Un chofer de ambulancia que llegaba a tiempo
Durante la Primera Guerra Mundial, cuando no lo aceptaron en el Ej¨¦rcito de Estados Unidos por un problema de la vista en su ojo izquierdo, Hemingway fue voluntario en la Cruz Roja y lo enviaron a Italia donde fue el chofer de una ambulancia. Su trabajo era llegar a tiempo y conducir a los heridos al hospital. Un d¨ªa ¨¦l mismo result¨® herido por un mortero que incrust¨® de esquirlas una de sus piernas y no pudo conducir m¨¢s su propia ambulancia. Aquella vez fue su primera guerra, Italia lo condecor¨® con una medalla y hasta se enamor¨® de una enfermera en el hospital de Mil¨¢n, quien luego rechazar¨ªa su propuesta de matrimonio y se casar¨ªa con un soldado italiano. M¨¢s herido por el amor no correspondido que por el mortero, el chofer de ambulancias se inspirar¨ªa en parte de este fracaso para escribir su novela Adi¨®s a las armas. Hemingway no ve¨ªa bien, pero gozaba de una gran visi¨®n del panorama y del detalle que son parte de su estilo narrativo. Se supone que un chofer de ambulancias debe tener un sentido coordinado de la urgencia y la velocidad para salvar una vida, y no s¨®lo la pericia de un profesional de las curvas. Hemingway lo empez¨® a ejercer en sus cr¨®nicas period¨ªsticas, que hab¨ªa empezado a escribir un a?o antes en el Kansas City Star, cuando a¨²n no hab¨ªa cumplido la mayor¨ªa de edad. Y no dej¨® de escribirlas desde Europa hasta ?frica, desde Am¨¦rica hasta Asia, hasta sus ¨²ltimos a?os en que la idea del suicidio lo venci¨®.
The Heming-way of life, ese vitalismo traducido en su personalidad publicitaria y teatral en su pasi¨®n temprana por actividades musculares -como la caza, la pesca, el boxeo o su afici¨®n posterior por las corridas de toros- obligan a asomarse a ¨¦l desde la exageraci¨®n y por ende tambi¨¦n desde el mito, la caricatura, el malentendido. Consecuente con esa formaci¨®n que le debi¨® a su padre, quien le inculc¨® todas las actividades f¨ªsicas no como un modo de entretenimiento infantil y adolescente, sino como una ¨¦tica de mejora personal ejercida desde la disciplina del cuerpo, en Hemingway no predominaba el cronista de escritorio sino uno a quemarropa, el que busca ser testigo del d¨ªa D. En su juventud se acerc¨® al periodismo m¨¢s como una ocupaci¨®n alimenticia y, conseguida ya su celebridad como novelista, volvi¨® a ¨¦l como un modo de estar cerca de la guerra. Hemingway siempre quiso ser escritor de ficci¨®n y, sin desde?ar del todo sus reportajes, s¨®lo tuvo otra valoraci¨®n sobre ellos: "Los reportajes que he escrito no tienen nada que ver con la literatura -le escribe a Louis Henry Cohn-. Un escritor tiene derecho a elegir lo que quiere publicar. Si ha ganado el pan haciendo de reportero y aprendido el oficio escribiendo cosas contrarias a su gusto y antes temporales que permanentes no debe luego desenterrar todo esto con el prop¨®sito de escribirlo mejor".
Su estilo period¨ªstico apuesta por la sencillez y nunca renuncia a la amenidad. Hemingway repetir¨¢ una y otra vez su agradecimiento con las normas de estilo del Kansas City Star, donde public¨® una docena de textos en los que predominan las frases breves y la austeridad en los adjetivos, al punto de atribuirle una gran deuda en su oficio de escribir.
Fuera de una que otra miniatura genial a las que les dedica sus art¨ªculos, sobre todo en su etapa del Toronto Star -el dilema de dar propina a los carteros, un verdugo en Francia, sus aventuras de gourmet-, sus mejores textos para revistas tan diversas como Esquire, Collier o Life tienen sobre todo conocimiento y mirada. Hemingway conoc¨ªa tanto de t¨¢ctica y estrategia militares como de las leyes f¨ªsicas de una bala incrustada en el cuerpo y de la fisiolog¨ªa y etolog¨ªa de un pez espada en el oc¨¦ano. De cuando en cuando, en medio de las guerras, vuelve siempre a publicar una cr¨®nica sobre pesca o caza. Pero sobre todo se esfuerza por ser testigo y explicarnos lo que no entendemos y la prensa tradicional de entonces no nos explica bien de la geopol¨ªtica. Londres se defiende de los aviones con piloto autom¨¢tico es, en ese sentido, una de sus cr¨®nicas maestras de la guerra, un texto donde hace convivir en un relato ¨¢gil y con vuelo literario miniperfiles de militares, la tecnolog¨ªa a¨¦rea, digresiones sobre censura informativa y ciertas ideas sobre el boxeo y la cr¨®nica deportiva.
Hemingway, el exconductor de ambulancias durante la Primera Guerra Mundial, tampoco pudo dejar de retratarse a s¨ª mismo ni las tragedias a trav¨¦s de otros personajes. Es un observador extraordinario y maduro, y sabe saltar de la fisonom¨ªa al car¨¢cter, y de la personalidad a la historia, tanto con gente de a pie como con Mussolini. Una de sus cr¨®nicas m¨¢s memorables en ese sentido es Los choferes de Madrid, en la que Hemingway dibuja la atm¨®sfera de la guerra civil espa?ola durante 19 d¨ªas de bombardeo retratando a unos hombres cuyo trabajo era movilizar al cronista a donde fuese necesario para que cumpliera sus deberes de corresponsal de la North American Paper Alliance. En esta cr¨®nica, Hemingway exhibe un estilo vivo, el humor negro y su mirada reveladora de la calle como un estado de ¨¢nimo.
En medio de su narraci¨®n, nos cuenta que uno de los choferes "se asemejaba a un enano de un lienzo de Vel¨¢zquez metido en un mono azul, le faltaban varios dientes, mostraba vivos sentimientos patri¨®ticos y le gustaba el whisky escoc¨¦s". Otro de sus choferes acab¨® preso por desaparecer con toda la gasolina. De un tercero, escribe: "Usaba un lenguaje tan obsceno que desconfiaba uno de su propio ¨®rgano del o¨ªdo las m¨¢s de las veces. Era muy valiente pero ten¨ªa el defecto de conducir mal. Pod¨ªa guiar el veh¨ªculo en segunda y no atropellaba a nadie, probablemente, a que su vocabulario her¨ªa los o¨ªdos de los viandantes y los hac¨ªa huir de la calzada". Y de otro, el ¨²ltimo de todos, Hemingway sentencia: "Todo el tiempo que estuvo con nosotros se mostr¨® puro igual que el bronce de una buena campana, y constante y puntual como un reloj de la estaci¨®n de ferrocarril. Su personalidad hac¨ªa pensar que Madrid no podr¨ªa ser conquistada aun cuando hubiese posibilidad de hacerlo".
Al final, a trav¨¦s de un di¨¢logo austero, nos cuenta que su chofer favorito, Hip¨®lito, no acept¨® recibir ning¨²n dinero de ¨¦l. "Lo hemos pasado muy bien juntos -le dijo-. Y eso ya es suficiente".
En sus ¨²ltimos a?os, a Hemingway, la revista Life lleg¨® a pagarle noventa mil d¨®lares por un art¨ªculo. Pero a ¨¦l le gustaba contar historias de gente como aquel chofer que un d¨ªa acaba convirtiendo su coche en una ambulancia llevando al hospital a tres mujeres heridas por una explosi¨®n y al que tambi¨¦n acaba agradeciendo por haber cambiado su idea del arte de la maledicencia y la blasfemia.
Julio Villanueva Chang (Lima, 1967) es autor del libro Elogios criminales (Mondadori. M¨¦xico, 2008) y fundador de la revista Etiqueta Negra.
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