Ingles sudorosas
Camin¨¦ por el pasillo. Cuando llegu¨¦ al cuarto de ba?o de las chicas escuch¨¦ sus voces aturulladas. Estaba segura de que a ellas les hab¨ªa ocurrido antes, por eso parec¨ªan tan tranquilas, incluso indiferentes. Charlando de sus trivialidades, como si nada.
Aspir¨¦ hondo, empuj¨¦ la puerta y entr¨¦, toquete¨¢ndome la tripa. Cosa de disimular. Quer¨ªa quedarme un buen rato encerrada en el WC, haci¨¦ndolo. "No me encuentro bien", expliqu¨¦, para redondear la coartada. Necesitaba que se marcharan, necesitaba quedarme sola. A solas conmigo.
"?Has tomado Sal de Eva?". "Una ginebra con menta te aliviar¨¢". Call¨¦. ?Qu¨¦ sab¨ªan aquellas est¨²pidas, aquellas tontas que ven¨ªan haci¨¦ndolo con regularidad, que ni siquiera le daban importancia a lo que hac¨ªan? A m¨ª me temblaban las piernas. Enferma, s¨ª. Pero de emoci¨®n. Me dol¨ªan los pechos, mis pezones se disparaban contra la blusa de nylon barato, y el sudor manaba de mis ingles como si, verdaderamente, tuviera ese d¨ªa la visita del mes, y fuera otro l¨ªquido lo que flu¨ªa.
Pero no, esta era una ocasi¨®n gozosa. Esta era la transpiraci¨®n feliz que mi cuerpo entero enviaba al exterior. All¨ª, encerrada, sentada en la tapa del inodoro, emitiendo falsos gemidos, aguard¨¦. Astuta, cautelosa. Y con las ingles empapadas. Para entretenerme, imagin¨¦ lo que iba a suceder despu¨¦s. ?Se me notar¨ªa f¨ªsicamente el cambio? ?Alguien m¨¢s que yo se percatar¨ªa de que a partir de entonces iba a empezar a convertirme en una mujer independiente, una mujer que agarrar¨ªa a cachitos su libertad hasta convertirla en una cerca, en una muralla, en una barricada de la que nadie podr¨ªa arrancarme?
Poco a poco se marcharon las otras. Les escuch¨¦ hacer planes, echar risas, criticar a las ausentes. Se hab¨ªan olvidado de m¨ª. Mejor. Ya en silencio -pod¨ªa sentir que me hab¨ªa quedado sola en la planta- calcul¨¦ el tiempo que me quedaba para hacerlo. Por entonces a¨²n no ten¨ªa reloj de pulsera y me hab¨ªa acostumbrado a leer el paso del tiempo en los sonidos que escuchaba. No, no me iba a quedar encerrada en el edificio, haci¨¦ndolo. Entre otras razones, porque algo as¨ª s¨®lo se hace una vez por primera vez.
Relaj¨¦ mi cuerpo. Abr¨ª las piernas, las extend¨ª -chop, chop, musitaron mis ingles al despegarse-, puse los pies mirando al techo -recuerdo que los zapatos eran de suela dura, baratos- y con delicadeza tante¨¦ la abertura.
No, no iba a comportarme con prisas. Levant¨¦ la cabeza y la luz del fluorescente -un ¨²nico tubo para un aseo de seis servicios-, que me llegaba amortiguada, me pareci¨® ¨²nica, sensual.
Ensaliv¨¦ con delectaci¨®n mi dedo ¨ªndice y lo pas¨¦ por la abertura, que simplemente se abland¨® un poco, pero no cedi¨®. Me met¨ª el dedo medio en la boca y lo empap¨¦. De nuevo frot¨¦ el punto objeto de mis deseos. Se abland¨® m¨¢s, pero tampoco se abri¨®.
De pronto me puse fren¨¦tica y utilic¨¦ todos los dedos de las dos manos.
Rasgu¨¦ el sobre. Mi primera paga. All¨ª estaba. 535 pesetas, 1957.
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