Una semana de furia
Los disturbios de Inglaterra son dif¨ªciles de comprender porque encierran diversos fen¨®menos a la vez. Algunos, conocidos: pobreza, delincuencia, exclusi¨®n social y compleja integraci¨®n de las minor¨ªas ¨¦tnicas. ?Pero por qu¨¦ hab¨ªa tambi¨¦n j¨®venes acomodados entre los alborotadores?
El ingl¨¦s es un pueblo guerrero y con tendencia a liarla. Sus hinchas de f¨²tbol han dado al mundo la palabra hooligan, sus turistas suelen estar en casi todas las peleas veraniegas y sus barrios multi¨¦tnicos -o sus guetos mono¨¦tnicos- explotan de vez en cuando. Pero nadie estaba preparado para la ola de violencia que estall¨® el pasado s¨¢bado por la tarde en Tottenham y se extendi¨® durante cuatro d¨ªas, primero al resto de Londres y luego a numerosas ciudades de Inglaterra y en particular a Birmingham y Manchester.
Al margen de cu¨¢les fueron las circunstancias del incidente que deton¨® el conflicto -la muerte del joven Mark Duggan por disparos de la polic¨ªa- o las condiciones de vida de muchos de los que se echaron a la calle, nadie acierta a dar con una explicaci¨®n. Quiz¨¢s porque no hay una explicaci¨®n, sino muchas. Quiz¨¢s porque el saqueo multitudinario de tiendas sea el reflejo de muchos fen¨®menos al mismo tiempo. Porque no es f¨¢cil entender un movimiento capaz de darse el placer de convertir en antorcha una casa de muebles con 140 a?os de historia, atropellar a un grupo de musulmanes que proteg¨ªan sus propiedades, provocando la muerte de tres de ellos, matar a patadas a un hombre que intentaba evitar un incendio, o desafiar durante horas a la polic¨ªa. Lo mismo en Hackney (Londres) que en el centro de Birmingham o de Manchester. Un movimiento que ha obligado al primer ministro y al Parlamento a interrumpir sus vacaciones y a movilizar a la polic¨ªa de todo el pa¨ªs.
"Lo que ha sucedido en Inglaterra es un anticipo de lo que va a ocurrir en Nueva York o Madrid", afirma un estudiante
"Los ni?os brit¨¢nicos tienen m¨¢s posibilidades de tener un televisor en su habitaci¨®n que un padre viviendo en casa"
Los disturbios de esta semana en Inglaterra son dif¨ªciles de comprender, porque encierran diversos fen¨®menos al mismo tiempo. Algunos, conocidos: pobreza, exclusi¨®n social, dificultades de integraci¨®n-aceptaci¨®n de las minor¨ªas ¨¦tnicas, las relaciones dif¨ªciles hist¨®ricamente entre la polic¨ªa y esas minor¨ªas. Otros son fen¨®menos nuevos, como el papel que han jugado las nuevas tecnolog¨ªas de comunicaci¨®n y en particular las redes sociales. Hay, adem¨¢s, aspectos circunstanciales, como la torpeza inicial de la polic¨ªa para afrontar la situaci¨®n.
Hay tambi¨¦n factores cuyo peso en este fen¨®meno es objeto de encendidas pol¨¦micas, como el efecto que tiene a largo plazo el Estado de bienestar, que a juicio de algunos transforma a parte de la poblaci¨®n m¨¢s desfavorecida en parias sin incentivos para salir del agujero en el que viven, la incapacidad del Estado de superar ese problema a trav¨¦s del sistema educativo, los efectos en la sociedad de las familias monoparentales, o el consumismo que acaba fomentando el sistema econ¨®mico neoliberal. Otros factores son coyunturales, como el impacto de las pol¨ªticas de ajuste impulsadas por la coalici¨®n de conservadores y liberal-dem¨®cratas. Y algunos, en fin, entran en el terreno de la sociolog¨ªa, como el culto al gangsterismo o el comportamiento de las masas.
El profesor John Brewer, presidente de la Asociaci¨®n Sociol¨®gica Brit¨¢nica, cree que el Gobierno deber¨ªa tener muy en cuenta ese ¨²ltimo aspecto en lugar de tratar los disturbios como un fen¨®meno puramente criminal, como ha hecho el primer ministro, David Cameron, con el apoyo del l¨ªder de la oposici¨®n, el laborista Ed Miliband.
"Veo los disturbios como una cl¨¢sica forma de comportamiento de masas", explica Brewer. "Lo que hay que tener en cuenta con las masas es que son impredecibles e irracionales. Las din¨¢micas de una muchedumbre se imponen y la gente pierde su identidad", explica. "Lo que es realmente interesante sobre los participantes en los disturbios de estos d¨ªas es que hab¨ªa gente que normalmente no se comportar¨ªa de la forma que hemos visto que se comportaban. Hab¨ªa una bailarina, una enfermera... Si nos fijamos en personas que est¨¢n siendo procesadas, no encajan con la imagen de j¨®venes alienados, desencantados, criminales. Es un ejemplo de c¨®mo gente corriente se ve absorbida por una muchedumbre y pierde sus inhibiciones y reservas habituales", a?ade.
"Es obvio que algunos ten¨ªan como ¨²nico objetivo utilizar los disturbios para delinquir. Pero no todos. Castigar a cada uno de ellos como si fueran j¨®venes desencantados que se han echado a la calle por razones criminales, significa no comprender y desfigurar los disturbios", asegura Brewer.
?Significa eso que los tribunales tienen que tratar a unos y otros de forma distinta? "No. Pero el Gobierno tiene que entender que si utiliza el crimen como explicaci¨®n, no va a comprender el comportamiento que representaban los disturbios. Que si etiquetan a los participantes como criminales, no va a comprender el fen¨®meno. Lo que ha de hacer el Gobierno es verlo como un ejemplo de comportamiento de masas, de gente que normalmente no har¨ªa lo que ha hecho", remacha el profesor.
Las palabras de Brewer deber¨ªan ser agua bendita para Natasha Reid, una joven de 24 a?os que el domingo por la noche rob¨® un televisor de pantalla plana solo porque hab¨ªan saqueado una tienda en su barrio, Edmonton, en el norte de Londres. "?Por qu¨¦ lo he hecho?", se pregunta desde entonces esta joven que un mes antes se hab¨ªa graduado como asistente social y vive en una familia sin problemas. Desde entonces no come ni duerme, ha explicado su madre al diario The Times. Acab¨® present¨¢ndose a la polic¨ªa y devolviendo lo robado.
No es la ¨²nica, muchos se preguntan por qu¨¦ ha pasado todo esto en un pa¨ªs rico. "Hacen lo que hacen porque est¨¢n aburridos y as¨ª se divierten. Pero tambi¨¦n porque les resulta f¨¢cil unirse a un grupo o a una banda. A los padres de muchos de ellos no les importa lo que hacen o no lo saben. Tampoco les importa si los dirigentes son corruptos o no. No les importa nada", explica Chantal, una joven de 20 a?os de origen jamaicano en Hackney, al este de Londres.
Hackney es un barrio pobre, pero es tambi¨¦n un barrio emergente, en el que la marginaci¨®n social se confunde con un cierto esp¨ªritu bohemio. Es uno de los pocos lugares en los que los disturbios no han sido un mero ejercicio de saqueo, sino un enfrentamiento con la polic¨ªa que, en parte, ha tenido aires de protesta pol¨ªtica semejante a batallas del pasado, como las que hubo en Brixton en 1981 o en Tottenham en 1985.
Aquellos disturbios eran sobre todo una rebeli¨®n de los negros contra la polic¨ªa y contra su marginaci¨®n en la sociedad. Todo ha sido muy distinto esta vez. Empez¨® en Tottenham el s¨¢bado 6 de agosto por un conflicto entre la polic¨ªa y la comunidad afrocaribe?a. Sam, que trabajaba en el North East London College y ha perdido el empleo por el tijeretazo al presupuesto, vive en Tottenham y pertenece a esa minor¨ªa. "Me apunto a la oficina de empleo, pero nunca me llaman", explica. "Quien s¨ª se fija en m¨ª es la polic¨ªa. Conozco amigos blancos detenidos por posesi¨®n de drogas que son liberados muy pronto. Los negros vamos a la c¨¢rcel". "Ya antes de los altercados, hab¨ªa mucha furia contra los pol¨ªticos en las zonas pobres. El conflicto racial no ha desaparecido, pero ahora hay otros factores", asegura.
Bobby estudi¨® dos a?os de ingenier¨ªa y, ya entrado en la veintena, a¨²n vive con sus padres. No tiene acceso a una vivienda oficial. Dej¨® los estudios. "Lo que ha pasado no es una coincidencia. Con el alto desempleo, con el declive econ¨®mico, la degradaci¨®n del sistema educativo, y con lo que hacen los pol¨ªticos, nada bueno vendr¨¢", razona. "En las pel¨ªculas se suele ver a pocos negros educados. Somos traficantes o asesinos. Para nosotros, aunque seamos graduados, todo resulta m¨¢s dif¨ªcil", se queja.
Thomas Johnson, un estudiante de periodismo de 24 a?os de origen eritreo: "Lo que est¨¢ sucediendo en Inglaterra es un anticipo de lo que suceder¨¢ en otros lugares, tambi¨¦n en Madrid y en Nueva York. En Londres ha ocurrido antes porque aqu¨ª los ricos y los pobres, a diferencia de otras ciudades, viven en barrios contiguos".
"Hay mucha corrupci¨®n. Ya nadie sabe lo que es correcto. Muchos sienten que carecen de poder para influir y que solo tienen que pagar impuestos. Pero tambi¨¦n es cierto que las pol¨ªticas de subsidios no promueven el esfuerzo personal de los ciudadanos que los reciben", reconoce. Enlazando con ese argumento, un tendero indio advierte: "Los padres deber¨ªan tener m¨¢s control sobre sus hijos. Es obvio que los Gobiernos de este pa¨ªs son muy blandos, falta m¨¢s disciplina en las escuelas".
Los disturbios han puesto en primer plano ese viejo doble debate: el papel que deber¨ªan jugar las familias para acabar con el gamberrismo end¨¦mico del pa¨ªs, los enormes problemas de comportamiento antisocial y, en paralelo, los efectos perniciosos que puede tener un sistema de ayudas sociales que acaba por desincentivar a muchos de los que las reciben.
Es un debate que obsesiona en particular a Anthony Daniels, m¨¦dico y psiquiatra de prisiones ya retirado y reconvertido en escritor y articulista con el seud¨®nimo de Theodore Dalrymple. "Los j¨®venes brit¨¢nicos lideran el mundo occidental en casi todos los aspectos de patolog¨ªa social, desde las tasas de adolescentes embarazadas a las de drogadicci¨®n, desde alcoholismo a cr¨ªmenes violentos", afirma en The Australian.
"Los ni?os brit¨¢nicos tienen m¨¢s posibilidades de tener un televisor en su habitaci¨®n que un padre viviendo en casa. Un tercio de ellos nunca han comido con otro miembro de su familia en la casa familiar. Familia no es la palabra que define la estructura social de la gente en las zonas de la que proceden mayormente los protagonistas de los disturbios. Son, por lo tanto, radicalmente asociales y profundamente ego¨ªstas. Al crecer est¨¢n destinados no solo al desempleo sino a ser inempleables", sostiene.
"Los disturbios son la apoteosis del Estado de bienestar y de la cultura popular en su forma brit¨¢nica", afirma en otro art¨ªculo en City Journal. "Una poblaci¨®n que cree que tiene derecho a altos niveles de consumo con independencia de su esfuerzo personal; y que si no consigue alcanzar esos niveles en comparaci¨®n con los dem¨¢s lo percibe como una injusticia. Se ven a s¨ª mismos como despojados, incluso a pesar de que cada uno de sus miembros ha recibido una educaci¨®n que ha costado 80.000 d¨®lares, por la que ni ¨¦l ni probablemente ning¨²n miembro de su familia ha hecho mucho por contribuir. E incluso si fuera capaz de reconocer eso, no significa que vaya a mostrarse agradecido, porque la dependencia no crea agradecimiento. Al contrario: simplemente sentir¨ªa que las subvenciones no son suficientes para permitirle vivir como quisiera", sentencia Daniels.
?Tienen raz¨®n quienes denuncian que el problema de fondo es que hay demasiada gente que recibe demasiada ayuda del Estado? "Hay un elemento de verdad en eso", admite Rod Morgan, profesor em¨¦rito de justicia criminal de la Universidad de Bristol y expresidente del Consejo de Justicia Juvenil. "Por un lado, hay una elevada proporci¨®n de familias en las que ninguno de sus miembros ha trabajado desde hace varias generaciones. Y se puede argumentar que su supervivencia se debe a que dependen completamente del Estado. Eso es verdad. Por otro lado, b¨¢sicamente han tenido un apoyo insuficiente del Estado, el sistema educativo les ha fallado porque sus expectativas de conseguir un empleo son a menudo extraordinariamente bajas. Se puede decir que, en efecto, hay una dependencia excesiva del Estado y reciben demasiadas ayudas, pero al mismo tiempo es muy pobre el nivel de los servicios que les deber¨ªan permitir escapar de esa situaci¨®n".
Mucha gente opina que el problema de fondo es que muchos padres no se ocupan de sus hijos, creen que es el Estado, no ellos, quien ha de educarles. "S¨ª, por supuesto, los padres deber¨ªan ser responsables de lo que hacen sus hijos", dice Morgan. "Pero hay mucha gente joven que procede de familias monoparentales, a menudo con madres que eran extraordinariamente j¨®venes cuando los tuvieron. Este pa¨ªs tiene un considerable problema de embarazos juveniles. Una de las cosas que este pa¨ªs no ha sabido hacer bien es ayudar a los j¨®venes padres a afrontar mejor el comportamiento destructivo de sus hijos adolescentes", concluye.
Seg¨²n el profesor Rod Morgan, una de las grandes diferencias entre los disturbios de los a?os ochenta y los de esta semana es que los de ahora han sido "una expresi¨®n de violencia generalizada y para muchos de los que participaron era como una fiesta". Morgan agrega: "?Por qu¨¦? Creo que en este pa¨ªs tenemos una generaci¨®n de gente joven que en l¨ªneas generales ha fracasado, que vive en ambientes y en comunidades con familias altamente disfuncionales, con pocos estudios, y ese problema se va a complicar a¨²n m¨¢s con la crisis y los recortes de los servicios locales", a?ade. "No estoy diciendo que esos factores espec¨ªficos sean las causas primarias, pero forman parte del conjunto de causas. Y como seguimos pol¨ªticas econ¨®micas neoliberales, el diferencial de ingresos en este pa¨ªs tiende a ser mucho peor que en la mayor¨ªa de los dem¨¢s pa¨ªses occidentales. Hemos creado una sociedad consumista altamente individualizada en la que algunos productos se escapan a la capacidad de ciertos grupos para conseguirlos, y debido a su falta de educaci¨®n y a sus escasas aspiraciones se crea una mezcla muy potente y potencialmente peligrosa".
Otra diferencia notable respecto a disturbios anteriores es que aquellos eran conflictos entre un determinado grupo ¨¦tnico y la polic¨ªa o entre grupos ¨¦tnicos. No ha sido el caso de esta vez. "Lo que no quiere decir que no pueda llegar a serlo; preocupa el potencial para provocar enfrentamientos interraciales", advierte Morgan.
Un peligro que se hizo evidente en la zona de Winson Green, en Birmingham, donde la muerte de tres musulmanes atropellados por un afrocaribe?o ha da?ado la relaci¨®n entre esas dos comunidades. Pero detr¨¢s de esas tensiones palpitan otros problemas. "La gente tiene muchas carencias de formaci¨®n acad¨¦mica en este distrito. El Gobierno debe entender lo que la comunidad necesita: empleos", se quejaba Bustan al Qadri, representante del consejo de mezquitas de las West Midlands.
La tensi¨®n se palpaba a¨²n en Winson Green 36 horas despu¨¦s del atropello de dos hermanos de 30 y 31 a?os y un joven de 21. Aunque el primer ministro, David Cameron, rindi¨® homenaje al padre del chico m¨¢s joven por sus esfuerzos para evitar que las muertes provocaran un enfrentamiento violento entre negros y musulmanes, creen que el primer ministro minusvalor¨® el incidente en los Comunes. Fue quiz¨¢s el menor de sus reproches. L¨ªderes de varias comunidades se quejaban en Winson Green de que las c¨¢maras de seguridad no funcionan en el barrio y de que las ambulancias tardaron esa noche m¨¢s de media hora en llegar al lugar del ataque. Detr¨¢s de los disturbios, sea cual sea su origen emocional, hay tambi¨¦n problemas materiales. El Gobierno admite ya que tiene que abordar diversas cuestiones sociales y econ¨®micas para evitar que una oleada de violencia como la ocurrida ahora vuelva a repetirse.
Un disparo policial fue la espoleta del caos
Donovan, de 19 a?os, amante de la bater¨ªa, padre jamaicano y madre inglesa, da la impresi¨®n de ser un chaval centrado. "Nunca olvidar¨¦ la conversaci¨®n que tuve en un autob¨²s con Mark Duggan. Me dijo que no me metiera en problemas, que ¨¦l lo hab¨ªa hecho y que pas¨® demasiado tiempo entrando y saliendo de la c¨¢rcel", comenta cerca de la comisar¨ªa de Tottenham, el suburbio donde el pasado d¨ªa 6 prendi¨® el chispazo de los disturbios. Sam, amigo de Donovan, de 25 a?os y origen antillano, asegura que "Duggan no era est¨²pido. No apuntar¨ªa un arma contra un polic¨ªa". No quisieron decir nada m¨¢s. Aunque de sus muecas se deduce que saben mucho m¨¢s de lo que contaban el mi¨¦rcoles, un par de d¨ªas antes de que la Comisi¨®n Independiente de Quejas de la Polic¨ªa emitiera un comunicado en el que deja claro que Duggan, el hombre de 29 a?os muerto a tiros hace 10 d¨ªas, no dispar¨® contra los agentes. La comisi¨®n precis¨® que la polic¨ªa pudo proporcionar informaci¨®n confusa, y muchos medios de comunicaci¨®n publicaron que Duggan emple¨® su pistola contra los agentes que segu¨ªan sus pasos desde meses atr¨¢s. La familia de la v¨ªctima no crey¨® nunca la inicial versi¨®n policial.
Duggan, padre de tres hijos con su novia -la estudiante universitaria Semone Wilson, de la misma edad-, era un tipo al que todo el mundo conoc¨ªa en Tottenham. Minutos antes de morir envi¨® desde un taxi un mensaje a Semone en el que dec¨ªa que la polic¨ªa le segu¨ªa. "Era un buen padre. Adoraba a sus hijos", coment¨® la viuda. Diferente es si era un buen ciudadano. No lo parece.
Duggan creci¨® en Broadwater Farm, un bloque de edificios de protecci¨®n oficial, un lugar propicio para que emerjan las bandas juveniles. En su p¨¢gina de Facebook colg¨® fotos en las que sale formando una pistola con los dedos de la mano, y en otra, vestido con una camiseta en la que se lee Star Gang, el nombre de una banda escindida de otro grupo criminal, Man Dem, dedicado al tr¨¢fico de coca¨ªna. Quienes le apreciaban defin¨ªan a Duggan como "soldado", "general de cinco estrellas" y otros calificativos usados en el hampa.
Algunos vecinos de Tottenham han relatado que Duggan sol¨ªa llevar un arma "porque estaba paranoico" desde que su primo Kelvin Easton, de 23 a?os, muri¨® en marzo a las puertas de un club nocturno (alguien rompi¨® una botella y se la clav¨® en el coraz¨®n). Desde entonces, la polic¨ªa segu¨ªa muy de cerca los pasos de Duggan.
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