No de hombres sino del demonio
En la foto se ve a alguien tendido en el suelo: est¨¢ muerto. A su alrededor, varios hombres. Uno de ellos, que lleva un chaleco naranja de seguridad, se dispone a taparlo con una s¨¢bana blanca: su sudario. Tres m¨¢s contemplan la escena: con los brazos cruzados, dos de ellos se r¨ªen abiertamente; el otro lo mira con una media sonrisa de desprecio y flexiona una rodilla, como si fuera a dar un puntapi¨¦ al cuerpo exang¨¹e. Acaso lo haya hecho. Al fondo, encaramados a la barrera de hierro oxidado, hay dos ni?os. Nadie los aparta de all¨ª. Bajo el cad¨¢ver se aprecia un peque?o charco: probablemente, se orin¨® antes de expirar. Se me¨® de miedo. Y nadie aparta a los ni?os de ah¨ª, y los hombres se r¨ªen y se regocijan ante el triunfo de esa desesperaci¨®n, de esa impotencia.
El 1 de noviembre de 1567 el papa P¨ªo V, m¨¢s tarde santo, public¨® una bula que prohib¨ªa los espect¨¢culos taurinos
Esta escena, congelada en la foto y que hiela la sangre, se ha producido anteayer en Legan¨¦s. Anteayer: siglo XXI. Legan¨¦s: localidad de la misma Comunidad que recibe al tiempo con honores a quienes dicen traer el mensaje divino por excelencia, un mensaje de Amor. ?Por qu¨¦ el mensaje divino no se ha extendido a todas las criaturas que sufren? ?Por qu¨¦ el Amor no ha alcanzado a esta v¨ªctima inocente? Porque el que yace sobre los adoquines, joven, fuerte, sano, inerte, es un toro. Un ser lleno de vida que ha muerto porque el terror le ha cegado un camino que no deb¨ªa recorrer: el del secuestro, el del encierro, el del acoso.
Dicen los pastores (Ego sum pastor bonus, dijo Cristo) que el toro (criatura de Dios, ?o no?) ya estaba muy alterado en los chiqueros. Y que cuando lo soltaron (lo traicionaron, pues, pastores malos), en la que sin duda crey¨® su oportunidad de huir de sus captores, choc¨® contra otro compa?ero de infortunio. Dicen que qued¨® malherido y que hubo que sacrificarlo all¨ª mismo. Sacrificarlo: rematar el crimen. Dicen que pas¨® cuatro minutos convulsionando, a la vista de todos. El alivio -qu¨¦ paradoja- lleg¨® en forma de puntillazo: una pu?alada. All¨ª mismo agoniz¨®. Se llamaba Navegante.
En este pa¨ªs, donde los animales son maltratados de forma institucional (es decir, donde se ejerce un terrorismo de Estado sobre individuos que, no por ser de otra especie, merecen menos respeto y protecci¨®n) ponen nombres as¨ª a las v¨ªctimas: evocadores, presuntamente l¨ªricos. Te ponen Navegante y te mantienen durante horas encerrado en un caj¨®n, a oscuras, oyendo afuera golpes, gritos, mugidos, al borde de la asfixia, al l¨ªmite de tus fuerzas, al otro lado de la locura, me¨¢ndote encima, disponible para el escarnio, la humillaci¨®n y la muerte. Fariseos.
En Madrid, la jefa de esos escuadrones (pastores, ganaderos, toreros y aficionados varios al sufrimiento de los dem¨¢s) es la presidenta de la Comunidad, Esperanza Aguirre, que con una mano premia a torturadores, matadores y c¨®mplices, y con la otra recoge la mantilla para inclinarse sobre el anillo papal, el del mensaje del Amor. No he o¨ªdo a ninguno de los muchos cat¨®licos que han ocupado en estos d¨ªas las calles de Madrid referirse al triste, injusto destino de Navegante. He visto, sin embargo, a muchos cubrirse las espaldas con esa bandera roja y gualda a la que se ha a?adido la silueta de un toro. A pesar de que su buena nueva es la del Amor, no han dicho nada del toro de Legan¨¦s (ni de los patos de Sagunto, ni del cerdito de Erandio, por poner solo dos ejemplos recientes, entre miles, de un abuso oficial y una violencia que encolerizar¨ªan a Dios).
Parecen haber olvidado que el d¨ªa 1 de noviembre de 1567 el papa P¨ªo V, m¨¢s tarde santo, public¨® la bula De Salute Gregis Dominici, que condenaba las corridas de toros y prohib¨ªa a los cat¨®licos, de forma terminante y permanente, que asistieran a espect¨¢culos taurinos, por considerarlos obra "no de hombres sino del demonio". ?Han llegado los cat¨®licos a conocer esta bula? ?Les han hablado de ella sus evangelizadores? En Espa?a, probablemente, no, dado que, en la m¨¢s sangrienta y cineg¨¦tica tradici¨®n borb¨®nica, el rey Felipe II prohibi¨® su publicaci¨®n: al Papa solo se le hace caso si conviene. ?nicamente he o¨ªdo al escritor y abogado Jorge Tr¨ªas, coherente hombre de fe, recordar que el papa Juan Pablo II afirm¨® que "los animales poseen un soplo de vida recibido por Dios" y se remiti¨® a los salmos 103 y 104, "donde no se hace distinci¨®n entre los hombres y los hombres y los animales". Dice Tr¨ªas: "A los creyentes se nos exige, de acuerdo con nuestra fe, un plus de respeto por lo que tenemos entre manos. En suma, un poco m¨¢s de amor". Benedicto XVI y sus peregrinos deber¨ªan escuchar a este hombre y condenar las obras del demonio, por mucho que busquen legitimidad a trav¨¦s de presidentas y de reyes.
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