El perroflauta y los influyentes
Tambi¨¦n hab¨ªa perroflautas en G¨¦nova, y antes los hubo en Seattle y Praga, como esta primavera se les ve¨ªa en Sol. Estaban los perroflautas de la caricatura que algunos dibujan, y hab¨ªa (m¨¢s) universitarios, voluntarios de las ONG, cristianos de base, sindicalistas, parados, gente que piensa en mayor proporci¨®n que amigos de la guerrilla urbana.
El movimiento irrumpi¨® por sorpresa en Seattle en noviembre de 1999, cuando una gran marea humana de diversos or¨ªgenes interrumpi¨® la cumbre de la Organizaci¨®n Mundial del Comercio. La prensa los bautiz¨® los antiglobalizaci¨®n, ellos prefer¨ªan ser llamados altermundistas. Ya entonces se convocaban por Internet y SMS, ya chocaba su capacidad de organizarse fuera de cauces organizados, tambi¨¦n combinaban demasiadas sensibilidades para ser coherentes y tambi¨¦n quer¨ªan cambiar el mundo.
Sorprend¨ªa porque eran a?os de bonanza econ¨®mica y desarrollo tecnol¨®gico, porque las utop¨ªas comunistas se hab¨ªan desplomado una d¨¦cada antes y se hab¨ªa proclamado el fin de la historia. Sin embargo, masas cosmopolitas se plantaban en la calle contra emblemas del capitalismo supuestamente triunfador: la OMC, el FMI, el Banco Mundial, el G-8. Algunos estaban all¨ª por intereses particulares -trabajadores temerosos de la inmigraci¨®n, campesinos subvencionados-, pero la mayor¨ªa hac¨ªa bandera de la lucha contra la pobreza.
Hab¨ªa alg¨²n perroflauta, s¨ª, pero la mayor¨ªa eran chicos bien, igual que las revueltas de 1968 hab¨ªan estallado en la Sorbona y en Berkeley antes que en los barrios obreros. Estas revoluciones son hijas de la sociedad del conocimiento, no de la lucha de clases. La ola se extendi¨® a Am¨¦rica Latina, donde el altermundismo fue apadrinado por Lula en Porto Alegre y donde el discurso antiglobalizaci¨®n impregn¨® fen¨®menos como el chavismo.
Algunos criticaron que la movilizaci¨®n no estaba tan cerca de los intereses de los pa¨ªses pobres, que en realidad se jugaban m¨¢s dentro que fuera de las mesas de negociaci¨®n de los recintos acorralados. Otros se alarmaron por el cerco callejero a Gobiernos leg¨ªtimos (igual que el acoso a parlamentarios catalanes da?¨® la imagen del 15-M). Y los incidentes en G¨¦nova alcanzaron tal violencia, por primera vez con sangre, que mucha buena gente se borr¨®. Aquello ya no iba con ellos.
G¨¦nova fue casi el final. La puntilla la dio el 11-S. Si el mundo entraba en una guerra global contra el terror, que a nadie se le ocurra bloquear un edificio lleno de l¨ªderes mundiales. La opini¨®n p¨²blica cerraba filas con el poder.
El tiempo va poniendo a cada uno en su sitio. Ni el FMI ni el Banco Mundial ni otras instituciones han mejorado precisamente su prestigio desde que no hay manifestaciones a su puerta. El G-8, antip¨¢tico por excluyente, se disolvi¨® en el G-20, o el G-veintitantos, para ser m¨¢s representativo del nuevo orden mundial. Buena parte del activismo callejero se enfoc¨® en a?os siguientes contra la guerra en Irak, con resultados masivos. Lula se mostr¨® como un h¨¢bil y pragm¨¢tico gobernante y defraud¨® a muchos revolucionarios, pero mantuvo intacto su carisma. Obama lleg¨® a la Casa Blanca prometiendo cambiar el mundo si es que le dejaban. Visto en la distancia, las marchas ser¨ªan un desastre, pero su discurso cal¨®. Y se refleja en el de los indignados, que son m¨¢s porque con igual esp¨ªritu se muestran m¨¢s moderados, m¨¢s realistas, m¨¢s integradores.
Ha escrito The Economist que los indignados no saben bien lo que quieren, pero ya lo est¨¢n consiguiendo. Lo dec¨ªa por las normas para aliviar cargas hipotecarias o el incipiente debate sobre la ley electoral. Los mitos de una juventud consumista y despreocupada, enganchada a los videojuegos y el botell¨®n, no se sosten¨ªa antes ni se sostiene ahora. Despu¨¦s de acusarlos de pasotas, ahora los criminalizan por levantar la voz. Pero es que encima algunas de sus utop¨ªas se cuelan en las agendas. ?Tienen los indignados las soluciones? No, pero ya influyen en c¨®mo las buscamos.
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