El eterno retorno de Borges
Aun sin haber le¨ªdo una sola l¨ªnea de La Il¨ªada o La Odisea, no hay bachiller que no sepa dos cosas sobre Homero: que era ciego y que probablemente nunca existi¨®. Casi nadie repara en lo contradictorio que resulta darle un atributo real -la ceguera- a algo inexistente. Si no hay Dios, este no puede ser ni furibundo ni misericordioso. No deja de ser parad¨®jico, en todo caso, que se dude de la existencia individual del fundador de la literatura occidental, la m¨¢s individualista de todas las culturas. O quiz¨¢ este sea el primer atributo de todos los fundadores: la duda. Tambi¨¦n para el primer autor de la literatura castellana se prefiere el anonimato, en vez de reconocer que el Poema de M¨ªo Cid lo compuso Per Abad. Si un fabulador se aparta deliberadamente del realismo -como es el caso de Borges- y dedica su vida al quim¨¦rico ejercicio de la fantas¨ªa, su propia existencia se va contagiando de ensue?o y acaba por adquirir cierto cariz fantasmag¨®rico. Cuanto m¨¢s fant¨¢stico e imaginario haya sido aquello que escribi¨®, m¨¢s f¨¢cilmente podr¨¢ atribu¨ªrsele a su nombre cualquier cosa. El mismo Borges aliment¨® esa fantas¨ªa con su obsesiva insistencia en el azar de la escritura. Si el esp¨ªritu sopla donde quiere, un poema magn¨ªfico lo puede redactar por igual un genio o un idiota. As¨ª lo entendi¨® Borges desde la advertencia que precede a su primer poemario: "Si las p¨¢ginas de este libro consienten alg¨²n verso feliz, perd¨®neme el lector la descortes¨ªa de haberlo usurpado yo, previamente. Nuestras nadas poco difieren; es trivial y fortuita la circunstancia de que seas t¨² el lector de estos ejercicios, y yo su redactor". As¨ª se abre Fervor de Buenos Aires, el mismo libro que un joven de 22 a?os concluye, en el ¨²ltimo poema, con una clara conciencia de lo que le espera: "La corrupci¨®n y el eco que seremos". Si el destino de todos, tontos o genios, es la muerte, entonces es verdad que "nuestras nadas poco difieren". Pero no afirma Borges que nuestras nadas sean id¨¦nticas. Hay, entre el muerto an¨®nimo y el muerto c¨¦lebre una diferencia: la nada que hoy es Borges es una nada que se recuerda. Y con esto llegamos a otro tema fundamental de su obra: la memoria. De la memoria exacta proviene aquello que llamamos aut¨¦ntico, original, can¨®nico, y de la memoria deformada o falseada o falsamente atribuida, viene lo que se llama ap¨®crifo. Borges descre¨ªa de la escritura ya perfecta, inmodificable o sagrada. Dej¨® dicho: "El concepto de texto definitivo no corresponde sino a la religi¨®n o al cansancio". Hay innumerables testimonios que nos dicen que a Borges le encantaba discutir con legos sus propios poemas, y los iba modificando casi al azar, a las ocurrencias o al capricho de la conversaci¨®n, para dejar versiones que circulan sueltas por ah¨ª. Estas versiones casuales pueden ser incluso mejores que las versiones can¨®nicas, es decir, "definitivas", o sea las impresas en las ¨²ltimas ediciones de sus libros. Este dejar su obra abierta a muchas modificaciones, esta insistencia en decir que nada es definitivo en un texto, y que el autor carece de importancia, les ha abierto el camino a muchos impostores que han fingido escribir supuestas obras de Borges, ni siquiera invent¨¢ndolas, sino manipulando y da?ando las existentes. El peligro de lo ap¨®crifo consiste en vincular un nombre -que como todo nombre tiene algo sagrado- con ciertas palabras que a ese nombre no le pertenecen. Citar una tonter¨ªa como si fuera suya es injuriarlo. Por muy fascinado que est¨¦ un hombre por la idiotez, nunca desea que esta le sea atribuida. ?Qui¨¦n es Borges, al cabo de esta breve eternidad del cuarto de siglo transcurrido desde su muerte? Pues bien, despu¨¦s de todo, si un hombre es la suma de sus actos, y si los actos de un escritor son lo que escribe, Borges no es otra cosa que aquello que dej¨® escrito. Borges ya es y ser¨¢ algo que nada tiene que ver con su carne. Borges es y ser¨¢ para siempre sus libros. O, mejor dicho, los libros asociados a su nombre. A m¨ª me ha cabido la dudosa suerte de reivindicar unos pocos sonetos ap¨®crifos como aut¨¦nticos del gran poeta argentino, y como merecedores de entrar al Libro que componen sus libros. Creo haber demostrado (en Traiciones de la memoria) que esos poemas son aut¨¦nticos. De ellos citar¨¦ solamente dos endecas¨ªlabos: "No soy el insensato que se aferra / al m¨¢gico sonido de su nombre". En esta sentencia reconoce el acento ¨²nico de Borges cualquiera que haya frecuentado su obra. En ella est¨¢ presente una de sus m¨¢scaras m¨¢s caracter¨ªsticas: la falsa modestia. Pero recuerden esta m¨¢xima de Chamfort: "La falsa modestia es la m¨¢s decente de todas las mentiras". Esta decente mentira de la modestia con la que que siempre pronunci¨® su nombre, ser¨¢ un motivo m¨¢s, el ¨²ltimo, por el que el nombre de Borges no ser¨¢ olvidado mientras haya lectores.
H¨¦ctor Abad Faciolince (Medell¨ªn, 1958) es autor de Traiciones de la memoria (Alfaguara) y El olvido que seremos (Seix Barral), entre otros libros.
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