Tiene premio
En un pa¨ªs en el que hay m¨¢s premios casi que candidatos posibles, prolifera un tipo de galard¨®n que acostumbra a galardonarse a s¨ª mismo a trav¨¦s de una figura ilustre. La manera de detectarlo es sencilla: consiste en preguntarse si el premio es m¨¢s grande que el premiado o viceversa. El caso viceversa suele darse cuando se corona con laureles locales a un artista internacional al que es muy posible que la primera noticia sobre la distinci¨®n que recibe le llegue justo en el momento de recibirla. Pasa con el reconocimiento a patricios como Leonard Cohen, al que no cuesta imaginar, despistado, preguntando a qu¨¦ se debe.
Hay, sin embargo, autores que de la noche a la ma?ana se vuelven mayores que el reconocimiento que naturalmente les estar¨ªa destinado. Gabriel Garc¨ªa M¨¢rquez, por ejemplo, no tiene el Cervantes. Dej¨® de salir en las quinielas cuando dijo ¨¦l mismo que no le interesaba. ?La raz¨®n? Ten¨ªa ya un premio que convertir¨ªa todos los posteriores en un anacronismo: el Nobel de 1982. Camilo Jos¨¦ Cela, sin embargo, pens¨® lo contrario y, futbol¨ªsticamente, consider¨® que se puede ser primero campe¨®n del mundo y luego campe¨®n de liga. Incluso campe¨®n del torneo de Navidad, en su caso, el Planeta de 1994.
As¨ª, entre 1989 (Nobel) y 1995 (Cervantes), el marqu¨¦s de Iria Flavia suspir¨® por una medalla de la que lleg¨® a decir que estaba llena de mierda, pero que no dud¨® en ponerse al cuello llegado el momento. Como el dinero para Vespasiano, para algunas vanidades los honores no huelen. Cela, adem¨¢s, a?adi¨® otro episodio a su relaci¨®n con el premio que tanto odi¨® anhelar. Al a?o siguiente de obtenerlo, y con ¨¦l de capit¨¢n del jurado, el Cervantes fue a parar a su amigo Jos¨¦ Garc¨ªa Nieto. No hab¨ªa mejor manera de ganarlo dos veces.
Este a?o se cumplen 25 de la muerte de Borges, un gran nombre pegado a una gran obra y al hecho de que muriera sin recibir el Nobel. Para los borgianos, el escritor argentino es m¨¢s grande que el galard¨®n sueco, lo mismo que Joyce, Kafka o Proust, que tampoco lo tuvieron. Compartiendo su devoci¨®n por el autor de El Aleph, creo que se equivocan. Cuando se habla de los tres gigantes citados, nadie se acuerda de mirar a Estocolmo. Borges es enorme, pero a¨²n no es mayor que el premio que se le neg¨®. Tal vez un d¨ªa lo sea. Por el momento, la mejor prueba de lo contrario es que resulta imposible acordarse de ¨¦l sin recordar tambi¨¦n aquello que no tiene.
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