El primer pitillo
De lo ¨²nico que estoy seguro es de que ten¨ªa 13 a?os y me hab¨ªa enamorado por segunda vez. El primer amor me dur¨® poco m¨¢s de una semana y sucumbi¨® por desinter¨¦s futbolero de la contraparte, pero el segundo me atac¨® con fuerza, con todos los s¨ªntomas, insomnio, inapetencia, expresi¨®n de idiota permanente, deserci¨®n del grupo de amigos y ganas de escribir poemas. La contraparte se hac¨ªa de rogar, se dejaba querer, mimar, que le cargara el bols¨®n del liceo, pesado como si llevara una enciclopedia, devoraba feliz las palomitas dulces que le compraba en el cine, nunca protest¨® porque yo pagara las entradas ni le hizo asco a los helados de l¨²cuma del caf¨¦ Paula.
El primer avance fue que se dejara tomar de la mano en los paseos por el Parque Forestal, cercan¨ªa que se romp¨ªa cuando me ped¨ªa barquillos, y yo me derret¨ªa viendo c¨®mo, m¨¢s que comerlos, los ro¨ªa delicadamente para hacerlos durar.
El segundo avance, y yo estuve a punto de cantar victoria, fue dejarse pasar el brazo sobre los hombros en el cine y, mientras ella desenvolv¨ªa las calugas de Las Escocesas -no es que me importara, pero de cada diez se com¨ªa nueve- yo acariciaba su larga melena dorada, a veces jugueteaba con su oreja izquierda y deseaba que la pel¨ªcula durase unas cuatro horas.
A los 13 a?os, el beso es un problema, uno no sabe si se sopla o se chupa, no hay manuales al respecto, y las conversaciones con los amigos me aterraban por mi inexperiencia. Los consejos dec¨ªan: si se deja meter la lengua est¨¢s al otro lado o, si ella te mete la lengua la tienes en el bote. Para ganar experiencia le ped¨ª a una prima unos a?os mayor que me ense?ara a besar; acept¨® a cambio de un single de Leonardo Favio, me puso frente a su rostro, estir¨® los labios con los ojos cerrados y cuando intent¨¦ meterle la lengua respondi¨® con un soplamocos que me lanz¨® de espaldas. Perd¨ª el disco del cantautor argentino, hice el rid¨ªculo y no aprend¨ª a besar.
Y los avances segu¨ªan. Del brazo izquierdo sobre los hombros pasamos al brazo derecho sobre su pecho, lo que me permit¨ªa suponer que la abrazaba en forma, acariciaba su melena, sus orejas, su rostro, con excepci¨®n de la boca siempre ocupada en comer alguna de las golosinas que le compraba antes de meternos al cine.
Y fue en la sala del cine Espa?a de Santiago, mientras ella devoraba almendras garrapi?adas y ve¨ªa una pel¨ªcula de Pili y Mili, que me atrev¨ª a decirle que me diera un beso.
Su respuesta fue entre cruel y desconcertante: dijo que los besos eran lo peor para los dientes, que las bacterias pasaban de boca en boca que no hab¨ªa ni Odontine ni Colgate que ayudara, y sigui¨® comiendo almendras.
La dej¨¦ con Pili y Mili. Sal¨ª a la calle, en un quiosco compr¨¦ un paquete de Baracoas y sentado en la plaza de Armas encend¨ª el primer pitillo de mi vida.
Ah¨ª, fumando, entend¨ª que la vida era compleja, que todo era complejo, hasta el amor y las bacterias.
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