Cuando el socialismo se hizo marbellero
Despu¨¦s de seis a?os en el Gobierno, las patillas de Felipe Gonz¨¢lez comenzaron a blanquear y la pana fue definitivamente arrumbada. Asentado en el poder con la segunda mayor¨ªa absoluta, en vista que el socialismo no le iba a tocar el trig¨¦mino a ning¨²n banquero, a ning¨²n obispo, a ning¨²n empresario, salvo al loco carioco de Rumasa, los que hab¨ªan refugiado el dinero bajo las monta?as nevadas de Suiza, perdieron el miedo a los rojos, comenzaron a relajarse, regresaron a casa con las sacas y a partir de ese momento comenz¨® la cultura del pelotazo. Ya era est¨¦tico enriquecerse. Despu¨¦s de los almuerzos de trabajo en restaurantes de lujo los tiburones abordaban sus BMW, sus Audi, sus Lexus y volv¨ªan a los despachos con los colmillos ensangrentados. Fue aquel verano en que el socialismo se parti¨® definitivamente en dos: siguiendo la consigna de su jefe de filas algunos guerristas se cubrieron la cabeza con un pa?uelo de cuatro nudos, se sentaron en el balc¨®n junto a un botijo de agua fresca, los pies en un librillo y dejaron que la calor les pasara por encima; los renovadores, en cambio, inauguraron oficialmente su veraneo en Marbella bajo los auspicios de Gunilla von Bismark y Miguel Boyer en ba?ador e Isabel Preysler en pareo, se presentaron cogidos de la mano en una portada de ?Hola! con alg¨²n put¨®n desconocido detr¨¢s. Vest¨ªan camisas de seda iridiscente en la noche estos socialistas finos y en las fiestas comenzaron a cruzar sus vidrios, chinch¨ªn, con unos golfos en Puente Romano, con la aristocracia de T¨ªo Pepe e incluso compart¨ªan las mu?ecas del mejor pl¨¢stico alem¨¢n en las popas de Puerto Ban¨²s. El torrefacto Julio Iglesias les balaba como una cabrita a todos la canci¨®n Bamboleo, con una mano extendida sobre el h¨ªgado y el micr¨®fono ladeado en la mejilla.
La movida dej¨® un rastro de nuevos mitos y ritos en la forma de viajar, de juntarse a beber en las plazoletas inici¨¢ticas
Espa?a estaba todav¨ªa estremecida por el atentado de ETA en un Hipercor de Barcelona, que caus¨® 21 muertos y decenas de heridos, pero en los bailes de chiringuito a lo largo de la costa, bajo las estrellas, inmensos alemanes abrasados por el sol mov¨ªan las alitas como gorriones cuando sonaba la canci¨®n de Los pajaritos, de Mar¨ªa Jes¨²s y su acorde¨®n; de vez en cuando la brisa tambi¨¦n tra¨ªa y se llevaba el pasodoble de Escobar Que viva Espa?a, cantado a coro cuando ya estaban todos borrachos. Entre el desencanto pol¨ªtico y el pelotazo, Espa?a cambi¨® de piel aquel verano de 1987. Las tribus urbanas hab¨ªan conquistado los s¨®tanos de la ciudad, la carne de los j¨®venes estaba traspasada por toda clase de imperdibles, la movida hab¨ªa dejado un rastro de nuevos mitos, de nuevos ritos en la forma de viajar, de emparejarse en los petates, de juntarse a beber en las plazoletas inici¨¢ticas. Almod¨®var ya era el rey absoluto. Se esfumaron del paisaje urbano los uniformes militares y las sotanas, los trenes llegaban puntuales a estaciones con vest¨ªbulos llenos de mochilas multicolores y relucientes los retretes. El m¨¦rito de Felipe Gonz¨¢lez fue haberse dado cuenta por d¨®nde discurr¨ªa el r¨ªo de la historia y levantar todas las compuertas para que las aguas fluyeran hacia la modernidad.
Aquel dulce verano en D¨¦nia, desde la verbena de la playa llegaba hasta la sobremesa de las cenas con los amigos bajo el algarrobo la voz de un vocalista meloso que cantaba La bamba, y cuando de madrugada iba a ayudar a Pere Joan a cobrar la red que hab¨ªa calado la tarde anterior, me cruzaba con las ¨²ltimas motocicletas, con los ¨²ltimos coches llenos de furiosos latidos de m¨²sica salvaje reventando por las ventanillas que volv¨ªan de las discotecas. Era el preludio de la ruta del bacalao. Pere Joan era un viejo pescador, con dise?o de Geppeto, due?o de un chiringuito, Els Molins, con sombra de parra y uralita, abastecido por lo que pescaba cada d¨ªa. Cuando ve¨ªa que en la red se hab¨ªa enganchado un pez mientras se estaba comiendo a otro, y yo me asombraba, sin volver el rostro, encorvado sobre la borda, dec¨ªa: "Es que aqu¨ª abajo hay m¨¢s hambre que arriba". Y si pescaba un bogavante o una langosta siempre repet¨ªa: "Esta se la comer¨¢n los se?oritos". De regreso al chiringuito, a las nueve de la ma?ana, Pere Joan me invitaba a desayunar, un caf¨¦, un bocadillo de at¨²n y anchoas, una ensalada de tomate de aquellos antiguos con aceitunas amargas machacadas y una cerveza. Despu¨¦s me regalaba un kilo de pescado en el que hab¨ªa salmonetes, caballas, doncellas, pajeles y sargos. Aquellos dulces veranos de los ochenta en D¨¦nia tambi¨¦n me embarcaba, invitado por Salvador, avezado patr¨®n, en su barca de pesca de arrastre y pasaba el d¨ªa en alta mar con corridas desde el cabo de la Nao hasta aguas de Oliva. Bajo el sol del mediod¨ªa, con la morralla capturada en el primer copo, el cocinero preparaba la caldereta y al echar la cabeza de ajos sobre el aceite hirviendo ese aroma que la brisa salada extend¨ªa sobre el mar creaba por primera vez el universo y ya no exist¨ªa la memoria, no hab¨ªa corrupci¨®n pol¨ªtica, ni ETA, ni GAL, ni desencanto, ni reconversi¨®n industrial, sino la luz de los sentidos fundida con el pensamiento. Nada.
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