Franco, conspiraci¨®n y asesinato
Con la muerte del general Balmes, v¨ªctima de un supuesto accidente, se inici¨® la ejecuci¨®n del golpe de Estado de julio de 1936. A partir de ah¨ª se produjeron la escalada de Franco a la c¨²pula del poder y la cadena de t¨®picos con la que se ha pretendido justificar sus actos
No se necesita indicar a?o. D¨ªa y mes apuntan a la Guerra Civil, el parteaguas de nuestra historia contempor¨¢nea. Cat¨¢strofe para la inmensa mayor¨ªa. Ning¨²n partido la reivindica hoy. Sin embargo, todav¨ªa hay pol¨ªticos, comentaristas y alg¨²n que otro historiador que la justifican como inevitable.
Los mitos tras el 18 de julio
Tal justificaci¨®n cuenta con una larga tradici¨®n. Durante 35 a?os Espa?a entera se vio obligada a comulgar con la interpretaci¨®n de los vencedores. Durante otros tantos a?os historiadores del m¨¢s variado pelaje la hemos contrastado, penosamente, con la evidencia relevante de ¨¦poca. Salvo para algunos autores, los tres grandes mitos franquistas del 18 de julio no han resistido la contrastaci¨®n:
-Desde las elecciones del Frente Popular de febrero de 1936 la Rep¨²blica funcionaba en condiciones de crisis, con un Gobierno desbordado por las masas y en una situaci¨®n en la que la democracia hab¨ªa desaparecido de Espa?a.
-La Patria se despe?aba por la senda de la revoluci¨®n, impulsada por los malvados comunistas y por socialistas bolchevizados. En el primer caso, con el invalorable apoyo de Mosc¨², siempre atento a penetrar por el bajo vientre de Europa.
-El ej¨¦rcito y los sectores m¨¢s sanos de la sociedad no tuvieron otro remedio que alzarse en armas contra un Gobierno que hab¨ªa perdido su legitimidad, si es que alguna vez la hab¨ªa tenido.
Los tres mitos se subsumen en uno solo: la culpa de la guerra, inevitable, recay¨® en las izquierdas. Tal fue la piedra berroque?a sobre la cual se asent¨® la "legitimidad de origen" del r¨¦gimen orgullosamente autoproclamado del "18 de julio". El nuevo Estado de Franco.
Una doble tenaza contra las reformas
La conspiraci¨®n antigubernamental se desat¨® en serio en 1932. Abortado el golpe del general Sanjurjo en agosto, los descontentos pronto reanudaron sus actividades subversivas. Las vastas reformas pol¨ªticas, sociales, culturales y econ¨®micas del bienio progresista constituyeron un desaf¨ªo inaceptable. Sobre todo las ¨²ltimas, con su promesa de reforma agraria que una buena parte de las derechas trat¨® de aguar todo lo posible. Lo demostr¨® hace muchos a?os Alejandro L¨®pez. En 1933 mon¨¢rquicos, militares y carlistas establecieron prometedores contactos operativos con la Italia fascista. En marzo de 1934 (?atenci¨®n a esta fecha!) Mussolini prometi¨® su apoyo, en dinero y material, ante una sublevaci¨®n mejor preparada. Al principio no fue necesaria llevarla a la pr¨¢ctica. El vaciado de las reformas se har¨ªa desde el Gobierno. El catolicismo pol¨ªtico, nucleado en torno a la CEDA, se encarg¨® de impulsar la tarea en el denominado bienio negro.
Esta estrategia pudo dar resultado. La ulterior revoluci¨®n en octubre de 1934 permiti¨® desmantelar a una izquierda exasperada y provocada por la paralizaci¨®n de las reformas. Las represalias chocaron incluso al embajador brit¨¢nico. En diciembre de 1935, el l¨ªder cedista, Jos¨¦ Mar¨ªa Gil Robles, ministro de la Guerra y que se hab¨ªa rodeado de militares hiperconservadores, pens¨® que ten¨ªa a su alcance la presidencia del Gobierno. H¨¦las! El presidente de la Rep¨²blica, Niceto Alcal¨¢ Zamora, le vet¨®. No se fiaba de ¨¦l. Algunos generales y jefes empezaron inmediatamente a pensar de nuevo en la apartada insurrecci¨®n. A las iniciales reuniones se invit¨® a un general hoy olvidado y que hab¨ªa participado en las operaciones de Asturias, Amado Balmes. No asisti¨®.
El momento no era propicio. No cuando iban a convocarse unas elecciones generales que las derechas confiaban en ganar. En febrero de 1936 sus expectativas se frustraron. El triunfo lo obtuvo la coalici¨®n del Frente Popular. La reacci¨®n fue pavloviana: hab¨ªa que derribar por la fuerza al nuevo Gobierno, sin ministros socialistas o comunistas, y apoyado por toda la izquierda.
De forma un tanto optimista, el nuevo cerebro de la futura sublevaci¨®n, el general Emilio Mola, sucesor del general Manuel Goded, la previ¨® para abril. Demasiado pronto. Hab¨ªa que contribuir a crear el adecuado clima de inestabilidad. Los pistoleros se aplicaron a ello aprovechando la impaciencia que la paralizaci¨®n de las reformas hab¨ªa generado. En cuatro meses se registraron m¨ªnimos de entre 262 v¨ªctimas mortales y algo m¨¢s de 351, seg¨²n Rafael Cruz y Eduardo Gonz¨¢lez Calleja, respectivamente. Cifras importantes. M¨¢s a¨²n si se desglosan por origen y adscripci¨®n pol¨ªtico-ideol¨®gica. En las causadas por atentados y actuaciones de la fuerza p¨²blica, particularmente fuera de las grandes ciudades, predominaron las de izquierda (un m¨ªnimo de un 42%), indicio de por d¨®nde iban los tiros. La competencia intersindical socialista-anarquista lubrific¨® la agitaci¨®n social. Las huelgas fueron notables en Madrid y, desde aqu¨ª, su impacto se repercuti¨® sobre el resto del pa¨ªs. Todav¨ªa hoy se le presenta en estado de anarqu¨ªa.
Destrucci¨®n de los mitos franquistas
La investigaci¨®n ha identificado, entre otros, los siguientes extremos:
1. La izquierda no recurri¨® al apoyo extranjero. Los conspiradores, s¨ª. Tras las elecciones intensificaron sus conexiones con la Italia fascista. Tambi¨¦n promovieron la intoxicaci¨®n del Gobierno brit¨¢nico. En el primer caso para conseguir el apoyo prometido e incluso m¨¢s. En el segundo, para que aislase a su hom¨®logo espa?ol.
2. La actitud de los malvados bolcheviques qued¨® demostrada en los mensajes de la Komintern a su microagencia de Madrid, que tutelaba al PCE. Antonio Elorza y Marta Bizcarrondo los sacaron a la luz hace m¨¢s de diez a?os. Muchos fueron interceptados por los servicios de inteligencia brit¨¢nicos. Reflejan lo mismo: apoyo a la Rep¨²blica burguesa, apoyo a los republicanos moderados y de izquierda, apoyo al Frente Popular. Moderaci¨®n a todo trapo. Santos Juli¨¢ aclar¨® brillantemente el papel de los socialistas. El pr¨®ximo libro de Julio Ar¨®stegui sobre Largo Caballero rematar¨¢ la tarea. No menos brillantemente.
3. Franco no desempe?¨® un papel de primera l¨ªnea en la preparaci¨®n de la sublevaci¨®n. Lo hizo Mola desde Pamplona por cuenta de Sanjurjo, exiliado en Portugal. Franco ocup¨® un lugar secundario.
4. En contra de lo aducido en la mayor parte de la literatura, Franco decidi¨® sumarse a la sublevaci¨®n hacia mitad de junio. Necesitaba, eso s¨ª, dejar su puesto de comandante general de Canarias con sede en Tenerife para, siguiendo las instrucciones de Mola, ponerse a la cabeza del ej¨¦rcito de Marruecos.
5. La trama civil le proporcion¨® el medio de salida: un avi¨®n que se flet¨® en Londres gracias al apoyo econ¨®mico de Juan March. Franco sonde¨® a finales de junio o principios de julio a su compa?ero, el general Balmes, a la saz¨®n subordinado suyo como comandante militar de Las Palmas. Todo hace pensar que Balmes no quiso secundarle.
6. El golpe no estall¨® ni el 17 ni el 18 de julio. Estall¨®, en realidad, el 16 cuando Balmes sufri¨® un accidente y el avi¨®n ya estaba en Gando. Franco empez¨® su ascenso hacia la c¨²spide con un asesinato. Balmes empero no muri¨® en el acto y, naturalmente, reconoci¨® a su asesino. Ingresado en la Casa de Socorro, pidi¨® no un m¨¦dico o un sacerdote sino un juez o un notario. Cabe imaginar la consternaci¨®n de los conspiradores que le rodeaban. Entre ellos figuraba quien iba a ser el juez militar que se encarg¨® de la instrucci¨®n del caso, un comandante llamado Pinto de la Rosa, ligado por lazos familiares con la esposa del general. A esta, ya le hab¨ªa dicho el marido que era un hombre "muy peligroso".
7. Durante el franquismo estuvo de moda presentar la muerte violenta, a manos de unos electrones libres de la Guardia Civil y de Asalto, del proto-m¨¢rtir Jos¨¦ Calvo Sotelo como evidencia del grado de depravaci¨®n del Gobierno. El ¨²nico crimen de Estado fue el inducido por Franco. Quienes no me crean, aduciendo que no he encontrado ninguna orden suya escrita, como si hubiera debido reflejarla en papel, deben saber que en la sentencia de un consejo de guerra en Canarias los sublevados reconocieron paladinamente que no todo se pon¨ªa por escrito. L¨®gico.
La sublevaci¨®n fracas¨® como golpe de Estado. Se afirma que sus promotores no hab¨ªan pensado en una guerra civil. Hay indicios que permiten intuir lo contrario. La reversi¨®n de las reformas republicanas bien lo merec¨ªa. En lo que nadie hab¨ªa pensado fue en que Franco pudiera encaramarse hacia la c¨²spide.
Un ascenso imparable
Naturalmente, Franco no lo hizo guiado por la mano de Dios. Result¨® de un prosaico proceso determinado esencialmente por los siguientes factores:
1. Muerte en accidente de Sanjurjo en los primeros d¨ªas de la sublevaci¨®n. Esta qued¨® ac¨¦fala. Fue el factor esencial.
2. Llegada a manos de Franco de la ayuda militar italiana (prometida a los mon¨¢rquicos, entre ellos Calvo Sotelo, y a los carlistas) as¨ª como de la m¨¢s r¨¢pida -e inesperada- que le envi¨® un personaje tan poco recomendable como Hitler.
3. Fracaso de su competidor, el general Goded, en Barcelona en condiciones que ha examinado pormenorizadamente la tesis todav¨ªa no publicada de Jacinto Merino S¨¢nchez.
4. R¨¢pida apreciaci¨®n de que la sublevaci¨®n hab¨ªa de desarrollarse bajo la bandera bicolor, una concesi¨®n a los ¨ªmprobos esfuerzos desplegados por los mon¨¢rquicos durante la etapa conspiratorial. Franco, a diferencia de Mola, no debi¨® nada a los carlistas.
5. Fulgurantes ¨¦xitos militares en Andaluc¨ªa y Extremadura, impulsados por la "columna de la muerte" (caracterizaci¨®n de Francisco Espinosa en una impactante monograf¨ªa) frente a masas desorganizadas de campesinos y milicianos sin la menor experiencia de combate y pr¨¢cticamente desarmados. Mola, en cambio, fracas¨® en tomar Madrid. No por azar Franco le dosific¨® cuidadosamente los vitales suministros exteriores.
6. Apreciaci¨®n exacta de que sus conmilitones no pod¨ªan prescindir de ¨¦l. En septiembre ya hablaba con diplom¨¢ticos italianos autodefini¨¦ndose como jefe de un futuro Gobierno que ser¨ªa proclive, ?c¨®mo no!, a la Italia fascista. Ya lo hab¨ªan prometido mon¨¢rquicos, militares y carlistas. El general Alfredo Kindel¨¢n, mon¨¢rquico, le puso en el camino del mando ¨²nico.
Mientras tanto la "no intervenci¨®n" hac¨ªa estragos contra la Rep¨²blica. El mismo mes Aza?a lleg¨® a considerar que se hab¨ªa perdido la partida. Igual valoraci¨®n hicieron los servicios secretos militares sovi¨¦tico y brit¨¢nico. L¨®gico. La actitud de la ¨²nica gran potencia que hubiera podido torcer algo la evoluci¨®n qued¨® reflejada en un informe de la inteligencia militar brit¨¢nica (MI-3). En ¨¦l se present¨® la lucha en Espa?a bajo la euf¨®nica y significativa f¨®rmula de rebels versus rabble (rebeldes contra chusma). Esta ¨²ltima, por supuesto, despreciable.
La Guerra Civil, b¨¢sicamente de columnas dirigidas por militares profesionales y alimentadas en el caso de Franco desde el inagotable vivero de feroces tropas marroqu¨ªes trasladadas en aviones italianos y alemanes, hubiera debido terminar hacia octubre de 1936. Quiz¨¢ un poco m¨¢s tarde. En Londres, por si las moscas, ya se preparaba el reconocimiento de los derechos de beligerancia de los sublevados tan pronto como tomaran Madrid.
La capital no cay¨®. Con dos meses de retraso frente a las decisiones de Hitler y de Mussolini, Stalin puso en marcha el poderoso rodillo sovi¨¦tico. Temporalmente al menos, salv¨® a la Rep¨²blica. Los republicanos no ignoraron lo que ello significaba y redoblaron su aproximaci¨®n a las democracias. Vano intento. Fue entonces cuando la contienda se convirti¨® en, ya s¨ª, una aut¨¦ntica guerra civil. En las cunetas quedaron millares y millares de v¨ªctimas, asesinadas en caliente por los defensores de valores conexos con "una concepci¨®n de Espa?a cat¨®lica y libre de los ataques de la revoluci¨®n comunista" (seg¨²n uno de los autores del reciente Diccionario Biogr¨¢fico Espa?ol).
?Y la revoluci¨®n? No hubiera habido la menor posibilidad de que se produjera antes del golpe. La desataron el semifracaso de este y el colapso de los mecanismos coercitivos gubernamentales. Para muchos observadores extranjeros sus v¨ªctimas demostraron, sin embargo, la aparente exactitud de las profec¨ªas previas.
La responsabilidad por la guerra recae sobre quienes desencadenaron la sublevaci¨®n. Claro que, probablemente, hubieran deseado que sus v¨ªctimas se hubieran dejado matar sin resistencia. Donde no la encontraron, mataron sin pens¨¢rselo dos veces. Todo para salvar a Espa?a.
(Agradezco a Julia Balmes Alonso-Villaverde y a sus hijas, Pilar y Julia, as¨ª como a mi colega de Facultad, la profesora Rosa Faes, sus informaciones y las fotos para este art¨ªculo). ?ngel Vi?as, catedr¨¢tico de la Universidad Complutense de Madrid, prepara una edici¨®n ampliada de La conspiraci¨®n del general Franco.
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