Hermanos siameses
Eliseo Alberto es el cubano en singular que quedar¨¢ en mi memoria, Lichi. He conocido a muchos cubanos pero como este, ninguno. Su paso, como de baile, su afecto amoroso, la clave alegre de burla e iron¨ªa en todo lo que dec¨ªa, el manantial de historias que siempre ten¨ªa para contar. Un cubano con el que nunca me encontr¨¦ en Cuba, a la que a?oraba siempre y sobre cuyo recuerdo lloraba su alma con sentimiento de ni?o, donde ahora seguramente sus cenizas volver¨¢n, como ¨¦l siempre quiso.
En 1998 ganamos juntos el premio internacional de novela Alfaguara que hab¨ªa sido convocado por primera vez, y ante el empate entre su libro y el m¨ªo, el premio no fue dividido, lo que las bases no permit¨ªan, pero las bases no dec¨ªan nada acerca de concederlo de manera doble, y eso fue lo que ocurri¨®, de modo que desde entonces el premio nos hizo hermanos siameses. Caracol Beach, y Margarita est¨¢ lindar la mar. Caracol Beach, una novela de feroz nostalgia y soledad, la soledad de la locura y el desarraigo, el urgente deseo de morir como una saga del desespero y la desesperanza.
La muerte de Eliseo Alberto deja al mundo hu¨¦rfano de la voz del exilio cubano en M¨¦xico
Lichi se sab¨ªa las mejores historias del mundo, an¨¦cdotas memorables
Nos conocimos en M¨¦xico en la Casa Lamm, el centro cultural de la Colonia Roma, cuando concurrimos juntos a la primera conferencia de prensa de las muchas conferencias y entrevistas que nos tocar¨ªa dar a lo largo de un a?o en que viajamos por media Espa?a y por todo el continente, curando las fatigas con bromas y chistes caribe?os sin que nunca, y esto parecer¨¢ muy raro, entr¨¢ramos en competencia por los reflectores y las c¨¢maras, ni la maledicencia ni la envidia ense?aran su cola. Muchos pensaban que dos ganadores siameses no podr¨ªan soportarse despu¨¦s del primer minuto, ¨ªnfulas, vanidad, soberbia. Los desmentimos. No ¨¦ramos hermanos a la fuerza, sino de verdad.
Si Caracol Beach es una novela para siempre, Informe contra m¨ª mismo es un libro de testimonio tambi¨¦n para siempre, que si no fuera por su tesitura real, parec¨ªa una historia novelesca: el muchacho al que la Seguridad del Estado recluta para que esp¨ªe a su propio padre. El libro es mucho m¨¢s que eso, por supuesto, pero la an¨¦cdota se queda grabada en la carne del lector como un hierro candente. Una Cuba libre, por favor, es el t¨ªtulo de la primera pieza de su libro Dos Cubas libres. El t¨ªtulo de su propia vida.
Hab¨ªa que comparecer en el lobby de los hoteles para empezar en punto las entrevistas apenas terminado el desayuno, o el almuerzo, correr de un estudio de televisi¨®n o radio a otro; la lista era agobiante y hab¨ªa que ingeni¨¢rselas para aparecer fresco, como si se tratara de la entrevista ¨²nica y uno no se hubiera pasado repitiendo a lo largo del d¨ªa, y en los d¨ªas anteriores, lo mismo, tratando de urdir variaciones sobre el mismo tema.
Una vez, en Barcelona, me dijo que ya no aguantaba m¨¢s, y que no segu¨ªa adelante. Eso no pod¨ªa ser, ¨¦ramos siameses y donde fuera el cuerpo del uno ten¨ªa que ir el del otro. Lo somet¨ª a una larga perorata acerca del objetivo de lo que and¨¢bamos haciendo. El objetivo eran las dos novelas, que deb¨ªan venderse, y por tanto leerse. Lo convenc¨ª. En adelante, cada vez que baj¨¢bamos a desayunar, su saludo consist¨ªa no en decirme buenos d¨ªas, sino: "El objetivo".
Y as¨ª seguimos. En Gij¨®n, Daniel Mordzinski nos hizo fotos en un bar: en una jugamos al domin¨®, del que no entiendo nada pero en el que Lichi, como buen habanero, era sabio. En la otra, Juan Cruz, entonces director de Alfaguara, hace de barman y nos sirve unas cervezas en la barra. Recalamos una medianoche en su casa del Desierto de los Leones en la ciudad de M¨¦xico, una casa que recuerdo extra?a, con recovecos y gradas que llevaban a ninguna parte, despu¨¦s de la fiesta de presentaci¨®n en el Poliforum, una velada en la que cant¨® Tania Libertad.
En Buenos Aires, cuando ¨ªbamos a abordar el avi¨®n a Montevideo en el Aeroparque, no le dieron el pase las autoridades uruguayas porque su pasaporte cubano era de segunda, un pasaporte de expatriado, que inspiraba desconfianza, y siempre siameses, yo tampoco abord¨¦ y regresamos juntos al hotel Alvear. Viajamos una tarde en auto a Rosario, para el acto de lanzamiento, y volvimos despu¨¦s de la medianoche, el r¨ªo Paran¨¢ siempre invisible a nuestra vera. En la fonda del camino donde nos detuvimos a cenar, los cantantes de una troupe del Teatro Col¨®n que regresaban de una funci¨®n de ¨®pera tambi¨¦n en Rosario, brindaban alrededor de una mesa, y de pronto el tenor se puso a cantar a capela. En el tedio de la rutina, la magia tambi¨¦n exist¨ªa, como cuando en la cabina de radio en Miami, Olga Guillot lleg¨® a darme un beso, algo de lo que Lichi se perdi¨®, sobre todo porque ese beso cubano le tocaba a ¨¦l.
Se sab¨ªa las mejores historias del mundo, que sol¨ªa contar en nuestras comparecencias, la m¨¢s memorable de ellas una en que un estudiante le pregunt¨® a Jos¨¦ Lezama Lima qu¨¦ cosa era el azar. "El azar es", habr¨ªa contestado Lezama, "que t¨² te subes a la guagua y al lado del asiento que eliges va sentada la mujer que ser¨¢ tu esposa". "?Y ese es el azar, maestro?", volvi¨® a preguntar el alumno. "No", respondi¨® Lezama, "el azar es la mujer que iba en la guagua a la que no te subiste".
Lo dem¨¢s que contaba, tambi¨¦n parec¨ªa mentira, o fruto de su ingenio, desvelado siempre por su feraz imaginaci¨®n. Que de ni?o Lezama lo hab¨ªa cargado en sus piernas, que Virgilio Pi?era llegaba a tomar el caf¨¦ todos los d¨ªas a su casa en la calzada de Jes¨²s del Monte en La Habana. Nada m¨¢s verdadero, como que tambi¨¦n Eliseo Diego, uno de los grandes poetas de la lengua era su padre, y Cintio Vitier y Fina Garc¨ªa Marruz, otros dos grandes poetas, eran sus t¨ªos. Una infancia dorada en una casa llena de libros donde siempre sonaba un piano, y un nombre aristocr¨¢tico largo el suyo, como el de un personaje de las viejas radionovelas cubanas: Eliseo Alberto de Diego Garc¨ªa Marruz. La correspondencia de muchos a?os entre su abuela y Rose Kennedy, ambas compa?eras de internado en Nueva York. "No creo que tu hijo, si es un caballero, sea capaz de invadir Cuba", habr¨ªa escrito en una de esas cartas la abuela.
Ahora, mientras el Paran¨¢ murmura en la oscuridad al lado del restaurante caminero, la voz del tenor que alza su copa de vino y canta, conmueve el silencio. Yo desde aqu¨ª, en el calor inclemente de Managua me toco el costado para sentir la parte que me falta. Mi hermano siam¨¦s se ha ido.
Sergio Ram¨ªrez fue vicepresidente de Nicaragua y es escritor.
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