Esc¨²chame, as¨ª viv¨ª el 18 de julio
La Guerra Civil no comenz¨® para todos el mismo d¨ªa. El golpe se ejecut¨® entre el 17 y el 21 de julio de 1936. Testigos de aquel momento narran para EL PA?S c¨®mo les lleg¨® la noticia y lo que hicieron. dos excombatientes de los bandos enfrentados sellan su encuentro con un abrazo
La mayor¨ªa recuerda aquel s¨¢bado 18 de julio de 1936 como un d¨ªa de mucho calor. Un calor espantoso. Pasados muchos a?os, abuelas de C¨®rdoba contaban a sus nietos para un trabajo del instituto que "la gente sab¨ªa que iba a empezar la guerra porque unos d¨ªas antes corr¨ªan estrellas por el cielo". La memoria de aquel fin de semana es imprecisa y hay una raz¨®n que lo explica: el inicio de la guerra, o el golpe, no acaeci¨® para todos el mismo d¨ªa, ni a la misma hora. Cuando testigos a¨²n vivos echan la vista al pasado, 75 a?os atr¨¢s para ser exactos, sit¨²an el comienzo de la contienda el d¨ªa en el que vieron alg¨²n muerto por la calle o tuvieron noticias por sus padres de que algo grave estaba pasando en Espa?a. A casi todos, la noticia les lleg¨® por los peri¨®dicos (previa censura) y, sobre todo, por la radio.
Emilio Caballero se encontr¨® la guerra de bruces: de trabajar en el campo a llevar una escopeta en un cami¨®n
Jos¨¦ Utrera Molina jugaba al f¨²tbol el d¨ªa 18 en M¨¢laga cuando oy¨® algo parecido a unos fuegos artificiales
Carmen Arrojo escuch¨® el discurso de La Pasionaria. Su padre le dijo a su madre: "La chica no sale de casa"
"Hay una notable dispersi¨®n de testimonios orales. No existe un gran centro de la memoria", dice Pere Ysas
"El problema est¨¢ en la calle. ?Qu¨¦ historia de la Guerra Civil nos han contado? ?Qui¨¦n ha le¨ªdo un libro?"
Jos¨¦ Luis Rodr¨ªguez form¨® parte de las primeras tropas que entraron en Madrid el 30 de marzo
Alfredo Salas se form¨® como observador de bombarderos en Rusia. No entr¨® en combate por falta de aviones
No fue el caso de Emilio Caballero, que vive en Par¨ªs desde hace muchos a?os. ?l se encontr¨® de bruces con la guerra: estaba trabajando en el campo cuando le vinieron a llamar porque unos guardias civiles se estaban llevando gente. Sucedi¨® en Mahora, provincia de Albacete. Pudo ser entre el 19 y el 25 de julio, porque all¨ª la sublevaci¨®n dur¨® una semana y termin¨® fracasando. La cuesti¨®n es que Emilio Caballero se encontr¨® en un cami¨®n con una escopeta en la mano. No recuerda mucho m¨¢s. Todo lo que hab¨ªa hecho hasta entonces era pintar la hoz y el martillo en algunas tapias del pueblo. Poco despu¨¦s estaba en Teruel defendiendo junto a varios compa?eros un nido de ametralladora que no sab¨ªa manejar. Se salvaron dos. "Nos abrasaron", dice. Fue un superviviente durante a?os: form¨® parte de una brigada mixta que actu¨® durante la guerra como fuerza de choque. Pas¨® a Francia. Luego fue enviado al campo de concentraci¨®n de Gusen, vecino a Mauthausen, el campo en el que solo uno de cada nueve prisioneros salv¨® la vida. Y ¨¦l super¨® todos esos obst¨¢culos. Tiene 94 a?os y su mujer advierte que no se le haga hablar mucho porque ya se cansa.
As¨ª que Emilio Caballero se encontr¨® con la guerra de cara un d¨ªa impreciso de mediados de julio. Probablemente no fue el d¨ªa 18. S¨ª lo fue para Jos¨¦ Utrera Molina, que ten¨ªa 10 a?os aquel d¨ªa y se encontraba jugando al f¨²tbol cuando escuch¨® lo que parec¨ªan unos fuegos artificiales. En M¨¢laga, la sublevaci¨®n dur¨® dos d¨ªas y fracas¨®. Recuerda una sensaci¨®n extra?a las primeras horas, la preocupaci¨®n de sus padres por otros miembros de la familia que resid¨ªan en distintos puntos de Espa?a, la impotencia a la hora de comunicar con ellos, la falta de noticias. Supo que a las 48 horas de aquellas explosiones, al padre de su amigo Ignacio Burgos lo tiraron a la calle por un balc¨®n. Para Jos¨¦ Utrera, presidente de la Fundaci¨®n Francisco Franco, dos veces ministro con Carrero Blanco (Vivienda y Secretar¨ªa General del Movimiento), el comienzo de la guerra signific¨® siete meses encerrado en casa sin salir.
La sublevaci¨®n estall¨® el d¨ªa 17 en Melilla. El 17 a las 17 horas fue la orden de salida emitida por el general Mola. Seg¨²n algunos historiadores, el citado general concedi¨® cierta flexibilidad a los destacamentos de las dem¨¢s provincias para que cada cual eligiera seg¨²n las circunstancias la fecha y la hora en la que pod¨ªan divulgar el bando de guerra. Otros autores sostienen que la dispersi¨®n de fechas fue consecuencia de cierta incompetencia por parte de los sublevados. Por lo que respecta al d¨ªa 18 de julio, aquel d¨ªa solo se sublevaron cinco capitales de provincia; la mayor parte (24) lo hizo el d¨ªa 19, si bien una mayor¨ªa durante la madrugada del 18 al 19, seg¨²n las cifras que aporta el historiador Francisco Al¨ªa Miranda en su libro Julio de 1936 (editorial Cr¨ªtica), uno de los m¨¢s recientes sobre el golpe.
Aquel fin de semana de mediados de julio de 1936 hubo normalidad en algunas partes de Espa?a. En otras, tiroteos y v¨ªctimas. El domingo 19, mucha gente acudi¨® a las playas de la Albufereta y de San Juan en Alicante, seg¨²n cuenta la prensa local. No muy lejos de Madrid, en la sierra de Navacerrada, se celebr¨® la tradicional prueba ciclista de la Subida a los Puertos, que se adjudic¨® el ciclista sevillano Antonio Montes. El lunes 20 abrieron los comercios en muchos puntos de Espa?a como si tal cosa. El 21 hubo mercado en Madrid, el principal objetivo de los sublevados: se hab¨ªa producido ya el asalto al cuartel de la Monta?a con un tr¨¢gico balance de muertos.
Las noticias se extendieron por la radio al resto de Espa?a de una forma confusa y contradictoria, porque junto a la sublevaci¨®n sobrevino una campa?a propagand¨ªstica por ambas partes. Cada uno utiliz¨® las ondas en su provecho: los sublevados, para anunciar su victoria, y el Gobierno, para afirmar que una sublevaci¨®n hab¨ªa estallado en ?frica y estaba siendo eficazmente neutralizada. El historiador Francisco Al¨ªa cuenta c¨®mo la exclusiva del golpe lleg¨® antes al extranjero que a Espa?a, merced a un cable enviado por Lester Zifren, el corresponsal de United Press en Madrid. Utiliz¨® unas palabras clave para evitar la censura. Donde se refer¨ªa a la enfermedad de su madre quiso decir lo siguiente, una vez traducido el mensaje: "Legi¨®n extranjera de Melilla se subleva. Declarada la ley Marcial".
Las comunicaciones por tel¨¦fono quedaron interrumpidas tras el golpe. Entre Madrid y Barcelona, donde los milicianos lograron evitar la revuelta en numerosos enfrentamientos armados, no se restablecieron hasta el d¨ªa 22 de julio. Ese d¨ªa se firmaron largas colas en la central telef¨®nica de gente que buscaba noticias de sus familiares en otras partes de Espa?a.
La radio vacil¨® durante horas. Hubo demasiado optimismo. "De nuevo habla el Gobierno para confirmar la absoluta tranquilidad en toda la Pen¨ªnsula", escuch¨® Carmen Arrojo el 18 de julio en su casa de la calle de Bail¨¦n (Madrid), donde a¨²n vive a sus 93 a?os. Recuerda la orden que le dio su padre a su madre al escuchar los mensajes: "La chica, que no salga de casa". Y recuerda sobre todo el discurso de Dolores Ib¨¢rruri, Pasionaria, por radio a ¨²ltima hora, cuando sell¨® el famoso "?No pasar¨¢n!". "No era una sublevaci¨®n. Era una guerra", afirm¨® su padre, interventor en el Ayuntamiento. Carmen, con 18 a?os y perteneciente como su hermano a las Juventudes Socialistas, convenci¨® a su madre para que la dejara salir a comprar v¨ªveres. Su hermano se hab¨ªa marchado a Navalperal para incorporarse a las milicias, "porque pensaban que las fuerzas de los sublevados vendr¨ªan por el Norte". Durante aquel paseo por las calles de Madrid se acerc¨® a la plaza de San Andr¨¦s, donde vio a unos falangistas refugiados en el interior de una iglesia pegando tiros a la calle. Tiempo despu¨¦s, su casa de Bail¨¦n se convirti¨® en un observatorio de artiller¨ªa y ella, con 18 a?os, termin¨® organizando un comedor para combatientes primero, varios talleres de confecci¨®n m¨¢s tarde y una guarder¨ªa para ni?os hu¨¦rfanos por los bombardeos bien avanzada la guerra. La voz de Carmen fluye todav¨ªa con un aire juvenil y a la memoria no le falla un detalle.
La sublevaci¨®n triunf¨® en Galicia el 20 de julio. En una misma jornada cayeron las cuatro provincias. "Esos d¨ªas el cielo se puso rubio (rojo)", recuerdan en la casa de Ferreir¨®s de Arriba donde vive Daniel Visu?a, m¨¢s conocido en el pueblo como Benito. A sus 99 a?os es el ¨²ltimo natural de O Courel vivo de los que formaron en las columnas gallegas que marcharon hacia Asturias. El Ayuntamiento de Folgoso do Courel, en el sureste de Lugo, fue tomado por la Guardia Civil y falangistas al mando del capit¨¢n L¨®pez de Haro. Daniel Visu?a no fue precisamente voluntario: "Voluntario, hostias. De aqu¨ª llevaron a O Courel entero, y yo ven¨ªa de hacer la mili en Marruecos". Fue soldado de infanter¨ªa, jefe de cocina en Teruel y acab¨® entrando en Barcelona. La metralla que le surca la frente no sabe de d¨®nde vino.
Dos parroquias m¨¢s abajo, en Seoane do Courel, vive todav¨ªa Jos¨¦ Isauro Parada, de 90 a?os, otro de los ¨²ltimos voluntarios gallegos de la Guerra Civil. "?Era usted franquista?". "Era, claro. Por nada. Ten¨ªa 15 a?os, aqu¨ª se supo que empez¨® el jaleo por la radio. Para enterarnos fue uno de Seoane a Quiroga [junto a Pedrafita, otro de los ayuntamientos de O Courel] con una pistola peque?a en el bolsillo del chaleco. Luego esto se llen¨® de soldados, y los que estaban del lado de los comunistas marcharon todos". Parada sali¨® de Ferrol en 1938, par¨® en Palma de Mallorca y acab¨® en Cartagena, ya con la guerra terminada. "No dispar¨¦ una sola vez, pero en Cartagena me obligaron a ver c¨®mo fusilaban a dos presos republicanos. Uno era de Ferrol. A ese hubo que pegarle cuatro tiros". Parada acab¨® de cartero en la Comandancia de Cartagena.
El estallido de la guerra no pareci¨® ser una sorpresa para nadie en Espa?a. Un clima de sublevaci¨®n antecedi¨® al 18 de julio. El propio golpe tard¨® en ejecutarse entre el d¨ªa 17 y el d¨ªa 21 de julio. Nadie discute que la sublevaci¨®n militar fue un suceso esperado. Al Gobierno hab¨ªan llegado numerosas noticias de encuentros entre jefes militares, de transporte de armas por la frontera de Navarra para nutrir a los requet¨¦s. Era un golpe anunciado y de ah¨ª se derivan algunos traslados de altos mandos y c¨®mo el Gobierno se procur¨® a militares fieles en los principales acuartelamientos de Madrid.
La guerra tard¨® en convertirse en parte de la vida cotidiana de los espa?oles hasta que pudiera hablarse de frentes, de movimientos de tropas, de reclutamiento. Jos¨¦ Luis Rodr¨ªguez Vi?als ten¨ªa 16 a?os aquel 18 de julio. Pasaba el verano en un cortijo cerca de Montemol¨ªn, al sur de Badajoz. Preparaba el ¨²ltimo curso de bachillerato con un p¨¢rroco de Zafra. Le habr¨ªa gustado ser m¨¦dico. Recuerda una ma?ana con cortes de luz: "Ser¨ªa mi madre quien puso la radio, recuerdo que se trataba de una de la marca Emerson y escuch¨¦ noticias no habituales. Recuerdo tambi¨¦n que la radio emit¨ªa m¨²sicas militares por la tarde. Y recuerdo a mis padres preocupados".
Dos o tres d¨ªas despu¨¦s lleg¨® a su casa una cuadrilla de hombres armados con escopetas para llevarse a su padre a presentarse ante el comit¨¦ local. Jos¨¦ Luis le acompa?¨®. Su padre suplic¨® ser encerrado en el Ayuntamiento de Montemol¨ªn y accedieron a su s¨²plica. "Cuando vi a unas mujeres echando gasolina junto a la puerta del Ayuntamiento, qued¨¦ vacunado del todo", confiesa Jos¨¦ Luis Rodr¨ªguez. Algunas personas evitaron aquel conato de incendio y su padre lleg¨® a ser liberado posteriormente cuando Badajoz pas¨® a manos de los sublevados. Unos a?os antes, Jos¨¦ Luis hab¨ªa sido testigo de c¨®mo una turba "acuchillaba de todas las formas posibles a un guardia civil que termin¨® desangrado casi a mis pies" y c¨®mo semanas despu¨¦s un grupo de gente despavorida pu?o en alto hac¨ªan de las suyas por las calles de Zafra. "Mi padre vio llegar con optimismo la Rep¨²blica, pero poco despu¨¦s comenz¨® a quejarse de lo que estaba sucediendo en la provincia: quema de siembras, tala de ¨¢rboles, palizas, muertes, agresiones, quema de iglesias. Puedo decir que para entonces lo hab¨ªa visto todo".
Alfredo Salas ten¨ªa un a?o m¨¢s que Jos¨¦ Luis. Viv¨ªa en Madrid, en la calle de Eloy Gonzalo. Hab¨ªa acabado en junio sus estudios de bachillerato. Tambi¨¦n quer¨ªa ser m¨¦dico. De los 15 compa?eros de clase del Instituto Escuela, donde estudiaba, ligado a la Instituci¨®n Libre de Ense?anza, seis terminaron siendo m¨¦dicos. ?l era el peque?o de 10 hermanos. Recuerda por aquel entonces la confusi¨®n de noticias en Madrid, el sonido de algunos disparos, pasear con su novia y ver algunos muertos en la calle, probablemente fusilados. "Recuerdo un clima de terror aquellos d¨ªas". El comienzo y el final de la guerra le pill¨® en su casa de la calle de Eloy Gonzalo.
Jos¨¦ Luis fue reclutado por el ej¨¦rcito de Franco en 1938, cuando cumpli¨® los 18 a?os. Su instrucci¨®n apenas dur¨® unas semanas, "lo suficiente para aprender el manejo de un fusil y de las bombas de mano". A mediados de noviembre fue enviado al frente de Madrid. All¨ª estuvo hasta el final de la guerra. Alfredo tuvo un recorrido m¨¢s largo. "Se evacu¨® Madrid en noviembre", recuerda. Su familia se traslad¨® a Denia (Alicante), y all¨ª su amigo R¨®mulo Negr¨ªn, hermano del l¨ªder socialista Juan Negr¨ªn [que m¨¢s tarde fue jefe del Gobierno republicano], le convenci¨® para hacerse piloto. Nunca hab¨ªa volado. El hecho de tener estudios le permiti¨® superar un examen. Y as¨ª acab¨® en Mosc¨² tras un largo viaje y un primer periodo de formaci¨®n de tres meses. Nuevo examen para ser piloto de caza, que suspende en las pruebas f¨ªsicas, ante lo cual debi¨® continuar su aprendizaje como observador de bombarderos durante casi seis meses.
Son testigos vivos. Memoria de aquella guerra, de la "guerra de nuestros abuelos", como titul¨® el profesor Aurelio Mena Herrero un trabajo que mand¨® realizar en 1995 a sus alumnos de bachillerato del instituto Mariano Jos¨¦ de Larra, de Aluche (Madrid). Aurelio le pidi¨® a los estudiantes que entrevistaran a sus abuelos, y el trabajo, condensado como un pedazo de memoria oral, se divulga a trav¨¦s de Internet. Aurelio, ya jubilado, se hab¨ªa inspirado en varios autores que utilizaron la memoria oral para algunas de sus obras (Benito P¨¦rez Gald¨®s, por ejemplo, a la hora de escribir Trafalgar), pero sobre todo tom¨® nota del primer y casi ¨²nico libro de memorias orales sobre la guerra civil espa?ola, el escrito por el historiador ingl¨¦s Ronald Frazer (Recu¨¦rdalo t¨², recu¨¦rdalo a otros, editorial Cr¨ªtica). Siendo la Guerra Civil uno de los acontecimientos b¨¦licos con mayor bibliograf¨ªa (solo superado, seg¨²n algunos autores, por la II Guerra Mundial), hay escasez de testimonios orales de ambos bandos.
Siempre ha habido entre los expertos un debate entre historia y memoria, y esta ha estado protagonizada en los ¨²ltimos a?os por testimonios del bando republicano como producto de la actividad de m¨²ltiples asociaciones c¨ªvicas. "Los nietos han protagonizado la memoria", explica el historiador Manuel Ortiz Heras, de la Universidad de Castilla-La Mancha, "pero solo desde un bando, porque el bando que gan¨® se reivindic¨® y tuvo una transici¨®n tranquila. La izquierda lleg¨® pronto al poder tras el franquismo y no consider¨® una prioridad recuperar la memoria. Se cambiaron los nombres de algunas calles y poco m¨¢s. No hubo ajuste de cuentas. La memoria no es una metodolog¨ªa que goce de prestigio. Ahora es tarde". Pere Ysas ha trabajado estos a?os en el CEFID (Centre d'Estudis sobre les ?poques Franquista i Democr¨¤tica), de la Universidad Aut¨®noma de Barcelona, donde se han recopilado y grabado multitud de testimonios sobre la guerra y el franquismo. "Ha habido muchos proyectos de recogida de testimonios orales, pero ha sido un empe?o tard¨ªo. Se empez¨® a trabajar en ello en los a?os ochenta. Lo que hay es una notable dispersi¨®n. No existe un gran centro de la memoria. Hay un patrimonio no agrupado sin un proyecto com¨²n que lo haya conducido", reconoce Ysas. Finalmente, Manuel Ortiz se pregunta si hay una historia oficial que se ense?e en los institutos: "El problema est¨¢ en la calle. ?Qu¨¦ historia de la Guerra Civil nos han contado? ?Qui¨¦n se ha le¨ªdo un libro sobre la Guerra Civil? Porque en las clases de historia se ha pasado de puntillas por esta parte de nuestra historia. La mayor¨ªa de los j¨®venes sufren una ignorancia supina sobre este conflicto".
Volvamos sobre Jos¨¦ Luis Rodr¨ªguez y Alfredo Salas, uno en la infanter¨ªa de Franco y el otro en la aviaci¨®n republicana. Ambos coincidieron en Madrid el mismo d¨ªa del final de la contienda. Jos¨¦ Luis estaba en las trincheras de la Casa de Campo. "Ya se notaba poco movimiento. Una semana antes apenas se peg¨® un tiro, as¨ª que el d¨ªa 30 de marzo de 1939 nos dieron ¨®rdenes de entrar en Madrid en fila india por las dos aceras y con el arma cargada". Jos¨¦ Luis perteneci¨® a las primeras tropas que entraron en Madrid. Se dirigieron a la plaza de Espa?a y all¨ª les ordenaron colocar una bandera en la boca de un ca?¨®n. "Me encontr¨¦ un ambiente sucio y hambriento. Triste. Gente macilenta. Lo que me sorprendi¨® fue c¨®mo a las pocas horas apareci¨® una multitud con banderas nacionales y de Falange".
Alfredo no debi¨® de estar muy lejos en aquel momento. Esperaba acontecimientos en su casa de la calle Eloy Gonzalo. Estaba de permiso: tantos meses de formaci¨®n en Rusia apenas sirvieron de algo. No lleg¨® a entrar en combate por falta de bombarderos: "Se quedaron en la frontera y no pasaron a Espa?a". As¨ª que la espera la consumi¨® entre la academia de San Javier (Murcia) y un aer¨®dromo de Cuenca. Ten¨ªan un Katiuska bastante machacado que utilizaban para hacer vuelos de entrenamiento. Le dio tiempo a casarse. Su mujer por entonces estaba embarazada.
Jos¨¦ Luis y Alfredo no se conocieron hasta que, 75 a?os despu¨¦s, aceptaron hacerse una foto juntos para este reportaje. Ninguno de los dos puso el m¨¢s m¨ªnimo reparo ni quiso saber alg¨²n detalle del otro. "Tenga en cuenta que yo no le he guardado enemistad a nadie del otro bando", dir¨ªa despu¨¦s Jos¨¦ Luis, "aquella guerra fue inevitable y muchos combatieron en un bando por razones geogr¨¢ficas". La cita tuvo lugar en el cerro de Garabitas, al caer la tarde, un lugar cercano a la Casa de Campo, donde se mantuvo el frente del asedio al Madrid republicano durante casi tres a?os.
Ambos habr¨ªan podido ser m¨¦dicos, pero la guerra cort¨® sus estudios. Jos¨¦ Luis termin¨® siendo abogado, y Alfredo, empresario, despu¨¦s de haber hecho otra mili en el norte de ?frica, experiencia que le sirvi¨® para ser c¨®nsul de Uganda. Sus andanzas le permitieron conocer idiomas. Todav¨ªa est¨¢ convencido de que puede hacerse entender en ruso.
La cita entre estos dos excombatientes result¨® entra?able. "?Dame un abrazo, compa?ero!", rompi¨® el hielo Jos¨¦ Luis. Y se abrazaron. Alfredo le pidi¨® el brazo a Jos¨¦ Luis para caminar. Y del brazo dieron vueltas mientras cada uno apoyaba la otra mano en un bast¨®n. Posaron para la foto y se comentaron circunstancias de aquel d¨ªa del final de la guerra: cada uno estaba en un punto muy distante de Madrid. Trataron de identificar por d¨®nde se extend¨ªa el frente alrededor de la Casa de Campo, con alguna dificultad, porque la ciudad ha cambiado demasiado en tantos a?os. Hablaron con la camarader¨ªa propia de dos excombatientes, salvo que fueron enemigos en aquella guerra. Quedaron en verse a solas cualquier d¨ªa de estos. Se intercambiaron los tel¨¦fonos y, cuando se despidieron entre risas, Jos¨¦ Luis le dijo a Alfredo:
-?Pero que conste que sigo siendo un franquista ac¨¦rrimo!
-?Y yo un republicano!..., pero moderado, eso s¨ª.
Este reportaje ha contado con la colaboraci¨®n de ?scar Iglesias.
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