Devorar Par¨ªs. Picasso 1900-1907
Despu¨¦s de a?os de amistad y del posterior alejamiento por la Guerra Civil, se encontraron en Barcelona Joaquim Sunyer y Josep de Togores, y se lamentaron de haber abandonado Par¨ªs. Treinta a?os antes all¨ª, Pablo Picasso recomendaba a Joan Mir¨® que si quer¨ªa avanzar se quedara. Era lo que ¨¦l hab¨ªa hecho en el cambio del siglo, y no porque Barcelona fuera un lugar muerto y provinciano, que no lo era, sino porque Par¨ªs se hab¨ªa convertido en el laboratorio del arte a escala mundial: "Si veis a Opisso decidle que venga, que esto es bueno para la salvaci¨®n del alma, que mande a paseo a Gaud¨ª y la Sagrada Familia, y tambi¨¦n al loco de Clap¨¦s
[pintor amigo de Gaud¨ª], aqu¨ª hay maestros de verdad", escrib¨ªa en catal¨¢n Carles Casagemas mientras Picasso ilustraba la carta a su amigo Ramon Revent¨®s, en 1900.
Devorar Par¨ªs. Picasso 1900-1907, la exposici¨®n de los museos Van Gogh de ?msterdam y Picasso de Barcelona, se centra en el momento en el que el malague?o recompone su bagaje catal¨¢n con el choque brutal del Par¨ªs efervescente del cambio de siglo y, en menos de siete a?os, pasa de ser un diletante espectador a un protagonista de excepci¨®n. Una primera visita a la sala temporal del museo barcelon¨¦s deslumbra por gran calidad de las obras seleccionadas por su comisaria, la prestigiosa Marylin McCully. En una segunda vuelta, sin embargo, aparece una cuesti¨®n interesante: ?una buena exposici¨®n, es una reuni¨®n de obras magn¨ªficas o la creaci¨®n a partir de ellas de un discurso coherente? Y es en ese segundo punto en donde la recopilaci¨®n flaquea, a pesar de que las obras expuestas sean fant¨¢sticas y bien escogidas.
A veces, un comisario estrella, puede tener una visi¨®n tan elevada que ¨¦sta se empa?e y desaparezcan los detalles que hacen de cualquier buena realizaci¨®n una obra completa. McCully nos habla de los genios que encontr¨® Picasso en Par¨ªs, pero olvida a la mayor¨ªa de los colegas catalanes que estaban all¨¢, y a partir de los cuales tambi¨¦n aprehendi¨® lo que estaba en su entorno. Ramon Casas, Joaquim Sunyer y Ricard Canals est¨¢n incluidos, pero Isidre Nonell, que le transmiti¨® el inter¨¦s por Daumier y, quiz¨¢s tambi¨¦n, por Van Gogh, no. En el texto del cat¨¢logo McCully dice de ¨¦ste que estaba en Par¨ªs pintando espa?oladas, como Canals. Que Nonell pintara gitanas, y no en Par¨ªs si no en Barcelona, no significa que se hubiera adentrado en ese g¨¦nero comercial tan solicitado en el mercado extranjero, y parece confundir gitana con flamenco. De Anglada Camarasa tampoco hay nada, igual que sucede con Manolo Hugu¨¦. Pero lo m¨¢s grave es lo que pasa con Casagemas, invocado todo el rato pero tambi¨¦n sin ninguna obra. Curiosamente la autora presenta en su texto al amigo de Pablo Picasso como un escritor y no como un artista -quiz¨¢s un error de traducci¨®n o de correcci¨®n-. Y en este punto flaco es donde deb¨ªan de haber intervenido los conservadores del museo barcelon¨¦s para hacer descender de las alturas a su estrella y localizarle unos cuantos casagemas a elegir -quiz¨¢s junto a algo de Nonell, Anglada y Manolo-. Precisamente a pocos kil¨®metros, en el desgraciado Museo de Arte de Sabadell, mal dirigido y p¨¦simamente gestionado desde su propia fundaci¨®n y a punto de ser fogacitado por un proyecto absurdo de macromuseo de historia local, est¨¢n dormitando olvidados en su almac¨¦n los dos mejores pasteles que pintara Casagemas en su corta vida, procedentes de la colecci¨®n de Santiago Segura, mecenas y promotor del Faian? Catal¨¤, que leg¨® a su ciudad natal algo que hasta el presente ¨¦sta ha demostrado que no merec¨ªa.
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