De todo, menos real
Alberto y Charlene se casan en una ceremonia inusual en las bodas mon¨¢rquicas y con cierto aire de opereta
El futuro del Principado de M¨®naco ya est¨¢ asegurado. Alberto de M¨®naco y Charlene Wittstock han sellado su relaci¨®n con dos bodas, una civil celebrada el viernes y de car¨¢cter familiar, y otra eclesi¨¢stica ayer, a la que han asistido 3.500 invitados, entre ellos representantes de las casas reales de medio mundo, jefes de Estado, y un buen pu?ado de famosos. Todos contribuyeron a ensalzar ese peque?o Estado de dos kil¨®metros cuadrados en el que se combina tradici¨®n, lujo, espect¨¢culo un tanto hortera y un poco de exhibicionismo. Entre los actores estaba Nicolas Sarkozy, presidente de la Rep¨²blica Francesa, alguien con el poder suficiente como para fagocitar M¨®naco si los Grimaldi no aseguran su dinast¨ªa. Alberto ha tardado en hacerlo. Se ha casado a los 53 a?os, tras 10 de relaci¨®n con Charlene, cinco de convivencia, uno de compromiso y despu¨¦s de llevar sentado en el trono seis a?os, al que accedi¨® tras la muerte de su padre Raniero.
Durante el acto, ¨¦l pareci¨® ausente y ella contenida y muy nerviosa
Fue una boda poco com¨²n, como poco com¨²n es la historia de esta pareja. No se casaron en la iglesia de Santa Devota, la m¨¢s importante del Principado, sino en el patio del palacio Grimaldi, acondicionado para la ocasi¨®n. Un gran toldo blanco proteg¨ªa del sol y una inmensa alfombra roja daba al espacio un car¨¢cter un tanto hollywoodiense. Por ella desfil¨® una bell¨ªsima novia, vestida con un traje impresionante dise?ado por Giorgio Armani, el gran art¨ªfice de la transformaci¨®n de Charlene, antes nadadora y ahora princesa. Y un novio, tambi¨¦n vestido de blanco porque lo hizo con el uniforme de gala de la guardia de M¨®naco.
Fue una ceremonia correcta, dise?ada para la televisi¨®n pero exenta de emoci¨®n y sentimiento. Charlene se mostr¨® como una novia t¨ªmida, contenida, mientras que Alberto estuvo como ausente. Por si fuera poco, la televisi¨®n ofrec¨ªa im¨¢genes de la pareja a pantalla partida, como si de una radiograf¨ªa de la situaci¨®n se tratara.
En esos instantes apareci¨® el fantasma de los rumores como lo ha venido haciendo toda la semana. Y es que resulta muy dif¨ªcil correr una cortina y pasar por alto las informaciones aparecidas en medios tan prestigiosos como L'Express y Le Figaro, que atribuyen dos hijos m¨¢s a Alberto, nacidos cuando ya hab¨ªa iniciado su relaci¨®n con Charlene, adem¨¢s de los dos ya reconocidos anteriormente. A estas noticias se suma ahora el anuncio de que la madre de uno de estos dos peque?os est¨¢ preparada para aguarle la luna de miel al nuevo matrimonio cont¨¢ndolo todo v¨ªa exclusiva millonaria.
Pero esta boda era necesaria para asegurar el futuro del Principado y de sus 30.500 residentes -que gozan de importantes exenciones fiscales- y para acallar rumores sobre la vida privada de Alberto y no solo de ¨¦l. Hubo un tiempo en que, cuando el pr¨ªncipe se resist¨ªa a casarse, los consejeros de palacio trazaron un plan B para que Andrea, el hijo mayor de Carolina, sucediera a su t¨ªo. Poco dur¨® ya que el joven se mostr¨® m¨¢s dispuesto a la fiesta que a los negocios. Fue entonces cuando Carolina, hasta ayer primera dama del Principado desde la muerte de su madre, emprendi¨® la tarea de apoyar la candidatura de Charlene, la joven nadadora que su hermano conoci¨® tiempo atr¨¢s en una competici¨®n deportiva.
Charlene se ha convertido en una princesa de dise?o, esculpida por los mejores estilistas y alg¨²n que otro cirujano. Ahora, obtenido el f¨ªsico, le falta ganarse el prestigio real y lo que es m¨¢s dif¨ªcil: dar credibilidad a su matrimonio. Tarea parecida a la que hace 57 a?os emprendi¨® una actriz de Hollywood llamada Grace Kelly convertida en princesa de M¨®naco, en cuyo modelo se inspira la reci¨¦n llegada.
Hizo falta media hora de ceremonia para que los novios se mostraran algo m¨¢s cercanos, m¨¢s sentimentales, m¨¢s reales. Coincidi¨® con el momento en que Charlene pronunci¨® su segundo y rotundo oui en 24 horas, que el improvisado templo palaciego recibi¨® con una gran ovaci¨®n. Las sonrisas aparecieron con los problemas para que la alianza encajara en el dedo del novio. Y las l¨¢grimas brotaron en los ojos de la familia Wittstock cuando son¨® un canto tradicional de Sud¨¢frica interpretado por Pumela Matshikiza. Charlene se contuvo.
Todo ello ante los rostros hier¨¢ticos de los reyes de Suecia y B¨¦lgica, los ¨²nicos soberanos presentes, y los pr¨ªncipes herederos de las casas reales europeas, que no paraban de abanicarse para aplacar el sofocante calor de M¨®naco en julio. Ninguno de ellos pas¨® inadvertido porque, a diferencia de la boda de Guillermo y Catalina, hab¨ªa ¨®rdenes de palacio para que todos los invitados de importancia fueran exhibidos, corroborando el car¨¢cter de espect¨¢culo de esta boda en la que hubo poca pompa y tradici¨®n y mucho de teatralidad.
Ni tan siquiera el Ave Mar¨ªa en la voz de Andrea Bocelli logr¨® que la boda de M¨®naco alcanzara la categor¨ªa de real en el rango y el sentimiento. Solo hubo una concesi¨®n a la emotividad. Sucedi¨® en la iglesia de Santa Devota cuando Charlene se dispon¨ªa a entregar su ramo de novia. Fue entonces cuando los nervios la vencieron y comenz¨® a llorar desconsoladamente ante un impert¨¦rrito Alberto que ni tan siquiera acert¨® entonces a consolarla.
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