El hombre de los mil nombres
Bromeaba con el oficio de esp¨ªa, "la segunda profesi¨®n m¨¢s antigua del mundo". Se lo pod¨ªa permitir, ya que lo suyo era realmente la agitprop (agitaci¨®n y propaganda). Pod¨ªa cruzar fronteras clandestinamente y moverse entre sombras, pero prefer¨ªa la respetabilidad del burgu¨¦s, un bon vivant que se alojaba en grandes hoteles y alquilaba pisos en barrios finos.
De hecho, nuestro hombre destacaba por su ubicuidad. Los servicios secretos occidentales se reconoc¨ªan desconcertados con aquel personaje que viv¨ªa a todo tren. Fogueado en Berl¨ªn, Otto Katz estuvo en la primera l¨ªnea de la lucha contra el nazismo durante los a?os treinta, viajando entre Par¨ªs y Londres, entre Nueva York y Los ?ngeles. Figura en las cr¨®nicas de la politizaci¨®n de Hollywood y aparece igualmente en los textos de la guerra civil espa?ola. Hasta le implican en el asesinato de Le¨®n Trotski, aunque entonces Katz todav¨ªa no hab¨ªa desembarcado en M¨¦xico.
Lleg¨® a usar 21 seud¨®nimos para viajar y escribir. El FBI le describ¨ªa como "un hombre extremadamente peligroso"
Susurrante y seductor, Katz encarnaba la resistencia a Hitler. Hollywood se enamor¨® de su personaje, reconocible en Casablanca
Asombra que solo en 2010 se haya publicado un libro sobre su extraordinaria vida. En The dangerous Otto Katz (Bloomsbury), tambi¨¦n editado como The nine lives of Otto Katz, Jonathan Miles explica los motivos de que haya escapado de la mirada de los historiadores. El principal, la opacidad de los archivos rusos, que guardan los papeles de la era sovi¨¦tica, donde est¨¢n las claves de las operaciones de Katz. Al investigador le queda la opci¨®n de recurrir a los informes de sus enemigos. La Special Branch le vigilaba cada vez que visitaba Reino Unido, pero no ten¨ªa suficientes recursos y Katz disfrutaba d¨¢ndoles esquinazo.
Sab¨ªan que era un pez gordo: seg¨²n el servicio secreto brit¨¢nico, "el director de toda la pol¨ªtica comunista en Occidente". El FBI se contentaba con describirle como "un hombre extremadamente peligroso". La Prefectura de Par¨ªs solo cerr¨® su dossier en mayo de 1968, a pesar de que Katz oficialmente hab¨ªa sido ejecutado en 1952; quiz¨¢ no se cre¨ªan aquel final tan tajante. ?Qui¨¦n pod¨ªa estar seguro con Katz? Miles comienza su libro con el listado de los nombres 21 seud¨®nimos que us¨® para viajar, relacionarse y escribir.
Para hacernos una idea de la incertidumbre que le rodea: Diana McLellan, autora de Safo va a Hollywood (2000), est¨¢ convencida de que Otto se cas¨® con Marlene Dietrich poco despu¨¦s del final de la Primera Guerra Mundial y argumenta que pudo ser el padre de su hija Mar¨ªa. Seg¨²n Jonathan Miles, el cotejo de sus biograf¨ªas hace dif¨ªcil creer en una boda legal entre Otto y Marlene, aunque se sabe que ambos eran flexibles a la hora de situar su fecha de nacimiento. Esa relaci¨®n pasional y el matrimonio blanco con Rudolph Sieber- ayudan a entender la facilidad con que Katz entr¨® en Hollywood o el miedo de Marlene a que su hija fuera secuestrada. Ya en los cuarenta, ella tambi¨¦n ayudar¨ªa a conseguir un visado para que Otto pudiera retornar de M¨¦xico a Estados Unidos, cuando el FBI le ten¨ªa fichado como "agente de la Internacional Comunista y antiguo miembro de la OGPU", luego conocida como KGB.
Otto Katz hab¨ªa nacido en 1895 en Jistebnice, en Bohemia, entonces parte del imperio austroh¨²ngaro. De familia pr¨®spera y jud¨ªa, pas¨® por Praga antes de instalarse en Berl¨ªn. En los a?os veinte, la capital alemana era primera l¨ªnea del combate bolchevique por la revoluci¨®n mundial. Katz ejerc¨ªa de periodista y tambi¨¦n como gerente de la compa?¨ªa teatral de Erwin Piscator. Entr¨® en la ¨®rbita de Willi M¨¹nzenberg, el millonario rojo. C¨®mplice de Lenin en sus tiempos de Z¨²rich, desarroll¨® en Alemania un imperio medi¨¢tico, financiado -seg¨²n la mitolog¨ªa con los diamantes de la familia Romanov.
Elegante y sensualista, Otto se acomod¨® en la tela de ara?a de M¨¹nzenberg. Termin¨® como director de la sucursal alemana de Mezrabpom-Russ Films, productora y distribuidora que difund¨ªa pel¨ªculas como El acorazado Potemkin. En 1931 viaj¨® a Mosc¨², donde pas¨® dos a?os. Compatibiliz¨® sus obligaciones con cursos intensivos en la Escuela Internacional Lenin, la academia de los esp¨ªas comunistas. Algunos visitantes a la nueva Rusia advirtieron la crueldad del r¨¦gimen y la acobardada miseria de sus s¨²bditos. Todo lo contrario de Otto, que se comprometi¨® a fondo: ya era miembro del Partido Comunista Alem¨¢n (PKD) pero con su ingreso en el OGPU, el servicio secreto sovi¨¦tico, se puso al servicio directo del estalinismo.
Hoy nos resulta apabullante la credulidad de aquellos internacionalistas. Pero conviene tomar en cuenta las urgencias del momento: la inestabilidad de Europa, el ascenso de los fascismos, el crash de 1929. El marxismo-leninismo ofrec¨ªa soluciones y la promesa de un para¨ªso de los trabajadores. Era una religi¨®n reconfortante que atrajo incluso a la aristocracia: Otto colabor¨® con Hubertus, un cat¨®lico que ostentaba el t¨ªtulo de pr¨ªncipe de L?wenstein y que se hab¨ªa formado en los rituales secretos de la Orden de Malta. Katz demostr¨® tambi¨¦n tener un gancho irresistible para la clase alta brit¨¢nica: se discute todav¨ªa si en alg¨²n momento control¨® al c¨ªrculo de esp¨ªas de Cambridge, el grupo de Kim Philby. Otto era lo que ahora llamar¨ªamos un agitador cultural. Se transform¨® en escritor y/o compilador de libros de denuncia, como el famoso Libro marr¨®n del terror de Hitler y el incendio del Reichstag.
Para moverse entre intelectuales y pol¨ªticos resultaba ¨²til una leyenda de hombre de acci¨®n. Otto alardeaba de encontronazos con los hombres del Tercer Reich, pero hay una distancia entre esas batallitas y las acusaciones espec¨ªficas de violencia. Sus enemigos le situaban en el atentado contra Otto Strasser, un disidente nazi, que termin¨® con la muerte de un t¨¦cnico de radio. A¨²n m¨¢s remota es su posible implicaci¨®n en el final de Willi M¨¹nzenberg. Su padrino se fue desencantando de las consignas moscovitas. Fuera de la disciplina de Mosc¨², M¨¹nzenberg apareci¨® colgado en un bosque franc¨¦s.
Otto desemboc¨® inevitablemente en el cine anglosaj¨®n. En 1934 rescat¨® al actor Peter Lorre de una pensi¨®n parisiense y le llev¨® a Londres, donde hizo su primera pel¨ªcula en ingl¨¦s bajo la direcci¨®n de Alfred Hitchcock. El productor era Ivor Montagu, otro agente sovi¨¦tico. Al a?o siguiente, Otto lleg¨® a Hollywood con los datos en su agenda de abundantes exiliados alemanes: Lorre, Billy Wilder, Ernst Lubitch, Fritz Lang y, naturalmente, la Dietrich. La misi¨®n californiana era doble. Urg¨ªa extraer dinero a los ricos del cine y Otto pulsaba las cuerdas correctas: contaba fant¨¢sticas historias de la lucha clandestina y solicitaba ayuda para los refugiados de la Alemania de Hitler, aunque el dinero terminara finalmente en los cofres del partido.
Susurrante y seductor, Katz encarnaba la resistencia a Hitler. Hollywood se enamor¨® de su personaje: trasuntos suyos aparecen en varias pel¨ªculas. La m¨¢s celebrada es Casablanca, donde se le reconoce como Victor Laszlo, cabecilla de los resistentes checos, casado con Ilsa Lund (Ingrid Bergman). En Watch on the Rhine, su papel estaba a cargo de Paul Lukas, un h¨²ngaro que gan¨® as¨ª el Oscar al mejor actor en 1943, desbancando al previsible triunfador, el Bogart de Casablanca.
Otto llevaba adem¨¢s la medalla invisible de veterano de la Guerra Civil. Durante el levantamiento militar de 1936, Katz estaba en Barcelona. Telegrafi¨® a Hollywood para pedir ayuda con destino a la Cruz Roja espa?ola. Con permiso de Llu¨ªs Companys, registraba pisos y oficinas de supuestos agentes de la Gestapo y localizaba documentos que desembocar¨ªan en un libro llamado The nazi conspiracy in Spain. Mont¨® en Par¨ªs una agencia de prensa, Agence Espagne, famosa por su difusi¨®n de mentiras; Otto era despreciado por l¨ªderes republicanos como Andr¨¦s de Irujo por su desconocimiento de la realidad espa?ola. Serv¨ªa asimismo de cicerone para visitas de delegaciones extranjeras. El viaje pod¨ªa incluir una cita con Ernest Hemingway, que dispon¨ªa de comida y bebidas con toda garant¨ªa. A una de esas fiestas acudi¨® Arturo Barea, que explica en La forja de un rebelde su asco ante unos oportunistas que estaban en el Madrid sitiado por motivos particulares, solo ligeramente coincidentes con la supervivencia de la Rep¨²blica. Fue la ayuda militar de Stalin lo que permiti¨® que la guerra se alargara durante tres a?os, pero pagando un terrible tributo: la sovietizaci¨®n del Ej¨¦rcito Popular.
Como explic¨® el novelista Gustav Regler, voluntario en las Brigadas Internacionales, el campo republicano sufri¨® "la s¨ªfilis rusa, la enfermedad de los esp¨ªas". Agentes que ten¨ªan permiso para arrestar, torturar y ejecutar a enemigos pol¨ªticos, supuestos trotskistas como Andreu Nin. Hay una cruel simetr¨ªa en el hecho de que la mayor¨ªa de los hombres de Stalin en Espa?a fueran posteriormente eliminados por el zar rojo. Inicialmente, Otto se libr¨®. Pas¨® buena parte de la Segunda Guerra Mundial en Hispanoam¨¦rica, conspirando y organizando. Regres¨® a Europa a tiempo de unirse a los vencedores. En 1951 le detuvieron. Stalin necesitaba chivos expiatorios para cortar las ansias de independencia -a la yugoslava- de los pa¨ªses sat¨¦lite. Y Katz encajaba en demasiadas casillas: jud¨ªo, viajero, hedonista, inevitablemente relacionado con servicios secretos extranjeros. Entr¨® en el lote de la llamada "conspiraci¨®n de Sl¨¢nsky", 14 altas personalidades acusadas de traici¨®n y espionaje. Una pesadilla inmortalizada por uno de los supervivientes, Artur London (viceministro de Asuntos Exteriores), en el libro La confesi¨®n, base de una pel¨ªcula de Costa Gavras con gui¨®n de Jorge Sempr¨²n.
Otto se ofreci¨® inmediatamente a confesar lo que fuera necesario. Aun as¨ª, sus captores le maltrataron durante varios d¨ªas. Le esperaba la pena de muerte, junto con 10 de sus desdichados compa?eros; tres fueron condenados a cadena perpetua. En sus ¨²ltimas palabras a los jueces introdujo una cita literaria que sus verdugos no captaron: unas l¨ªneas de El cero y el infinito, la novela del h¨²ngaro Arthur Koestler sobre las purgas de Mosc¨². Sabedor de que el r¨¦gimen de Praga estaba radiando fragmentos del juicio, esperaba que sus amigos occidentales pillaran la referencia e hicieran algo por salvarle. No hubo tiempo. Cinco d¨ªas despu¨¦s, los 11 reos fueron ahorcados. Hay una coda particularmente desagradable. Se incineraron los cad¨¢veres de los traidores y los restos acabaron en un saco. Hab¨ªa unos polic¨ªas encargados de esparcir las cenizas en un r¨ªo, pero el invierno de 1953 result¨® especialmente crudo: las aguas estaban heladas. Los ateridos funcionarios debatieron si val¨ªa la pena hacer un agujero. Optaron por diseminar las cenizas por la carretera. Un a?o despu¨¦s fallec¨ªa Stalin y comenzaba un breve deshielo del bloque comunista.
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