Las islas que nos esperan
"La isla no separa ni recluye: singulariza", escribe Andr¨¦s S¨¢nchez Robayna (Las Palmas, 1952) en este Cuaderno de las islas donde re¨²ne todo lo que ha sentido y sabido acerca de esos "continentes en miniatura" a lo largo de sus dos vidas: la normal y la de lector. Ambas son ¨²tiles aqu¨ª, porque el hombre ofrece la visi¨®n y el escritor la mirada; el primero recuerda, porque estuvo all¨ª de verdad o porque las visit¨® por escrito, islas reales con nombres incre¨ªbles como la de Lobos, la de El Hierro o la de Krk, en la costa de Istria; las de Nueva Caledonia o las Gal¨¢pagos; la de Ellesmere, que oculta un bosque prehist¨®rico bajo el hielo; las de Formentera o los Ratones; la isla fluvial de Kampa, en el r¨ªo V¨ªstula, en Praga, donde viv¨ªa encerrado Vladimir Holan; o la de Pascua, cuyo nombre nativo es Te Henua, es decir, "el ombligo del mundo". El segundo S¨¢nchez Robayna, el lector, nos habla de sus h¨¦roes literarios: John Donne, Edmond Jab¨¨s o Lezama Lima, que supo que es en las islas donde el agua se detiene a pensar o "gana su recreo"; Odysseas Elytis, C¨¦sar Vallejo, Rilke, Carmen Laforet y Blaise Cendrars; Octavio Paz, que ve¨ªa en la isla de Elefanta, a una hora de Bombay, "la luz descalza sobre el mar y la tierra dormidos"; o Luis Cernuda, cuyo poema Las islas es tan perfectamente narrativo que parece "una novela de la que conoci¨¦ramos s¨®lo ese pasaje".
Cuaderno de las islas
Andr¨¦s S¨¢nchez Robayna
Lumen. Barcelona, 2011
139 p¨¢ginas. 15,90 euros
La prolongaci¨®n natural del lector S¨¢nchez Robayna, que es el escritor que conocemos por libros como Palmas sobre la losa fr¨ªa, Fuego blanco o, el m¨¢s reciente, La sombra y la apariencia, nos brinda aforismos que dicen que las islas son la m¨¢xima creaci¨®n de la luz; que las gaviotas son islas voladoras; que algunos versos de Ungaretti o de Safo son islas en medio del silencio; que un poema es una isla del lenguaje; y, sobre todo, que es el amor lo que da existencia a la isla.
Andr¨¦s confiesa que en una de las islas del Rosario, frente a Cartagena de Indias, al o¨ªr la palabra totumo, que es como se llama en esa parte de Colombia al ¨¢rbol del caucho, volvi¨® a so?ar. O que en Santorini, Grecia, se emocion¨® al ver en la entrada a un museo unos versos del poema El archipi¨¦lago, de H?lderlin, que hab¨ªa llamado a las islas "ojos del mundo encantado". S¨¢nchez Robayna se acuerda, adem¨¢s, de lugares imaginarios como la isla donde Tomas Moro situ¨® su utop¨ªa o aquella en la que, seg¨²n Camoens, Vasco de Gama recibi¨® la revelaci¨®n de la m¨¢quina del mundo; y tambi¨¦n de sitios aut¨¦nticos que son una cruel met¨¢fora de nuestra Historia de ayer y de hoy, por ejemplo las islas-prisi¨®n, que son "el sue?o de todos los gobernantes" como bien supieron Garcilaso de la Vega cautivo en el Danubio; o S¨¦neca exiliado en C¨®rcega; o Unamuno desterrado en Fuerteventura, donde tal vez invent¨® la palabra de tres cabezas a-isla-miento.
Andr¨¦s S¨¢nchez Robayna ha escrito un libro de amor a las islas, a la poes¨ªa -como demuestra la peque?a antolog¨ªa que incluye como ap¨¦ndice, con textos de Borges, Juan Ram¨®n Jim¨¦nez, Yeats, Jorge Guill¨¦n o, entre otros, Andr¨¦ Breton- y a la inteligencia, que puede servir para dos cosas: para resolver los misterios o para temerlos de frente, en especial "al mayor enigma de todos, las islas que nos esperan, evocadas por el profeta Isa¨ªas". El horizonte es siempre el mismo, lo que cambian son las islas.
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