Una despedida frustrada
El objetivo de Zapatero en el debate del estado de la naci¨®n era salvar su balance y dar sensaci¨®n de normalidad en el ejercicio de sus funciones. El objetivo de Rajoy era consolidar el clima de fin de ciclo que ya est¨¢ instalado en la sociedad, pidiendo elecciones por en¨¦sima vez.
La tarea de Rajoy era relativamente f¨¢cil. Que la legislatura est¨¢ agotada es de dominio p¨²blico; por tanto, su ejercicio era redundante. A base de apostar por lo evidente, que la crisis ha quemado al Gobierno, Mariano Rajoy se consolida como aspirante a presidente por defecto. La ciudadan¨ªa ve que las cosas no funcionan y, en estos casos, la democracia, a diferencia de los dem¨¢s reg¨ªmenes pol¨ªticos, ofrece la opci¨®n del cambio sin trauma. Por pura higiene democr¨¢tica, Rajoy deber¨ªa hacer alg¨²n esfuerzo para merecerlo.
Zapatero no supo corregir la herencia que critica. ?l tambi¨¦n se dej¨® llevar por la quimera del oro
La tarea de Zapatero era misi¨®n imposible. Las cosas son lo que son y la percepci¨®n de ellas que se ha instalado en la sociedad. Seguro que es cierto que las desregulaciones propiciadas en los a?os del aznarismo, y su apuesta por el poder financiero -para hacer de Madrid capital global del espacio iberoamericano- y por la construcci¨®n, debilitaron el sistema, que fue devorado por la crisis. Pero ocurri¨® hace tiempo y ni siquiera a los que se dejaron enga?ar entonces y ahora no pueden pagar la hipoteca, se les ha ocurrido que fueran aquellas pol¨ªticas las causas de sus desgracias. Las cosas les van mal ahora. Y ahora mandan los socialistas. Seguro tambi¨¦n que las bases de protecci¨®n social y de ayudas varias que los Gobiernos de Zapatero han creado son ¨²tiles para atemperar los golpes de la crisis, pero la realidad del malestar es demasiado fuerte para que la gente perciba el valor de estos mecanismos. Por tanto, el discurso de Zapatero, revaluando su herencia, solo pod¨ªa quedar a beneficio de inventario. Para hacer pedagog¨ªa eficiente se necesita cierta autoridad. Y Zapatero, en este momento, no la tiene.
El resultado de este cruce de objetivos fue desolador. Creo que hay una enorme confusi¨®n en la clase pol¨ªtica respecto a la salud de nuestra democracia. Toman el hecho de que la gente vaya a votar como un salvoconducto a la impunidad y est¨¢n muy equivocados. Primero, hay mucha gente que no va votar (bastante m¨¢s del 40% en las ¨²ltimas municipales); segundo, la gente que va a votar lo hace, muy a menudo, por un gesto de civismo y por el mal menor, pero sin que en su papeleta conste un aval incondicional a la clase pol¨ªtica, ni mucho menos. Cuidado, por tanto, en confundir voto con bula. Y en creer que la democracia solo concierne a la ciudadan¨ªa una vez cada cuatro a?os.
Zapatero perdi¨® la ocasi¨®n de buscar la empat¨ªa con los ciudadanos. Ahora ya no se espera nada de ¨¦l. De modo que la ¨²nica forma de conectar con la gente era volver, por un momento, al terreno de lo sensible: transmitir en su discurso lo que transmite su rostro actualmente, una profunda tristeza (?alguien se acuerda de su famosa sonrisa?), una sensaci¨®n de amargura porque todo haya salido tan mal. Creo que Zapatero no es un c¨ªnico, y, en cambio, no ha sabido transmitirlo porque est¨¢ demasiado parapetado detr¨¢s de una piel de elefante que le ha alejado de la realidad. Sus ¨¦xitos en la modernizaci¨®n de Espa?a en materia de costumbres y libertades y en la derrota de ETA son indudables. Pero ha resultado que, a la hora de la verdad, solo ha contado la econom¨ªa. Y no supo corregir la herencia que ahora critica. ?l tambi¨¦n se dej¨® llevar por la quimera del oro. Su figura ya est¨¢ descompuesta a ojos de los ciudadanos. Y ¨¦l se empe?a en aguantar el tipo hasta el final.
Rajoy a pi?¨®n fijo: elecciones. ?Cu¨¢ntas veces ha pedido este hombre elecciones en su vida? Sin duda, es m¨¢s f¨¢cil pedir elecciones que decir para qu¨¦. Pero Rajoy sabe que hay una pulsi¨®n de cambio a lo que sea. Y con eso le basta. Sin embargo, con su empe?o en poner el acento en las elecciones y no en los objetivos, da m¨¢s argumentos a los que piensan que los pol¨ªticos no tienen otro objetivo que conquistar el poder y que el inter¨¦s general les tiene sin cuidado. A m¨ª, francamente, me cuesta mucho entender que los electores no penalicen a un partido que solo ha jugado a cuanto peor mejor. Pero tambi¨¦n me costaba entender que votaran listas electorales cargadas de imputados en casos de corrupci¨®n y, sin embargo, gan¨® Camps.
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