En Venecia
Ha habido en mi vida, ya tan larga, espacio para deleites exquisitos, experiencias inolvidables, instantes de tal felicidad que se dir¨ªa puede uno tocar el cielo con las manos (expresi¨®n que Herralde, el editor, desaprueba con justo motivo, pero que yo utilizo a veces porque me encanta).
Sin embargo, muchas de las cosas que adoro no resisten la exigencia que impone la primera vez. He vivido momentos estelares en el amor, pero no ha sido nunca la primera vez, habr¨¢ sido la tercera, la octava, la ¨²ltima, pero no la primera. Me gusta con delirio el mar, sospecho que lejos de ¨¦l mi vida estar¨ªa incompleta, creo que morir¨ªa de a?oranza en una ciudad sin mar.
Pero ?cu¨¢l fue la primera vez? ?La primera vez que lo vi, que me sumergieron en ¨¦l? Mis primeras veces estaba encerrada en la barriga de mi madre, y luego flotaba feliz en el agua, a su lado. Quiz¨¢s podr¨ªa hablar de la primera vez que mi t¨ªo favorito apareci¨® en casa con un cachorro y mi padre no objet¨® nada a que nos lo qued¨¢ramos. Era una caniche de una bondad infinita (mi vida tampoco habr¨ªa sido igual sin los perros, tan imprescindibles como la mar). Pero a Gabi me la asesinaron, supongo que envenenada, y me ha parecido incorrecto poner una primera vez feliz a algo que termin¨® tan mal. ?Los hijos? Son una parte importante, muy importante de mi vida. Me han hecho sentir muchas veces enormemente feliz y algunas enormemente desdichada, seguro que me han permitido tocar, alcanzar el cielo con mis manos, pero s¨¦ con total certeza que en el momento en que me los puso la comadrona en los brazos -como el lejano d¨ªa en que me hab¨ªan puesto en la boca por primera vez la hostia consagrada- no sent¨ª nada parecido a lo que de m¨ª se esperaba, a lo que yo misma esperaba, al instinto maternal le llev¨® tiempo aparecer y manifestarse.
Ten¨ªa que ser algo importante para m¨ª, y que pudiera centrarse en un momento determinado y que no terminara mal. He estado mucho rato dando vueltas a distintas posibilidades, y finalmente he pensado en Venecia. El tema de este art¨ªculo pod¨ªa ser La primera vez que fui a Venecia, y centrarse en algo m¨¢s concreto todav¨ªa: el momento en que el vaporetto, camino de nuestro hotel, desemboc¨® en el Gran Canal. Yo ten¨ªa 18 a?os y no hab¨ªa visto nunca nada tan bello. Me hab¨ªan hablado mucho de Venecia, hab¨ªa visto fotograf¨ªas, hab¨ªa visto pel¨ªculas cuya historia transcurr¨ªa all¨ª, hab¨ªa consultado gu¨ªas de viaje. Cre¨ªa estar preparada para lo que me esperaba, y esperaba mucho. Pero no esperaba llevarme una sorpresa tan enorme, sentirme anonadada, conmovida hasta lo m¨¢s profundo. Not¨¦ que, tras las gafas de sol, los ojos se me llenaban de l¨¢grimas. Y me alegr¨¦ de llevarlas puestas todav¨ªa, aunque estaba ya anocheciendo, porque a los 18 a?os uno no llora delante de los dem¨¢s, y yo, a los 18 a?os, lloraba muy pocas veces, y no sab¨ªa que en la vejez llorar¨ªa a menudo, por todo, por cualquier motivo, por nada.
Todo lo que hab¨ªa le¨ªdo y visto sobre Venecia quedaba muy lejos de la experiencia real de estar all¨ª. El olor, el aire, el ruido de las embarcaciones, de la proa de las g¨®ndolas al golpear contra el muelle, justo al pie de mi ventana y delante de nuestro hotel. Y luego, en d¨ªas sucesivos, las callejas y los puentes que los turistas ni pisan, apretujados todos en la plaza San Marcos. Y un mont¨®n de primeras veces. La primera vez que tomas un caf¨¦ en el Florian, escuchando a las orquestas que tocan en la plaza. La primera vez que callejeas por La Giudecca. La primera vez que ves una ¨®pera en La Fenice. La primera vez que tomas una copa en Harry's Bar.
Pens¨¦ que siempre, siempre volver¨ªa all¨ª. Y lo he cumplido.
He recorrido Venecia con casi todas las personas a las que he amado. Con mis hijos varias veces y la primera (de ellos, claro, no la m¨ªa), Milena lloraba al emprender el regreso, como hab¨ªa llorado yo al llegar.
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