La dama del armi?o
Ahora que he conseguido que se pongan ustedes a leer este art¨ªculo creyendo que hablar¨¦ de Leonardo, pienso aprovechar para poner sobre el tapete nuestra escasa imaginaci¨®n. Ya ven qu¨¦ f¨¢cil. Basta dar con la palabra adecuada y caemos en la trampa, pues ?qui¨¦n podr¨ªa resistirse a leer sobre el gran maestro, uno de los creadores m¨¢s citados de la historia del arte occidental, el m¨¢s misterioso, y sobre todo el m¨¢s medi¨¢tico, super trending topic donde los haya?
Les dir¨¦ que aunque me apasiona por lo morboso que siempre le impregna, personalmente empiezo a estar empachada de tanto Leonardo -no lo confesar¨¦ jam¨¢s en p¨²blico, claro. Estoy harta de que su sombra alargada nos impida mirar al resto; harta de esas excepciones positivas del top ten que nos meten por los ojos sin piedad; harta de nuestra historia del arte que nos impone a los "genios", quienes son siempre los m¨¢s medi¨¢ticos, las im¨¢genes m¨¢s reproducidas. Aqu¨ª radica el secreto y es aplicable a los que dicen que "no entienden el arte actual": si hubi¨¦ramos visto las obras de Joseph Kosuth tantas veces como hemos visto la Gioconda, seguro que no tendr¨ªamos problema para relacionarnos c¨®modos con la producci¨®n cumbre del artista conceptual americano, Uno y tres martillos. As¨ª que, menos mal, no es que haya cogido man¨ªa a Leonardo: lo que me agobia es la obsesi¨®n por no hablar de otra cosa. Lo que me exaspera es nuestra terrible costumbre de preferir el reconocimiento frente al conocimiento. Somos aburridos porque somos previsibles y, m¨¢s importante a¨²n, vivimos prendidos de las apariencias. Iba pensando estas cosas el otro d¨ªa, de vuelta a casa despu¨¦s de haber visitado la estupenda exposici¨®n Tesoros en las colecciones polacas. Siglos XV-XVIII del Palacio Real con un m¨¦dico, reputado especialista de paseo por Madrid desde Nueva York, cuyo cuidado me hab¨ªa encomendado una amiga. Como no sab¨ªa d¨®nde llevarle antes de cenar, pens¨¦ que esa muestra era una buena idea incluso para un no especialista -al menos podr¨ªa ver a Leonardo. Todo el mundo, incluida yo que soy una obsesiva, estaba ansioso por ver la obra cuya llegada fue, por cierto, descrita en mayo con un toque estupendo de iron¨ªa por ?ngeles Garc¨ªa en las p¨¢ginas de este diario: era tanta la seguridad que rodeaba el traslado de La dama del armi?o que se parec¨ªa m¨¢s bien al viaje de un microfilme nuclear antes de la ca¨ªda del muro. En las salas cada mirada y cada atenci¨®n se centraba en el retrato como si el resto no estuviera y los visitantes esper¨¢bamos constatar con nuestros propios ojos la belleza esquiva del "gran maestro". En medio de la visita tropezaba con un querido amigo, muy fr¨ªvolo, cuyo comentario me devolv¨ªa a la realidad: "?No te parece igualita a Carla Bruni?" -dec¨ªa frente a La dama del armi?o. As¨ª que se trataba de eso. ?Es el cuadro tan medi¨¢tico porque se parece a una ex top model glamourosa? Trataba de traducir la boutade a mi acompa?ante, quien entre risas confesaba: "La verdad, prefiero el Rembrandt". Muy buen ojo el del doctor, porque la delicad¨ªsima y sorprendente Ni?a en un marco es una de las obras m¨¢s especiales de la muestra. Luego, en la cena, el m¨¦dico estadounidense me confesaba su pasi¨®n hacia los retratos. Incluso me contaba c¨®mo hab¨ªa participado en la reciente campa?a de donaciones por Internet para la restauraci¨®n del precioso retrato an¨®nimo de Ana Bolena, de mediados del XVI, que ha puesto en marcha la National Portrait Gallery de Londres. ?Y yo que cre¨ªa hallarme frente a un ignorante! Ya ven que no hay que fiarse de las apariencias. Igual La dama del armi?o no es el mejor de los tesoros polacos expuestos en el Palacio Real.
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