Cuando com¨ª un geranio
Estaban all¨ª plantados, en la ventana de mi habitaci¨®n. Aquella ventana me gustaba especialmente, y pasaba muchas horas delante de los geranios. La ventana quedaba a ras de techo de otra casa m¨¢s peque?a cubierta con losa, un tejado que a veces se llenaba de gatos, y por el que yo me aventuraba en verano, cuando nadie me ven¨ªa. La ¨²nica barrera que ten¨ªa que atravesar eran las jardineras de geranios. Me quedaba un rato al sol, tendida en las losas del tejado, y enseguida volv¨ªa a mi habitaci¨®n. Los intensos olores del comienzo del verano me invad¨ªan, cerraba los ojos y me dejaba quemar por el sol. Imaginaba que yo era una losa m¨¢s. Me transformaba, por el efecto del sol, en parte de aquel tejado y me fund¨ªa con la casa. Pensaba que si me mov¨ªa la casa pod¨ªa desmoronarse, y por eso intentaba hacer siempre la misma ruta, poniendo a mi regreso las manos y los pies con mucho cuidado en los mismos puntos por los que hab¨ªa accedido hasta mi improvisada sauna seca. Hab¨ªa un momento, no obstante, en el que el sol empezaba a quemar y el calor de las losas me recordaba mi esencia mortal, mi esencia de naturaleza viva, nada que ver con una losa muerta, con un pedazo de tejado, nada que ver con una piedra, y sent¨ªa de pronto la necesidad de volver, de refugiarme y de protegerme tras la barrera de geranios. Entonces los ve¨ªa como algo inalcanzable, como una cumbre dif¨ªcil de coronar. Estaban all¨ª, inalterables al sol, custodiando la entrada de mi habitaci¨®n, y me reprochaban, en todo su esplendor de rojos y verdes, mis temerarias huidas por el tejado. Yo no era una planta que pudiera crecer en una maceta. Ten¨ªa piernas, no estaba dotada con el don de la inmovilidad y la dulzura de la conformidad. No ten¨ªa la belleza de aquellas hermosas flores que mi madre hac¨ªa brotar cada a?o. Volver a mi habitaci¨®n, atravesar de nuevo la barrera de geranios, era un acto de reconciliaci¨®n con mi esencia defectuosa y entonces los ve¨ªa, justo al atravesarlos, no como seres inocentes sino todo lo contrario, como verdaderos enemigos, como agentes del orden y la sumisi¨®n, como guardianes del statu quo que me imped¨ªa atravesar tejados y ser un gato sin rendir cuentas al sol ni a mi madre. Aquellos geranios, de vuelta a casa, me recordaban lo que era: yo no era una planta, no era una losa azul, no era un ¨¢rbol.
Hubo un momento a partir del cual ya no quise andar por los tejados. Descubr¨ª una actividad mucho m¨¢s placentera: me quedaba mirando los geranios, acariciando la seda falsa de sus p¨¦talos y deshoj¨¢ndolos de aquella belleza superficial hasta dar con su verde coraz¨®n. Entonces me lo com¨ªa. Aquellas ingestas de coraz¨®n de geranio me resarc¨ªan de mi esencia mortal. Quien se haya comido el coraz¨®n de la belleza sabe de lo que hablo.
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