M¨¦ritos propios de un cl¨¢sico
Las compa?¨ªas rusas de gran formato responden a unos c¨¢nones que, cuando se respetan a fondo, como es en este caso, dejan en el espectador un agradable e intenso sabor de boca. Se sabe en satisfacci¨®n que se ha asistido a una buena velada de ballet cl¨¢sico, no perfecta, pero de evidente seriedad, empaque y facturaci¨®n.
As¨ª, El lago de los cisnes se visita como un canon obligado y ritual, a la b¨²squeda de esa esencia reveladora, desde lo acad¨¦mico, de una belleza trascendente en lo art¨ªstico. Para que eso pase, hay muchos factores en liza. El lago permite hasta cierta manipulaci¨®n cambiante que sin afectar su corpus estructural, nos d¨¦ algo nuevo.
?gor Zelenski (actual director art¨ªstico en Novosibirk, donde al parecer apura su ¨²ltima temporada antes de pasar al teatro Stanislawski de Mosc¨²) es hombre recto de sapiencia y escuela (bail¨® hasta la saciedad la versi¨®n troncal de Sergueiev en el teatro Mariinski), y eso le ha permitido bordar y firmar un cuarto acto ejemplar tanto en el gran movimiento coral como en las acentuaciones de las partes de orquesta mejores de este ballet y donde su pretendido sinfonismo adquiere por fin carta de naturaleza. Es ese cuarto acto donde hay m¨¢s libertades o secuencias propias (partiendo del metro num¨¦rico de cisnes que utiliza para las evoluciones), pero es tambi¨¦n donde se cierra un c¨ªrculo y adquiere sentido el resto del arrebatador argumento dual.
Sarafanov, un bailar¨ªn que roza la excelencia, transmite nobleza
La pareja invitada precisamente del Mariinski estaba compuesta por Olesia Novikova y Leonid Sarafanov. Olesia no tuvo su noche; solo correcta, pero a un primer cisne de San Petersburgo se le exige much¨ªsimo m¨¢s. Con ciertas dificultades de concentraci¨®n y l¨ªnea, su cisne blanco luch¨® contra la direcci¨®n orquestal (y si lleg¨® a sus o¨ªdos los desatinos de la trompeta, peor). En las variaciones, Olesia no comprometi¨® la lectura y tramit¨® una ejecuci¨®n aceptable que no llegaba a cuajar a la altura de su partenaire Sarafanov, un bailar¨ªn que roza la excelencia, limpio de ejecutoria y a¨¦reo, transmite nobleza en cada frase, una cierta serenidad en la manera de exponerse, en el sentido del adagio respirado. Ella, por su parte, ofrece cara y cruz, su expeditivo cisne negro va creciendo y busca plomada hasta la coda (¨²nico vestido desafortunado: su tut¨² negro), una intensa diagonal muy a la rusa, electrizante y conclusiva. El cisne blanco tambi¨¦n fue mejorando con el avance argumental y la transformaci¨®n final la redimi¨®.
Hay que destacar especialmente al joven Semion Velichko en el pas de trois del primer acto por su exactitud y firmeza, su salto y musicalidad. Y mencionemos el cuidado estil¨ªstico de las danzas de car¨¢cter del tercer acto, desde los Napolitanos a la Czarda o la Polonesa, llegando a la Danza espa?ola, deliciosamente reconstruida seg¨²n la antigua lectura que recogi¨® Sergueiev y que mim¨® An¨ªsimova en Leningrado durante d¨¦cadas, una semilla de gusto ex¨®tico bien plantada. La organizaci¨®n actual, sobre la que se ha especulado mucho, mantiene asociada la Danza espa?ola al cisne negro por una raz¨®n historicista: el cisne negro y el brujo representan el mal y el baile hispano, la Espa?a negra. La orquestaci¨®n de este n¨²mero a¨²n es materia de discusi¨®n, y las cosas no est¨¢n tan claras como en el propio pas de deux del cisne negro, donde apenas hay un breve tema de Chaicovski (procede una canci¨®n, El espliego) y todo el resto es resultado del trabajo artesano de Riccardo Drigo (una vez m¨¢s, el programa de mano lo explica fatal).
La producci¨®n de Luisa Spinatelli mejora sus anteriores dibujos para Lago (teatro alla Scala de Mil¨¢n, 2006) aun siendo igualmente convencionales, pues aqu¨ª se hace eco de otro estilo y de otros sistemas de ambientaci¨®n teatral. Sigue sin convencer esa preponderancia de lo arquitect¨®nico. As¨ª, la amplia columnata del castillo se mantiene en los actos blancos, que seg¨²n marca el libreto, se desarrolla a la orilla del lago de marras. Menci¨®n aparte merecen los telones de fondo del segundo y el cuarto acto, claramente inspirados en La isla de los muertos, de Arnold B?cklin, exactamente a la versi¨®n que est¨¢ en Berl¨ªn, pues este pintor hizo varias. Una gran seda frontal evoca un tapiz gobelino donde se relata la gesta y el tercer acto recrea un gran sal¨®n g¨®tico florido. El vestuario es exquisito, tanto en su dise?o como en sus hechuras y sutiles cromatismos: todo elegancia.
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