No perderemos nuestro para¨ªso noruego
Hay una forma de claudicar frente a un ataque como este: dejando de confiar los unos en los otros, permitiendo que la sospecha se instale donde antes viv¨ªa la confianza. Se ha atacado a nuestra actitud abierta e inocente
Nos quejamos con frecuencia de que nuestra sociedad es aburrida, pero estamos dispuestos a luchar con fuerza para defender nuestros valores de tolerancia.
Hasta el pasado viernes, Ut?ya ten¨ªa un sabor dulce para la mayor¨ªa de los noruegos. Pero esta isla de rocas y pinos, en la que crecen flores silvestres entre los caminos, era, en particular, un paisaje fundamental para los pol¨ªticos que gobiernan Noruega.
En nuestras conversaciones sobre cotilleos pol¨ªticos es frecuente o¨ªr an¨¦cdotas sucedidas en Ut?ya en el pasado. En esa isla recibieron nuestros ministros socialistas sus primeros besos, tuvieron noviazgos adolescentes y debates de los de "quedarse levantados toda la noche salvando el mundo". "Esta isla es el para¨ªso de mi juventud", dijo el primer ministro, Jens Stoltenberg, en el discurso que dirigi¨® a la naci¨®n la noche del ataque. "Ahora se ha convertido en un infierno".
Los j¨®venes laboristas defienden una pol¨ªtica de inmigraci¨®n m¨¢s abierta y liberal
Breivik tendr¨¢ que permanecer en el lugar m¨¢s multicultural: una prisi¨®n noruega
La isla, en la que murieron al menos 68 j¨®venes a manos de un loco, fue un regalo de una poderosa confederaci¨®n de sindicatos a las juventudes del Partido Laborista tras la Segunda Guerra Mundial. Y este a?o, por 60? vez, los j¨®venes socialistas de la Liga Juvenil de Trabajadores estaba celebrando all¨ª su campamento pol¨ªtico de verano.
El ala juvenil del Partido Laborista ha estado siempre enfrentada a la direcci¨®n del partido. Los j¨®venes militantes son m¨¢s verdes y m¨¢s rojos y, sobre todo, defienden el multiculturalismo y una pol¨ªtica de inmigraci¨®n m¨¢s abierta y liberal en Noruega.
De ah¨ª que Anders Behring Breivik los considerara sus principales enemigos. Quer¨ªa herir al Partido Laborista y su capacidad de reclutar gente de la peor forma posible, dice su abogado.
Breivik se proclama salvador de la naci¨®n y quiere restablecer una Noruega blanca como aquella en la que crecimos ¨¦l y yo. En los a?os setenta y ochenta, era muy poco frecuente ver a una persona de piel oscura, tanto para m¨ª, que crec¨ª en una ciudad de provincias, como para ¨¦l, en un barrio de clase alta de Oslo. Breivik es un cristiano extremista de esos que planean un "martirio de masas" en una iglesia. Pero nos recuerda a los extremistas musulmanes que, con sangre fr¨ªa y cegados por la religi¨®n, escogen la yihad.
En Noruega, como en el resto de Europa, la inmigraci¨®n es un tema controvertido. En los pa¨ªses del norte, que no suelen ser el primer punto de entrada y que carecen de pasado colonial, las comunidades de inmigrantes tardaron mucho tiempo en aparecer. Pero ahora, a medida que crecen, lo hace tambi¨¦n el racismo. En los ¨²ltimos a?os han surgido grupos nacionalistas y p¨¢ginas web extremistas. Breivik interven¨ªa de forma activa en varias de ellas, y ve¨ªa sus ideas alimentadas y reforzadas por los elogios de personas con las mismas opiniones, si bien la mayor¨ªa de sus amigos cibern¨¦ticos se sentir¨¢n hoy asqueados.
Si su locura asesina ha aportado algo al debate sobre la inmigraci¨®n, es probablemente que, a partir de ahora, ser¨¢ m¨¢s dif¨ªcil expresar opiniones violentas, y m¨¢s f¨¢cil que otros las refuten. Esperemos que quienes viven en esa zona gris entre la pura derecha y el nacionalismo extremista, avergonzados, rechacen esos foros racistas, despu¨¦s de saber ad¨®nde conduce el lenguaje desatado.
Breivik afirma que cuenta con seguidores, pero la reacci¨®n del pueblo noruego ha sido uniforme. En Twitter, Facebook e innumerables blogs, todos escriben que quieren luchar por los valores que hacen que Noruega sea Noruega. En la gasolinera de mi calle, o cuando hablo con un vecino con quien, hasta ahora, apenas hab¨ªa intercambiado una palabra, el mensaje es el mismo: no dejaremos que el terror nos cambie.
La respuesta de Jens Stoltenberg es t¨ªpica del estilo de la sociedad noruega. Mientras que George Bush, al referirse a los terroristas del 11-S, dijo que Estados Unidos iba a "perseguirlos y atraparlos", nuestro primer ministro declar¨®: "Responderemos a este ataque con m¨¢s democracia y m¨¢s apertura". Porque no se ha atacado s¨®lo a nuestro Gobierno o nuestro sistema pol¨ªtico, sino tambi¨¦n a nuestro modo de pensar, nuestra actitud abierta, inocente y confiada. Hay una forma de perder frente a un ataque como este, y es dejando de confiar unos en otros, permitiendo que la sospecha se instale donde antes viv¨ªa la confianza.
Mi editorial tiene las oficinas junto a la zona de la explosi¨®n, en el coraz¨®n de Oslo. Mi editor estaba en la calle esperando a sus hijas cuando estall¨® la bomba. "Que le den un buen abogado, un juicio largo y justo y un castigo humanitario", escribi¨® esa misma noche en su blog. "Entonces haremos frente a esta situaci¨®n como una sociedad civilizada. As¨ª venceremos".
Un colega escritor, consciente de que, en ocasiones, le pasaban por la cabeza ideas despectivas sobre sus vecinos inmigrantes, ha dicho que quiz¨¢s ha llegado el momento de que todos examinemos el virus del racismo que llevamos en nuestro interior, lo saquemos a la luz y los estudiemos desde todos los ¨¢ngulos.
Los noruegos, a veces, pensamos que nuestro Estado socialista, con su sanidad gratuita y su educaci¨®n para todos, es m¨¢s bien aburrido; tal vez nos parece que los impuestos son demasiado altos, pero nos encanta cuando lo necesitamos. Sin embargo, este viernes maldito nos enteramos de que hab¨ªa una persona para quien este Estado y la gente que lo forma no eran aburridos, ni mucho menos; eran, ¨¦ramos, el enemigo.
Nuestro Gobierno de coalici¨®n entre rojos y verdes ha sufrido cr¨ªticas cada vez m¨¢s duras de la extrema derecha por ser demasiado blando en materia de seguridad. Noruega es un pa¨ªs en el que hay que buscar mucho para encontrar a un polic¨ªa armado. Es un pa¨ªs en el que uno puede pasear por los jardines del Rey a todas horas. Hasta el viernes por la tarde, en que salt¨® por los aires, tambi¨¦n se pod¨ªa entrar sin m¨¢s hasta la recepci¨®n del edificio que alberga las oficinas del primer ministro.
Si el atentado hubiera sido obra de extremistas musulmanes, las cr¨ªticas a la ingenuidad del Gobierno se habr¨ªan disparado. Se habr¨ªan o¨ªdo sonoras exigencias de m¨¢s vigilancia, m¨¢s seguridad, m¨¢s polic¨ªa, m¨¢s verjas y puertas, menos acceso a nuestras autoridades e instituciones y m¨¢s distancia entre los gobernantes y los gobernados. La p¨¢gina web en la que interven¨ªa Anders Behring Breivik se apresur¨® a acusar a terroristas musulmanes. Dos horas despu¨¦s del primer atentado, el responsable escribi¨®: "Noruega est¨¢ en guerra. El Gobierno ha fracasado. ?Por qu¨¦ no dice nada el primer ministro?".
Su exigencia no tuvo eco. Por el contrario, el l¨ªder de la Liga Juvenil dijo ayer, tras la p¨¦rdida de tantos de sus amigos: "Nuestras ideas siguen vivas. Volveremos a Ut?ya".
Ut?ya, esta isla de rocas y pinos, es un lugar que el asesino nunca volver¨¢ a pisar. Aunque la pena m¨¢xima en Noruega para cualquier delito es de 21 a?os, para obtener la libertad, el criminal debe demostrar que ha cambiado verdaderamente y no va a volver a delinquir. Noruega tiene una pol¨ªtica liberal en materia de crimen y castigo, pero existe otra pena m¨¢s que a Breivik le resultar¨¢ especialmente severa: tendr¨¢ que permanecer, probablemente el resto de su vida, en el m¨¢s multicultural de los lugares: una prisi¨®n noruega.
?sne Seierstad es una periodista residente en Noruega. Es autora de El librero de Kabul y El ¨¢ngel de Grozni. ? 2011, ?sne Seierstad Traducci¨®n de Mar¨ªa Luisa Rodr¨ªguez Tapia.
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