El cabaret de las fresas
Ecl¨¦ctica de lo est¨¦tico a lo constructivo, Blanca Li se ha forjado una personalidad con la que atraviesa, con bastante ufan¨ªa, formas y estilos, modas y etapas; se mantiene activa ya hace m¨¢s de cinco lustros. Su asentamiento en Francia la hizo all¨ª una figura conocida y respetada (imprescindible en foros modernos como Suresnes), mientras que su contacto directo con la escena espa?ola ha sido irregular, a¨²n despu¨¦s de recalar en la direcci¨®n de un centro coreogr¨¢fico andaluz. Su versi¨®n del cuadro de El Bosco se enmarca en su pr¨¢ctica habitual y en sus maneras, en cierto sentido, muy a la francesa.
La se?alada pintura ya ha generado con anterioridad piezas de referencia tanto en la m¨²sica como en el ballet, como si el caudal y el imaginario del tr¨ªptico del Museo del Prado no tuviera fin; sus poderosas figuras, sus secciones (terribles algunas, enso?adoras otras) han servido para envolver bombones o para anunciar el fin del mundo. El cuadro habla de todo a la vez en un lenguaje tan universal como imperecedero, de ah¨ª su fuerza y meollo en el que Li refugia su obra, muy como una revista, sucesi¨®n de n¨²meros a veces poco relacionados entre s¨ª ya sea por su formato o por su estilo.
EL JARD?N DE LAS DELICIAS
Coreograf¨ªa: Blanca Li; m¨²sica: Tao Guti¨¦rrez; pianistas: J. Cohen y D. Saliamonas; escenograf¨ªa: Pierre Atrait; vestuario: Laurent Mercier; video: Charles Carcopino; luces: Jacques Chatelet. Teatro Auditorio de San Lorenzo de El Escorial. Hasta el 9 de julio.
La infograf¨ªa de Carcopino juega un rol arbitral, pero se impone. A veces quiere ser el matizador de la danza, pero la suple, la supera en cualquiera de las acciones esc¨¦nicas propuestas. Este desequilibrio pesa sobre el resultado final, que es abigarrado, lento por momentos, largo en exceso y confuso en situaciones. Los chistes f¨¢ciles, la atm¨®sfera de cabaret y un cierto relajamiento en la materia bailada diluyen los buenos efectos. Es una parada que festeja una pintura, pero deviene una atropellada ristra fragmentada, potencialmente disponible a ser perfeccionada.
El juego pl¨¢stico acrob¨¢tico se despliega y es ah¨ª donde la decena de int¨¦rpretes se gana el aplauso y destacan las evoluciones. La propia Blanca asume el papel vedette, canta, gesticula y regodea el argumento de la mujer fatal, lo lleva al esperpento trucado de vodevil. Esto es otro ardid que a veces funciona y a veces no. Cabe preguntarse ?ocultan algo las escenas sueltas? ?Quiere Blanca Li hablar metaf¨®ricamente de otra cosa que no sea relativizar la pl¨¢stica del cuadro antiguo en el versado moderno? ?Hay un prop¨®sito ir¨®nico tras el descaro neoformalista donde se sit¨²a la acci¨®n? Puede ser, pero la primera sensaci¨®n es de vacuidad, de hilvanado recurrente, de simple manipulaci¨®n, hecha desde la destreza y la experiencia. Li est¨¢ en espl¨¦ndida forma, lo demuestra activamente en la hora y media que dura El jard¨ªn de las delicias. Ese sal¨®n quiere ser transitoriamente el centro de su mundo, y por momentos lo consigue. Se da la paradoja de que hay escenas magn¨ªficas junto a otras que no se sostienen. Cerca del final, dos momentos s¨ª muestran lo que puede dar esta artista: la lluvia de fresas y el desfile de modas, en ambas, sin recurrir a lo escatol¨®gico, Blanca modela el discurso hacia un refinado estadio superior, y en la escena final, cuando proyecciones y globos hacen de la magia tridimensional una verdadera pintura cin¨¦tica llena de belleza.
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