Ya queda menos

Cierro la puerta. Doble vuelta de llaves. Bajo las escaleras. Me cruzo con la vecina. De su casa siempre sale un riqu¨ªsimo olor a comida. Reviso el buz¨®n. Me coloco los auriculares. Sara Vaughan me susurra al o¨ªdo "algunas de sus cosas favoritas". Ya estoy en la calle. La bodega ha vuelto a abrir. Su due?a es una mujer menuda de pelo muy rizado y un precioso acento extranjero. Camino por la sombra. El aire huele diferente. La avenida vuelve a lucir viva, llena de tr¨¢fico y gente que camina deprisa. Termina el verano. Vuelve el estr¨¦s, los horarios, las narices rojas de constipado, los d¨ªas cortos y las noches largas, ?Camps y su juicio eterno! Pero tambi¨¦n vuelven los amigos, los domingos de pel¨ªcula, sof¨¢ y manta, los estrenos buenos en el cine, el f¨²tbol... Y es que no puedo remediarlo, aunque viva enamorada del mar, no soporto las toallas amontonadas, la crema solar y la arena peg¨¢ndose en mi cuerpo. Yo soy de oto?o, de invierno, como mucho de primavera. Me gustan las tardes de lluvia, los d¨ªas de bufanda y las noches de vino caliente especiado. Miro el reloj. Voy bien de tiempo. Camino m¨¢s despacio. Una r¨¢faga de aire. Miro al cielo. Busco la copa de esos peque?os ¨¢rboles con los que todos los d¨ªas me cruzo. No, a¨²n no. Ninguna hoja amarilla cae. Pero queda menos, ya queda menos.