T¨²nez, 2? acto
Una vez barrido el poder mafioso de Ben Ali, la uni¨®n de las fuerzas sociales que han intervenido en el curso de la revoluci¨®n tunecina se agrieta progresivamente. Es normal. En todo proceso revolucionario, el periodo de transici¨®n es en realidad una batalla campal entre aquellos que quieren ir hasta el final del cambio y aquellos que para conservar las posiciones adquiridas quieren detenerse. Eso es lo que ocurre hoy en T¨²nez. El principal problema institucional afecta a la naturaleza del r¨¦gimen pol¨ªtico que se adoptar¨¢. No hay consenso sobre este punto. Las elecciones para la Constituyente, que ten¨ªan que celebrarse el 24 de julio, se han retrasado por esta raz¨®n. En la pugna que se ha iniciado entre el poder de la revoluci¨®n representado por la Alta instancia, presidida por Yad Ben Achur y los principales partidos de la oposici¨®n, incluidos los islamistas, frente al Gobierno compuesto por miembros del antiguo r¨¦gimen y por viejos militantes del partido del Neo-Destur de la ¨¦poca de Burguiba, es la legitimidad revolucionaria la que ha ganado: las elecciones han sido aplazadas hasta el 23 de octubre de 2011.
El principal problema institucional afecta a la naturaleza del r¨¦gimen pol¨ªtico que se adoptar¨¢
El argumento de los partidarios de elecciones inmediatas era que hab¨ªa que poner r¨¢pidamente t¨¦rmino a la ausencia de legitimidad institucional del poder y al caos econ¨®mico; el argumento de los representantes de la sociedad civil es que un pa¨ªs que nunca ha conocido la democracia no puede adoptar un modelo institucional a la carrera: al contrario, hay que iniciar un debate en la sociedad para elegir unas instituciones s¨®lidas que sean realmente garantes de la irreversibilidad del proceso democr¨¢tico. El Estado de derecho no debe construirse de espaldas a los ciudadanos. Ha prevalecido esta soluci¨®n.
M¨¢s all¨¢ de esta divergencia hay dos puntos conflictivos que mortifican al campo pol¨ªtico: la cuesti¨®n social y la secularidad del Estado. Esas dos cuestiones est¨¢n relacionadas. La primera no puede ser resuelta sin la puesta en marcha de una gran pol¨ªtica de desarrollo en la que el Estado deber¨ªa tener un papel estrat¨¦gico. Pero los c¨ªrculos de negocios que han apoyado a la dictadura querr¨ªan hoy una r¨¢pida reactivaci¨®n de la actividad econ¨®mica sin dar garant¨ªas sobre los derechos sociales de los asalariados. Defienden un liberalismo duro, mientras que la revoluci¨®n es el resultado de los desastres econ¨®micos y sociales provocados por las privatizaciones de la era Ben Ali y la corrupci¨®n que constitu¨ªa el coraz¨®n del r¨¦gimen. No quieren un Estado social, que les impondr¨ªa una parte de los sacrificios que todo el mundo est¨¢ dispuesto a hacer. La cuesti¨®n social divide, pues, cada vez m¨¢s. Y los partidos salidos de la revoluci¨®n cabalgan sobre ella en la competici¨®n pol¨ªtica por las elecciones.
El sindicato UGTT tiene el papel de un casi-partido; es un elemento clave de la lucha por un Estado social. Se redime as¨ª de su connivencia pasada con la dictadura. Pero nada indica que lograr¨¢ conservar su hegemon¨ªa sobre los asalariados. Puesto que la econom¨ªa tunecina est¨¢ constituida en aproximadamente un 50% por el sector informal, los desempleados no sindicados son unos centenares de familias. La radicalidad religiosa est¨¢ aqu¨ª al acecho. Los islamistas, que no han tenido papel alguno en la revoluci¨®n, rivalizan en demagogia social para ganar legitimidad. Pueden seducir con sus propuestas extremas a una parte de la poblaci¨®n, desorientada por la ausencia de cambio de su situaci¨®n.
Segunda cuesti¨®n de fondo: la secularidad y las libertades individuales. Est¨¢ en curso una batalla muy dura. Nadia el Fani, cineasta valiente, ha hecho una pel¨ªcula significativamente titulada: Ni Al¨¢ ni amo. Ha proclamado en la televisi¨®n su ate¨ªsmo pidiendo respeto para quienes piensan como ella. Los fan¨¢ticos islamistas la han vilipendiado: ataques contra el cine que proyecta la pel¨ªcula, amenazas de muerte contra la cineasta, actitud m¨¢s que reservada del Gobierno en el apoyo a la libertad de conciencia. Por otro lado, los islamistas moderados del partido En Nahda acaban de abandonar la Alta instancia de la revoluci¨®n, prepar¨¢ndose probablemente para pactar con los partidarios del antiguo r¨¦gimen a¨²n en el poder; a menos que se crean lo suficientemente fuertes como para separarse, ya, de una revoluci¨®n secular que no es la suya. El mensaje es en todo caso claro para todos: el segundo acto de la revoluci¨®n ha empezado. La batalla futura se convertir¨¢ inevitablemente en un enfrentamiento ideol¨®gico con los islamistas, que pretenden respetar la libertad de expresi¨®n, pero rechazan la secularidad del Estado. La revoluci¨®n tunecina est¨¢ lejos de haber acabado.
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