El 'Zapaterdiola lepidoptera'
Tan bello como leve, embelesa por su vuelo armonioso, que le ha servido, adem¨¢s, para ganar Copas de Europa y
Lo primero es la belleza. La sinfon¨ªa, el concierto, la eufon¨ªa de colores que resulta del azaroso cruce de melaninas y pterinas es, sencillamente, abrumadoramente hermoso. De las melaninas nos llegan los colores negros y grises y la mayor¨ªa de los tostados, marrones, pardo-rojizos y amarillentos, mientras las pterinas son las culpables de esos rojos brillantes, naranjas o amarillos, e incluso algunos tonos de blanco que nos apabullan con su absorbente presencia. Tanto nos fijamos en la belleza que se abre ante nuestros ojos, que a veces no nos hacemos las preguntas adecuadas en su presencia. Esto es. S¨ª, muy bonitas las alas, preciosos esos ocelos blancos, incluso esos iridiscentes met¨¢licos, azules o granas, la Tierra es del viento, pero ?para qu¨¦ sirve tanto lucimiento? ?Es ¨²til para alguna causa? Deben, pues, los Zapaterdiola lepidoptera demostrar con hechos comprobables, tangibles, que tanto tornasol ha permitido ganar importantes triunfos deportivos, en algunos casos, o pol¨ªticos -elecciones- en otros. As¨ª que mientras duran los triunfos, obtenidos, adem¨¢s, a trav¨¦s de la belleza, se convierten en intocables. ?Qui¨¦n va a querer borrar con sus sucias manos algunos de los miles y miles de escamas que forman el color de las alas de los lepid¨®pteros, si sirven para levantar grandes Copas de Europa o permiten ocupar La Moncloa?
La levedad viene a continuaci¨®n. Contemplar ejemplares de esta especie proporciona algunas alteraciones al estado f¨ªsico y mental del observador. Ver volar a un zapaterdiola causa una cierta paz de esp¨ªritu ante la liviandad de estos seres que asombran por su forma de balancearse en el aire, apenas batiendo unas alas delicad¨ªsimas que amenazan con romperse. Cuesta tocarlas, interrumpir su continua danza, rond¨®s de luz y alegr¨ªa. Su delicadeza puede confundir al espectador y hay quien dice, un punto groseramente: es un exceso, que deben mear colonia. Por eso hay quien se queja de empalago, como si estuvieran hablando de esos bollos de pasta con mucho az¨²car, rellenos de mermeladas con mucho az¨²car y rebozados en mucho az¨²car. Una barbaridad de az¨²car. Que a veces, tras tanto edulcorante, apetece una torta ¨¢cima: dos pases y trallazo. A por otra. Y menos serpenteos y menos mariposeos.
Pero es esa cualidad, la levedad, la que tambi¨¦n lleva aparejada en algunas ocasiones el amaneramiento de su condici¨®n, que no es sino la trivialidad, la frivolidad o la inconsistencia. Leve se llama tambi¨¦n a quien nada de peso soporta, a quien nada de sustancia lleva en su interior. Leve es sutil y tenue, pero tambi¨¦n f¨²til o nimio. Y por ello los zapaterdiolas declinan a veces en poquita cosa, nada con sif¨®n, que dicen, cuando el viento en contra sopla con la fuerza de la tramontana. Entonces algunos de ellos pierden ese embrujo especial con el que deslumbraron al inicio del vuelo, y se quedan en apenas incorp¨®reo villano, de aqu¨ª para all¨¢ en loca carrera arrastrada por ventiscas o vendavales. Olvidan energ¨ªas con las que lucieron modos y maneras de agitar -y sorprender gratamente- a los aficionados a verles evolucionar. ?Qu¨¦ hacer entonces contra esos agentes externos tan destructivos?, se preguntan. Son ellos los culpables, los que tanto empujan, los que tanto exigen. Y es verdad, pero ser¨ªa toda la verdad si el zapaterdiola no hubiera estado ensimismado en sus ricos colores, en sus graciosas piruetas, y hubiera olido el ambiente, juzgado las se?ales en derecho y, en consecuencia, enfrentar la realidad desde la realidad. Y decir: esto que viene no es un suave c¨¦firo, que es un violent¨ªsimo hurac¨¢n.
Pero si se repasa la abundante literatura cient¨ªfica acerca de los Zapaterdiola lepidoptera, es f¨¢cil comprobar cu¨¢l ha sido la forma de actuar con la que han obtenido mejor resultado. Podemos remontarnos a millones de a?os e indagar en distintas civilizaciones, pero quiz¨¢ podemos centrarnos en la ¨²ltima d¨¦cada, que para qu¨¦ irnos a tanta distancia. As¨ª que si los contrarios ven¨ªan con hacha y horca a quebrarles las finas alas, los zapaterdiolas m¨¢s despejados hac¨ªan lo evidente: sobrevolar, bajar, subir, girar y volver loco al energ¨²meno, que para ello son extraordinarios pilotos. Y utilizar todos los trucos de su especie. Que si vuelo por aqu¨ª, que si parece que voy pero vengo. Esto es, ser m¨¢s zapaterdiola que nunca. Ser fieles a un estilo, que adem¨¢s, seg¨²n parece, la t¨¢ctica les trae diversi¨®n: "Disfrutemos, que esto no durar¨¢ siempre", parecen decir quienes muestran, coquetos, su rutilante aspecto a todo el que los quiera ver. Los que as¨ª triunfaban dejaron el hacha para los otros y no les cost¨® nada engatusarles con el arrumaco: vosotros sois los putos amos, se le¨ªa en el armonioso movimiento de sus membranas. Pero ellos, ternes, les ganaban, que los zapaterdiolas triunfadores siempre van a lo suyo: pin, pan, pin, pan, pin, pan. Y de pronto, bum.
La misma literatura cient¨ªfica ha demostrado, sin embargo, que cuanto m¨¢s se alejan algunos individuos de las virtudes de su tax¨®n, peor lo llevan. De entre las m¨¢s de 150.000 variedades de lepidoptera que existen en el planeta, hay algunas que han elegido m¨¦todos muy sofisticados de defensa. Incluso se travisten en seres repulsivos. O incluso venenosos, como la Zygaena trifolii. Poca cosa frente al potente enemigo, sean estos un vistoso p¨¢jaro, un inteligente autillo, un repulsivo sapo, un potente chotacabras, un desalmado Fondo Monetario o unos mercados desbocados. As¨ª que de nada le servir¨¢ al zapaterdiola que act¨²e de esta forma camuflarse con los atributos de otra especie, tal que de neoliberal, por poner cualquier ejemplo, que siempre se le ven a nuestro ejemplar las alas con blancos ocelos por detr¨¢s del disfraz. Y buenos son los depredadores m¨¢s arriba enumerados para dejarse enga?ar. ?Quiz¨¢ hubieran tenido mayor recorrido si insisten en el vuelo airoso, en el ejercicio de un determinado proceder que antes de la metamorfosis les sirvi¨® para el triunfo? Imposible de saber. Pero voluntariosos antes que reflexivos, optimistas hasta el disparate, estos zapaterdiolas sacaron su espiritrompa, rozaron un pedrusco gigantesco recubierto de musgo y, ebrios de credulidad, agitaron pajareros sus alitas: "Hemos visto brotes verdes, hemos visto brotes verdes". Y se descalabraron.
Mientras, agazapados, con la mirada torva, los enemigos de las bellas mariposas que nos ocupan esperan su momento. No puede durar eternamente el tiqui-taca de su brillante aleteo, se consuelan mientras se comen las garras de pura envidia, y aguardan con la boca abierta a que caiga por imperativo de la gravedad el desayuno. Ya se cansar¨¢n de tanto ir y venir. Lo que ocurre es que no se cansan. Es m¨¢s, hay cient¨ªficos que aseguran que hacen un ruidito que suena, m¨¢s o menos, as¨ª: "Ji, ji, ji, ji". Pero el final tr¨¢gico no es del todo desconocido para la especie. En M¨¦xico, por ejemplo, gustan, y mucho, las larvas del agave, llamados Gusanos de Maguey, bien envueltos en hojas de mixiote, sazonados con epazote o salteados con mantequilla. Tambi¨¦n se degustan cris¨¢lidas en otros pa¨ªses tropicales. Y hacia el ara ceremonial, asumido el remate dram¨¢tico, se encamina el otro zapaterdiola, el tornadizo, no sin antes batir las alitas cual h¨¦roe de follet¨ªn del siglo XIX: "Tomar¨¦ las decisiones aunque sean dif¨ªciles. Voy a seguir ese camino cueste lo que cueste y me cueste lo que me cueste". As¨ª ser¨¢ si as¨ª os parece, dice el violento coleccionista. Con sumo cuidado, coger¨¢ el ejemplar sacrificado, le estirar¨¢ las alas, lo desecar¨¢, lo colocar¨¢ en situaci¨®n apropiada en la mesa y trabajo y proceder¨¢ al ¨²ltimo paso: pincharla en el cart¨®n o tabla. Una bolita de naftalina, y listo. Pasa que conociendo a los entom¨®logos que antes hemos citado, es muy probable que sustituyan el alfiler por un cortafr¨ªos.
Nos olvid¨¢bamos. El ciclo vital de esta especie se desarrolla en cuatro etapas: huevo, oruga, cris¨¢lida y adulto. Est¨¢ demostrado, y los cient¨ªficos tienen registrado nombre, apellidos, procedencia y cargo, que alg¨²n cualificado ejemplar se qued¨® permanentemente en cris¨¢lida.
Preg¨²ntenles a ellos. .
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