El toro y la calle
?C¨®mo es posible que la gente arriesgue su f¨ªsico y hasta su vida enfrent¨¢ndose a un toro en cualquier calle de un pueblo en fiestas? ?Qu¨¦ tienen los toros que no tengan las gallinas, los cerdos o los caballos, por mencionar unas especies tan respetables como cualesquiera otras? Es dif¨ªcil decir sobre esto algo nuevo que no est¨¦ escrito, que no aparezca en Google, pero tampoco est¨¢ de m¨¢s recordar algunas cosas.
Por un lado, est¨¢ la explicaci¨®n psicol¨®gica, que no est¨¢ nada mal. Es el tema de la b¨²squeda de sensaciones, de la novedad, del riesgo, que se resume hoy en d¨ªa mencionando la adrenalina, una hormona que acelera el pulso, aumenta la respiraci¨®n y produce calor en la cara por la concentraci¨®n de sangre. Unas sensaciones que no tenemos normalmente y que indican que estamos vivos, que existimos, un sentimiento poco frecuente en la sociedad actual y por eso resulta placentero. Mucho m¨¢s si lo hacemos delante de otros que nos reconocen como protagonistas y colgamos la haza?a en Internet para inmortalizar el momento. Nos arriesgamos en la calle con el toro por la adrenalina, es decir, para sentirnos vivos y ver c¨®mo nos reflejamos en el espejo de los dem¨¢s.
Cuando el revolver estaba de moda, se jugaba a la ruleta rusa; en la generaci¨®n de James Dean, el coche era el s¨ªmbolo y por eso compet¨ªan entre s¨ª para ver qui¨¦n era el ¨²ltimo en frenar ante un precipicio; ahora los turistas se lanzan borrachos al vac¨ªo de la piscina. Pero los toros no son una moda actual, llevan varios siglos ah¨ª y contin¨²an reclamando nuestra adrenalina. Por eso la explicaci¨®n resulta insuficiente para comprender la atracci¨®n at¨¢vica que ejerce el toro en nuestras calles.
Siempre nos queda la econom¨ªa, en ¨²ltima instancia, por supuesto, pero es una justificaci¨®n bien recibida en tiempos de crisis como los actuales. Dej¨¦monos de monsergas psicol¨®gicas y hormonas cantarinas porque de lo que se trata, lo importante, es que las fiestas populares y el turismo correspondiente producen dinero, desarrollan los pueblos y alegran la vida de las personas, que falta nos hace a todos. Al final de la fiesta, dec¨ªa por televisi¨®n un aficionado a los bous al carrer, se han acabado en el pueblo todas las Coca-Colas y todos los bocadillos. Puede que resulte tr¨¢gico o hasta pat¨¦tico, pero no hay mejor forma de resumir el argumento econ¨®mico. El problema es que tampoco explica la obsesi¨®n por el toro y vale lo mismo para esa fiesta que para un cantante de moda o la f¨®rmula 1. Todas acaban con los bocadillos y las Coca-Colas, que no est¨¢ mal, pero es insuficiente.
Al final, lo sab¨ªamos, hay que recurrir a la historia o, al menos, a la psicolog¨ªa como historia, posiblemente la ¨²nica que merece la pena en los tiempos actuales. La lucha con nuestro toro comienza, seg¨²n los entendidos, como un entrenamiento para la batalla de los nobles a caballo. De ese compa?erismo nacen los atributos del toro, que nunca tuvo un animal y que este tiene por asociaci¨®n: nobleza, casta, raza, poder, orgullo y algunos m¨¢s, todos t¨ªpicos de la aristocracia pero atribuidos desde entonces al animal. M¨¢s tarde los villanos, enti¨¦ndase bien, la gente de las villas, tambi¨¦n quieren torear, para regocijo del pueblo y con el benepl¨¢cito de los nobles. Despu¨¦s son las ciudades las que tienen su plaza de toros y as¨ª empieza el estilismo, seg¨²n diagn¨®stico de Ortega para las artes y el toreo, una especie de comienzo del fin, una decadencia o declive que se arrastra hasta nosotros, que cerramos plazas y prohibimos la fiesta. Pero los toros en la calle de los pueblos contin¨²a encerrando el respeto que tenemos al noble, al animal, y la aversi¨®n que nos provoca su dominio sobre nosotros, por eso lo festejamos, perseguimos y maltratamos. Puede que sea una met¨¢fora desafortunada, pero es una especie de fiesta republicana, al menos en lo que tiene de lucha contra la aristocracia, los viejos valores, las jerarqu¨ªas injustificadas y los dogmas insufribles para la sociedad actual.
No est¨¢ bien lastimar y da?ar a ning¨²n animal, estoy de acuerdo. Hasta las tradiciones tienen fecha de caducidad. Pero una vocecita me dice que conservar un poco m¨¢s estas fiestas populares puede ser un recordatorio interesante para nuestro futuro pol¨ªtico.
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