C¨®cteles que salvan

No soy alcoh¨®lica. Vamos, eso lo tengo claro, aunque ayer por la noche tuve serias dudas ya que las circunstancias me empujaron a ello. Se acaban las vacaciones y vuelven mis amigas, y con ello las eternas sesiones de fotos y relatos de todo aquello que han vivido. Por la ma?ana, almuerzo: ped¨ª cervecita, comienzo suave. Contentita me fui a comer, y me di al vino, blanco y fresquito. No tuvieron bastante con la comida y a¨²n quedaban los v¨ªdeos, maldita tecnolog¨ªa punta, nos movimos a una bonita terraza para los digestivos. Yo, mareada, y no de alcohol, vi claramente que no tendr¨ªa suficiente con un limoncello o un orujito de hierbas, as¨ª que me pas¨¦ directamente a la fresca Margarita. Despu¨¦s de m¨¢s de una hora -y de un "espera que en esta a¨²n no asoma la cabeza la tortuga", "mira, en esta se le ve un poco, ?en esta!, o "no, espera, que est¨¢ m¨¢s adelante"- dije: "?Y si pedimos una jarrita de Agua de Valencia?". Cuando pens¨¦ que todo hab¨ªa acabado llamaron los que faltaban. Venga, todos juntos a cenar. Me pareci¨® el mejor momento para imitar a las famosas protagonistas de Sexo en Nueva York, pero en vez de un refinado Cosmopolitan, ped¨ª un gin t¨®nic, asegur¨¢ndome de indicarle al camarero que estuviese bien cargadito. Termino el d¨ªa muy mal: yo, muy perjudicada y bajo la amenaza de volver a quedar.