Enamoramiento
Me he enamorado perdidamente esta primavera. Cuando menos lo esperaba. Cuando cre¨ªa que ya conoc¨ªa lo que la vida pod¨ªa ofrecerme, de pronto, me he enamorado. Sucedi¨® una tarde de mayo. Fue en plena calle, en una cita casual que no promet¨ªa nada sustancialmente nuevo, en una de los centenares de manifestaciones a las que he acudido. Asist¨ªa un tanto descre¨ªda, acostumbrada ya a la aburrida liturgia en la que se hab¨ªa convertido nuestra protesta, pregunt¨¢ndome cu¨¢ntos kil¨®metros habr¨ªa recorrido a lo largo de mi vida, hasta qu¨¦ lugar llegar¨ªa si sumara, uno tras otro, mis pasos en unas manifestaciones que, en los ¨²ltimos tiempos, m¨¢s que reunir esperanzas, aunaban desconsuelos, recuento de sue?os rotos y un tibio cari?o de caras conocidas.
Sin embargo, aquella tarde fue distinta porque miles de personas desconocidas se agolpaban en el recorrido, porque no hab¨ªa pancartas oficiales con lemas cl¨®nicos, ni pegatinas lujosamente serigrafiadas, ni escenario final, ni cortejos partidarios sino sencillos carteles de cart¨®n personalizados donde cada uno hab¨ªa anotado sus pensamientos. Ah¨ª empez¨® todo.
Vinieron enseguida las acampadas, que no me atrev¨ª a visitar, temerosa de que se pudieran sentir inc¨®modos por mi presencia. Pero, como una amante t¨ªmida, los segu¨ªa en la distancia, pegada a las redes, buscando v¨ªdeos, post, tuits, manifiestos y debates.
Mis hermanos y mis sobrinas que nunca han estado en la batalla pol¨ªtica me mantienen al corriente, felices de poder ense?ar a la que, hasta hace justo dos meses, era la entendida en materia pol¨ªtica. Me siento feliz de olvidar mis experiencias, de aprender algo radicalmente nuevo, empezando por un nuevo lenguaje pol¨ªtico que no tiene un recetario, ni unos l¨ªderes reconocidos, ni una estructura r¨ªgida, sino que fluye como el agua para inundar campos secanos y abrir espacios donde antes s¨®lo anidaba la impotencia. Me cuentan las asambleas, las disquisiciones, los problemas y los avances. Como toda enamorada, me interesan los detalles y les pregunto qu¨¦ dec¨ªan los mayores, qu¨¦ hac¨ªan los estudiantes, c¨®mo se organizan en las acciones.
En una peque?a asamblea de Granada, la Cartuja, los j¨®venes pintan carteles en el suelo mientras que los viejos sentados en los bancos los miran con curiosidad. Ahora han creado un cine de verano, con unas s¨¢banas estiradas y un viejo proyector. Cada vecino lleva su silla y la plaza ha recuperado la vida. D¨ªas atr¨¢s, hablaban de c¨®mo ayudar a los mayores de su barrio. Algunos j¨®venes propusieron subirles las bolsas de la compra por las cuestas de la ciudad y ofrecerles peque?os servicios de reparaci¨®n y de cuidados. Maravillosas ingenuidades que te conmueven. Cada ma?ana paran un desahucio, una injusticia: peque?os Robin Hood contra el capital. Sin ning¨²n medio muestran m¨¢s valent¨ªa y determinaci¨®n que todo el Gobierno junto los escasos d¨ªas en que recuerdan que son socialistas y no tienen una cita con Bot¨ªn. En un solo mes han zarandeado todo el escenario pol¨ªtico. Ellos apuntan al marco completo del debate porque saben que si no emerge una nueva fuerza que lo cuestione, no ser¨¢ posible ninguna otra pol¨ªtica que no sea beneficiar a los mercados. Han contagiado a medio mundo el esp¨ªritu de una spanishrevolution pac¨ªfica y llena de contenido.
Soy consciente de la cursiler¨ªa que destila este art¨ªculo. Perdonen el az¨²car, pero el amor es lo que tiene. Mi entusiasmo no es acr¨ªtico pero nunca, en la peque?a historia de la democracia espa?ola, ha habido un movimiento tan profundo, tan real, tan capilar como el que ellos representan. Algunos de mis amigos dicen que es un amor que no me conviene, que no es oro todo lo que reluce, que al final te decepcionar¨¢, que es mejor que vuelva al camino trillado de la pol¨ªtica partidaria donde el amor se extingui¨® hace mucho tiempo pero que todav¨ªa ofrece el atractivo de la tranquilidad. No los escucho. Conecto el ordenador. Veo por en¨¦sima vez uno de los v¨ªdeos del 15-M titulado Let the Sol in. Somos muchos. No somos nadie. Somos legi¨®n. Cruzo los dedos y les pido, por favor, que no desaparezcan de nuestras vidas.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
?Tienes una suscripci¨®n de empresa? Accede aqu¨ª para contratar m¨¢s cuentas.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.