?Es que vale la pena leer los peri¨®dicos?
Un amigo me confiesa: "En vacaciones no voy a leer ni un peri¨®dico, ni siquiera voy a abrir Internet. Quiero desintoxicarme". No son pocos los que en alg¨²n momento caen en la tentaci¨®n -siempre vencida por suerte- de dejar de leer peri¨®dicos, cualquiera que sea su soporte. "Es que mi h¨ªgado no resiste tanta locura de noticias. Mejor saber menos de lo que ocurre en el mundo", dicen algunos.
A veces, es cierto, puede ser una terapia alejarse del bombardeo informativo cada vez m¨¢s poderoso, m¨¢s planetario y m¨¢s repleto de atrocidades. La ¨²ltima la leo esta ma?ana aqu¨ª en Brasil: un joven mata a su padre y a su madre, encierra sus cuerpos en un armario y da una fiesta para 60 amigos. Hoy crece el inter¨¦s por la introspecci¨®n, por la meditaci¨®n, por el encuentro con nuestro propio ser.
Negarnos a estar informados por miedo a sufrir es declarar nuestra derrota ante la vida
Y sin embargo, estoy convencido de que el mundo con todos sus horrores es hoy mejor que hace solo cien a?os. Y estoy convencido de que lo es precisamente por esa "maldita" informaci¨®n que se nos cuela cada vez m¨¢s por las ventanas de nuestra vida. Con los ojos cerrados al mundo, este se degradar¨ªa a¨²n m¨¢s. Luz y taqu¨ªgrafos, que se dec¨ªa hace tiempo -hoy dir¨ªamos, luz e Internet-, son el mejor remedio a la barbarie, a los abusos del poder, a los atropellos a los m¨¢s d¨¦biles. Por eso, todos los d¨¦spotas del mundo, odian la libertad de expresi¨®n.
Curiosamente -quiz¨¢s por la deformaci¨®n de mis estudios de Psicolog¨ªa- he visto siempre a la informaci¨®n como una de las mejores terapias para ser menos infelices. No me refiero, por ejemplo, a la terapia de un amigo que, tras a?os de horror en un campo nazi, sent¨ªa miedo de la muerte y usaba el peri¨®dico para, al leer las necrol¨®gicas, sentir el gusto de seguir a¨²n vivo un d¨ªa m¨¢s.
Se trata de algo m¨¢s serio. Hay quien al abrir los ojos cada ma?ana acude a un pensamiento positivo que le ayude a llevar mejor la dura tarea del d¨ªa, o quien recita una plegaria o un mantra o acude a alg¨²n resorte espiritual. Y hay quien no se sentir¨ªa a gusto sin poder abrir el peri¨®dico -en el soporte que sea- mientras desayuna.
Yo soy uno de esos. Llevo m¨¢s de 40 a?os, acost¨¢ndome y despert¨¢ndome con el latido del mundo, con la ¨²ltima noticia. Le¨ª de joven que el escritor franc¨¦s y Nobel de Literatura Fran-?ois Mauriac dec¨ªa que "la lectura matinal del peri¨®dico era la oraci¨®n del hombre laico". Se puede vivir sin saber nada de los otros, encerrado en el propio cascar¨®n, aunque adem¨¢s de aburrido debe resultar de una pobreza existencial sin nombre. Es verdad que al abrir el peri¨®dico o al bucear en la Red, corremos el peligro de desayunarnos con las l¨¢grimas de angustia del mundo que llegan hasta la taza humeante de caf¨¦. Es verdad que a veces se nos congelar¨¢ el alma al descubrir que somos m¨¢s demonios que ¨¢ngeles, todos, los humanos.
Pero tambi¨¦n es verdad que cerrando los ojos a esas l¨¢grimas, a esos horrores, nos convertiremos cada vez m¨¢s en trozos de m¨¢rmol, incapaces de llorar con los que lloran y de ser felices con los que consiguen serlo. Un fil¨®sofo me dec¨ªa que envejece solo "el que pierde la capacidad de sorprenderse". ?Y qu¨¦ es la noticia, hacha o flor, sino la sorpresa que el mundo nos brinda a trav¨¦s de la informaci¨®n?
Sufrir¨¢ nuestro coraz¨®n con la noticia que espanta y gozar¨¢ con el descubrimiento cient¨ªfico que salvar¨¢ miles de vidas. No existen peri¨®dicos que solo publiquen noticias buenas -todos acabaron fracasando- porque la vida no es as¨ª. Es a veces benigna y a veces cruel, pero cada uno de los otros, que llora o r¨ªe es una c¨¦lula nuestra y si no nos hace vibrar, estamos muertos.
La vida, a pesar de que avanza siempre hacia mejor -?pueden compararse las actuales crisis financieras de Europa, con las dos grandes guerras mundiales que sembraron al continente de millones de muertos hace tan poco tiempo?-, siempre estar¨¢ amasada de dolor y de gloria. Negarnos a estar informados por miedo a sufrir es declarar nuestra derrota ante la vida, es negarnos a aceptarnos.
Puede hasta tener una apariencia de felicidad cambiar el peri¨®dico con su porci¨®n de sangre y de terror por una cerveza y unos boquerones fritos tumbados en la playa, pero al final de la ausencia provocada de noticias nos esperar¨¢ solo el desencanto del ego¨ªsmo, el de aquel que cre¨® el horrible refr¨¢n popular, "ojos que no ven coraz¨®n que no siente".
Mejor mancharnos de dolor o de disgusto con la lectura del peri¨®dico que vivir ciegos y con el coraz¨®n arrugado. ?Para qu¨¦ un coraz¨®n incapaz de latir con los latidos del mundo? Aquel profeta jud¨ªo, que conoc¨ªa bien el alma humana, pronunci¨® una de las frases m¨¢s enigm¨¢ticas de la historia: "Dejad que los muertos entierren a los muertos". A ¨¦l le interesaban los vivos, a veces crueles -a ¨¦l le clavaron en un madero-, a veces sublimes. Pienso en Gandhi, Luther King, Mandela y millones de an¨®nimos capaces de morir por los dem¨¢s. Los muertos no nos dan miedo. Somos los vivos los que damos miedo, pero as¨ª somos, no como nos gustar¨ªa a veces ser, sino como somos de verdad.
La noticia, ayer del peri¨®dico de la ma?ana, hoy de cada instante, es el mejor espejo de nuestra propia alma. No sirve darle la vuelta o quebrarlo. Sus a?icos acabar¨¢n manch¨¢ndonos igualmente de sangre.
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