Tarjetas de visita
Sin saberlo, los internautas m¨¢s audaces est¨¢n recuperando una de las costumbres de m¨¢s abolengo entre las ¨¦lites burguesas del siglo XIX. Me refiero naturalmente al modo de autopresentaci¨®n de los usuarios de Facebook y dem¨¢s v¨ªas sociales de contacto, que incluye, junto al perfil, al menos una foto del interesado. Exactamente igual a lo que hicieron, sin Red, los prohombres decimon¨®nicos, cuando en la segunda mitad de ese siglo, exactamente el a?o 1854, el fot¨®grafo franc¨¦s Andr¨¦ Adolphe Disd¨¦ri patent¨® su invento de una c¨¢mara con m¨²ltiples objetivos con la que era posible obtener, en una sola sesi¨®n y a partir de un ¨²nico negativo, numerosas impresiones fotogr¨¢ficas en el formato llamado carte de visite.
Una fascinante exposici¨®n muestra el modo de autopresentaci¨®n de los prohombres del siglo XIX
Las que se exponen ahora en una peque?a, pero fascinante exposici¨®n abierta (hasta el 26 de septiembre) en el museo de la Fundaci¨®n L¨¢zaro Galdiano, en Serrano, 122, son frontales y algo solemnes, como corresponde a quienes posaron para distintos artistas de la c¨¢mara, como el propio Disd¨¦ri y otros de mayor renombre como Nadar o Laurent. Esas tarjetas de visita con la fotograf¨ªa del titular las fue coleccionando otro prohombre, nuestro Pedro Antonio de Alarc¨®n, a quien muchos se empe?an solo en recordar como autor de El sombrero de tres picos, por toda su secuela de adaptaciones al cine, al teatro y a la danza. El escritor granadino se cuenta, en buena l¨®gica, entre los retratados, pero el repertorio mostrado en la Fundaci¨®n recoge un panorama de la jet-set de entonces, que, no usando aeroplanos, se desplazaba con gran frecuencia y abundante bagaje, como lo hizo el propio Alarc¨®n, autor de un delicioso recuento de un viaje De Madrid a N¨¢poles. El papa P¨ªo IX, Napole¨®n III, los decimoquintos duques de Alba, la flor y la nata de la poes¨ªa posrom¨¢ntica (Rivas, N¨²?ez de Arce, Ventura de la Vega, Campoamor), y tantos otros pol¨ªticos, oradores y prelados figuran en esa galer¨ªa de grandilocuentes, aunque de tama?o modestas tarjetas. Mujeres hay pocas, y las que hay son marquesas o c¨®micas principalmente, si bien est¨¢ la poetisa Carolina Coronado absorta en la contemplaci¨®n de un libro. Tambi¨¦n se puede ver a un moro de importancia, Muley el Abbass, y al hombre de carne y hueso que dio nombre a la copla de Mambr¨², aquel que se fue a la guerra.
Yo adoro las tarjetas de visita, que tuve y repart¨ªa, en un rasgo de petulancia precoz, a mitad del Bachillerato, sin que mis compa?eros de curso se mostrasen impresionados. La m¨ªa, como las de la mayor¨ªa de los humanos del siglo XX, no ten¨ªa foto incorporada, solo el nombre y la direcci¨®n de casa, de casa de mis padres. De m¨¢s mayorcito pude poner un domicilio propio, un tel¨¦fono, antes de que llegaran el fax y los correos electr¨®nicos. Las sigo teniendo, encarg¨¢ndolas en paquetes de 100 a una imprenta artesanal del barrio de La Guindalera, pero creo que en los ¨²ltimos tiempos solo usaban tarjetas los profesores universitarios extranjeros y los funcionarios del Estado.
Luego lleg¨®, como ustedes saben, el siglo XXI, y los cambios de costumbres, que no se acaban nunca. Reaparece con ellos la tarjeta, adem¨¢s de los ya citados insertos con foto en Internet. Ahora se hacen negras (ya me habr¨ªa a m¨ª gustado tener en el colegio, para achantar a los d¨ªscolos, una tarjeta negra de visita), oblongas, ribeteadas, y hasta sonoras. Aunque la m¨¢s mundial es la que vi en una tienda fotogr¨¢fica de Antalya, al sur de Turqu¨ªa. Uno se fotografiaba ante un Disd¨¦ri local, y en dos horas obten¨ªa 10, solo 10, copias de su propia efigie en 3D, pudiendo asimismo insertar la foto en un llavero o un posavasos. El precio era alto, y no me decid¨ª.
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