El terremoto ciudadano
Tomas de colegio y universidades, bicicletadas nudistas, huelgas de hambres y bloqueos de ciudades enteras. Nunca, ni en la fervorosa unidad popular ni en el ¨¦pico plebiscito que termin¨® con la dictadura, tanta gente se hab¨ªa manifestado en las calles de Chile. Los motivos de las protestas son tan diversos como las formas de protestar. Van desde la posible instalaci¨®n de una central hidroel¨¦ctrica en la Patagonia, hasta la reforma radical de un sistema educacional, pasando por la implementaci¨®n de m¨¢s ciclov¨ªas, o las condiciones de vida de un elefante que jubil¨® de un circo.
Al terremoto geol¨®gico le ha seguido uno ciudadano, cuyo principal damnificado ha sido el palacio de la Moneda y su arrendatario, el presidente Pi?era, quien en estos d¨ªas solo alcanza el 36% de aprobaci¨®n. Y es que tampoco le ha ido bien al Congreso, donde reina la oposici¨®n concertacionista, una Concertaci¨®n que no alcanza ni el 25% de aprobaci¨®n ciudadana. En medio de los gritos, no ha faltado quien compare estas manifestaciones con el movimiento de los indignados de la Puerta del Sol. Ambos comparten la misma mezcla asombrosa de reivindicaciones extremadamente dom¨¦sticas con otras sorprendentemente metaf¨ªsicas, de pacifismo inicial y de violencia final. Los dos unen a ecologistas, comunistas y anarquistas con ciudadanos sin militancia que intuye que es dif¨ªcil que un Gobierno dirigido por los mismos haga algo diferente. Los dos movimientos son frutos de una ciudadan¨ªa esc¨¦ptica y sobreinformada que tiene las herramientas tecnol¨®gicas suficientes como para saber instant¨¢neamente que muchos est¨¢n como ellos.
Nunca antes se hab¨ªa manifestado tanta gente en Chile, alentados por la gran desigualdad social
Los dos movimientos, tanto los indignados espa?oles como el de los disconformes chilenos marcado, son hijos de la segunda fase de la revoluci¨®n tecnol¨®gica. Una revoluci¨®n que pas¨® del reinado del computador personal y el blog, herramientas que sol¨ªan ser solitarias, al del tel¨¦fono m¨®vil y las redes sociales; herramientas fatalmente comunitarias. Medios posmodernos que, sin embargo, han resucitado un debate que se parece vertiginosamente a los que sosten¨ªan los personajes de Ch¨¦jov a comienzos del siglo XX: ecologismo, socialismo ut¨®pico, nudismo, nihilismo. Todo ello mezclado con un sentimiento de ansiedad generalizado por algo que va a venir pero no se sabe qu¨¦ es.
Un debate que tiene, sin embargo, otro comp¨¢s en Chile, distinto al de Espa?a. Porque mientras Espa?a sufre una de las peores crisis de sus ¨²ltimos 30 a?os, Chile crece al 6%. Porque mientras el indignado de la Puerta del Sol ve recortados sus derechos y sus expectativas todos los d¨ªas, el disconforme chileno es muchas veces el primero en su familia en estudiar en la Universidad y el primero en viajar al extranjero. Si hemos de seguir jugando al peligroso juego de las comparaciones internacionales, la rebeli¨®n chilena se parece m¨¢s bien a una versi¨®n moderada de las protestas en el mundo isl¨¢mico. Ellas tambi¨¦n fueron fruto de una clase media que vio mejorar su nivel de vida en un pa¨ªs donde los medios de comunicaci¨®n y la clase pol¨ªtica poco o nada incorporaron sus demandas de representaci¨®n. Democracias protegidas o francamente autoritarias, sociedades de castas, cansadas de ver impotentes por Internet o la televisi¨®n por cable que el chantaje al cual las somet¨ªan sus l¨ªderes no era normal ni natural.
Mientras los indignados espa?oles son los n¨¢ufragos de un sistema que hizo agua, los disconformes chilenos son el costo inesperado de un experimento -el de la implementaci¨®n de un neoliberalismo atenuado por pol¨ªticas asistenciales- que est¨¢ empezando a dar frutos inesperados. Y es quiz¨¢s lo m¨¢s interesante del movimiento; la desigualdad abismante de la sociedad chilena (la m¨¢s desigual de la OCDE, por encima de Turqu¨ªa y M¨¦xico) ha dejado de ser una herramienta de control para las ¨¦lites, y ha pasado a convertirse en un factor de descontrol. As¨ª, reivindicaciones aparentemente tan lejanas como la preservaci¨®n del paisaje virgen de la Patagonia chilena se convierten, moduladas por una poblaci¨®n descontenta de su lugar dentro de la inamovible escala social, en una protesta contra los monopolios empresariales y su poder sobre la pol¨ªtica y la prensa. Bajo esta l¨®gica, la lucha por el matrimonio gay se convierte tambi¨¦n en una lucha contra la desprestigiada Iglesia -hundida en una serie de casos de abusos a menores- y su veto moral sobre el concubinato y la sexualidad adolescente. Entonces, los colegios agrietados por el terremoto y que a¨²n no han sido reconstruidos les permiten a sus alumnos pedir un cambio en la Constituci¨®n que apele a la reestatizaci¨®n de la educaci¨®n chilena.
"De la sala de clase a la lucha de clase", reza un cartel en el Liceo de Aplicaci¨®n, reci¨¦n tomado por sus estudiantes. Mientras, los chilenos, con un fervor tambi¨¦n in¨¦dito, compran y consumen sin complejo ni culpa m¨¢s y m¨¢s electrodom¨¦sticos, al mismo tiempo que se sienten en el derecho, y quiz¨¢s en el deber, de impedir la instalaci¨®n de una planta de energ¨ªa hidroel¨¦ctrica que facilitar¨¢ sus vidas. Quiz¨¢s tampoco quiera ya esta ciudadan¨ªa curiosamente despierta que le faciliten la vida. Quiz¨¢s no quiera esperar a estar indignada, como ya lo est¨¢n los espa?oles, para preguntarse ?por qu¨¦?, ?c¨®mo?, ?cu¨¢ndo? Y sobre todo, ?cu¨¢nto?
Rafael Gumucio es escritor chileno.
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