazas, a trav¨¦s de celos¨ªas situadas en pisos altos, revelando una instant¨¢nea, incluso, que cuando la tom¨¦ me encontraba casi a la altura del precioso minarete que adorna una de las mezquitas m¨¢s hermosas y sobrias de la ¨¦poca mameluca.
Fue el brazo de Adri¨¢n el que me condujo hasta all¨ª. Mejor dicho, nos condujimos mutuamente: ¨¦l tambi¨¦n anda un poco flojo de remos. Debido a mi esplendor de r¨®tulas he visitado Egipto despu¨¦s de m¨²ltiples incidentes y durante convalecencias bastante atroces: con dos f¨¦rulas o con una, con dos muletas o con una, con bast¨®n y sin bast¨®n, pero a prudentes pasitos chicos; pero nunca hab¨ªa subido y bajado tanto como desde que volv¨ª a encontrarme con Adri¨¢n all¨ª.
De modo que, f¨ªjate t¨², la de escaleras empinadas y cairotas que hemos llegado a remontar y descender -eso es a¨²n peor- Adri¨¢n y yo en busca de tesoros isl¨¢micos: de museo en madraza y de peque?a tienda en el bazar a gran mezquita. Eso s¨ª, con precauciones y sin soltarnos del brazo.
"Cuidado, pelda?o camuflado", advert¨ªa ¨¦l. "Joder, pues anda que ¨¦ste mide m¨¢s del doble que los otros", acotaba yo. Luego camin¨¢bamos, del brazo, hasta un caf¨¦. Y despu¨¦s de repostar, otra escalada. Al atardecer, cuando Violeta nos recog¨ªa, terminado su trabajo de gu¨ªa culta y exigente, y nos ¨ªbamos a cenar, ¨¦ramos ya un sexteto de brazos unidos, en varias combinaciones. "?El ba?o, arriba o abajo?", preguntaba yo. Y Violeta, sacudiendo resignadamente la cabeza: "Abajo, querida, abajo". "Vaya por Dios". Y nos agarr¨¢bamos las dos, desliz¨¢ndonos como dos sirenitas de edad madura, dispuestas a regresar a donde Adri¨¢n, en cuanto hubi¨¦ramos soltado las aguas, sin rompernos la crisma.
marujatorres.com
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
?Tienes una suscripci¨®n de empresa? Accede aqu¨ª para contratar m¨¢s cuentas.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.