La mirada fija de Jorge Sempr¨²n en el Prado
Varias generaciones homenajean al escritor en la pinacoteca madrile?a
Rara simbiosis: la mirada fija de Jorge Sempr¨²n sobre sus amigos, correligionarios algunos, compa?eros de la pol¨ªtica, combatientes de la cultura; y ¨¦l all¨¢ arriba, desde el estrado inm¨®vil, asistiendo en el silencio de la fotograf¨ªa a un homenaje que el Museo del Prado hab¨ªa preparado antes de que muriera en Par¨ªs el autor de La monta?a blanca.
Entre los que le miraban mirar ayer tarde, en el acto organizado por los Amigos del Museo del Prado, el pol¨ªtico que le hizo ministro de Cultura, Felipe Gonz¨¢lez; el ministro al que Sempr¨²n sucedi¨®, Javier Solana, que fue, adem¨¢s, quien le consult¨®, en 1988, qu¨¦ pasaporte ten¨ªa, "el espa?ol", dijo el ap¨¢trida que se consideraba habitante, a¨²n, de Buchenwald... Los que fueron ministros con ¨¦l, y que fueron a Par¨ªs, en los ¨²ltimos meses, a establecer el vigor de sus ¨²ltimos alientos: Aranzadi, Solchaga. Un camarada de cuando el comunismo le mand¨® clandestino a Madrid, Javier Pradera... Su editora de siempre, Beatriz de Moura...
Era la despedida espa?ola donde ¨¦l prefiri¨®, el lugar de Goya y Picasso
Por all¨ª estaba Jos¨¦ Ram¨®n Recalde, el exconsejero vasco al que ETA intent¨® callar para siempre. Y tambi¨¦n Eduardo Arroyo, que discuti¨® con ¨¦l, en vida, lo que ahora parec¨ªa discutir Sempr¨²n desde el estrado: qu¨¦ Prado estamos viendo, c¨®mo lo debemos ver. A esto respondi¨® Francisco Calvo Serraller en un discurso en el que evoc¨® la fruct¨ªfera relaci¨®n del exiliado que fue ministro con la pinacoteca donde se form¨®.
Hab¨ªa, pues, como una simbiosis entre esa mirada de Sempr¨²n, fija como el tiempo en el que ya est¨¢, y la mirada de los que fueron a darle este adi¨®s que abrieron Pl¨¢cido Arango, presidente del Patronato del Museo, y Carlos Zurita, presidente de los Amigos del Prado. Fue un di¨¢logo vibrante, digno sin duda del discurso habitual de Sempr¨²n, siempre disconforme y dial¨¦ctico; con ¨¦l, desde el espa?ol al que se le trababan tan solo los n¨²meros, discuti¨® desde abajo, para darle la raz¨®n sobre su antiautoritarismo, el fil¨®sofo Bernard Henri-Levy, y con ¨¦l dialog¨® Calvo Serraller como si estuviera mostr¨¢ndole otra vez el museo que vio de chico y que, ya de grande, como ministro de Felipe Gonz¨¢lez, redescubri¨® para sentirse en ¨¦l "el hombre m¨¢s feliz del mundo".
En la primera fila, la hija de Sempr¨²n, Dominique, que recibi¨® el premio que la Asociaci¨®n de Amigos del Museo del Prado hab¨ªa otorgado en vida al autor de La monta?a blanca, el libro en el que, como record¨® Calvo, el escritor regresa a los s¨ªmbolos de Patinir y su laguna Estigia.
La sala estaba abarrotada. Era la despedida espa?ola en el sitio que ¨¦l prefiri¨®, el lugar de Goya y de Picasso; la despedida, como dijo Arango citando a Dominique de Villepin, al hombre europeo que honr¨® a Espa?a con su insatisfacci¨®n creadora, acaso la insatisfacci¨®n inquisitiva que se ve¨ªa desde abajo mirando sus ojos fijos sobre aquellos que le fueron a decir adi¨®s y sintieron clavada su vigilia en los asientos repletos de la sala magna del Museo del Prado.
Babelia
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