La democracia en riesgo
En el verano de 2007, el mercado, esa fuerza ciega de la econom¨ªa sin control, revent¨® de un golpe. Parec¨ªa que el p¨¦ndulo volv¨ªa hacia lo p¨²blico, pero las cosas han ido m¨¢s lejos para subordinarse al control pol¨ªtico
Pasar¨¢n algunas d¨¦cadas hasta que los historiadores sean capaces de analizar con tino lo que nos est¨¢ sucediendo. Ya no es ninguna exageraci¨®n afirmar que la crisis econ¨®mica que implica al mundo m¨¢s rico y desarrollado es la m¨¢s destructiva e ingobernable desde la de 1929. Incluso, en algunos de los par¨¢metros decisivos, m¨¢s profunda.
Como ha descrito el profesor Pablo Mart¨ªn Ace?a en un trabajo titulado Dos crisis m¨¢s una, de inminente publicaci¨®n en la revista universitaria Historia y pol¨ªtica, de la primera gran crisis del siglo XX, la de 1929, surgi¨® el final del laissez faire que hab¨ªa dado todo el protagonismo a las fuerzas libres del mercado y se abri¨® la brillante etapa del keynesianismo, el intervencionismo estatal que permiti¨® la construcci¨®n del Estado del bienestar en los pa¨ªses del centro del sistema. La socialdemocracia se impuso en Europa con una fuerza que parec¨ªa incontenible.
La novedad es que la dureza no se aplica a las entidades financieras, sino a los Gobiernos
En Espa?a a¨²n no hemos acabado de digerir las recetas que se nos han ido aplicando
Ese nuevo periodo se vio bruscamente quebrado por la segunda crisis del siglo, la de 1971 y 1973, con la subida del precio del petr¨®leo. La guerra de Vietnam, que hab¨ªa dejado exhausta a la econom¨ªa norteamericana, fue una de las principales causas del desastre; la acumulaci¨®n de poder de las econom¨ªas petroleras, otra.
La ideolog¨ªa dominante en la econom¨ªa y la pol¨ªtica cambi¨®, en un dr¨¢stico movimiento pendular, hacia el otro lado: el liberalismo de Thatcher y Ronald Reagan adquiri¨® el car¨¢cter de incontestable para acabar con las ineficiencias de lo p¨²blico. Volvi¨® el mercado a campar por sus respetos, y comenz¨® el lento declive de las pol¨ªticas socialdem¨®cratas a ambos lados del Atl¨¢ntico norte.
En el verano de 2007 lleg¨® el brusco despertar del nuevo sue?o de una econom¨ªa eficiente, alejada de los ciclos, en el que los pol¨ªticos de casi todo el mundo sesteaban. El mercado, la fuerza ciega de los mecanismos de la econom¨ªa sin control, apoyado esta vez por los mejores matem¨¢ticos, premiados incluso con galardones internacionales, que fabricaban productos complejos basados en suposiciones simples, como la del crecimiento infinito del dinero, ese mercado sofisticado conducido por hombres dotados de avidez y codicia tambi¨¦n de caracter¨ªsticas infinitas, revent¨® de un golpe.
Y lleg¨® el nuevo movimiento del p¨¦ndulo. A la ceguera del mercado le sucedi¨® una aparente lucidez de lo p¨²blico, que comenz¨® a actuar tomando lentas pero importantes decisiones que pusieran las riendas al animal desbocado. Algunos de los m¨¢s reputados acad¨¦micos de la econom¨ªa, como Paul Krugman y Joseph Stiglitz, alientan esta intervenci¨®n pol¨ªtica y abogan por la puesta en marcha de soluciones keynesianas, de las que sirvieron para salir del atolladero de 1929.
Esa era la moda aparente y ese es el momento en el que estamos. Aunque, todav¨ªa a estas horas, no seamos capaces de saber en qu¨¦ va a desembocar el nuevo golpe del p¨¦ndulo. S¨ª sabemos, en cambio, algunas cosas, que nos recuerda otro espl¨¦ndido y monumental texto, Posguerra (Taurus), de Toni Judt, en cuyos muchos centenares de p¨¢ginas se describen con un rigor y una amenidad fuera de lo com¨²n los vaivenes de la sociedad europea provocados por la II Guerra Mundial (en parte una secuela de la crisis de 1929) y los desplazamientos pol¨ªticos y sociales que se registraron despu¨¦s de los desastres de 1971 y 1973.
Uno de los aspectos m¨¢s novedosos, desde mi punto de vista, que se pueden percibir en la nueva situaci¨®n es el de la combinaci¨®n del reforzamiento de la idea de lo p¨²blico y su intervencionismo con el vigor de las opciones de derechas en el plano pol¨ªtico. Unas opciones que rechazan por sus principios liberales la regulaci¨®n excesiva, pero que intervienen con dureza en la gesti¨®n de las econom¨ªas... para entreg¨¢rselas a los mercados.
Y la novedad fundamental es que esa dureza no se aplica solo a las entidades financieras, sino a los Gobiernos de los propios pa¨ªses soberanos que forman parte del n¨²cleo duro de la democracia mundial, es decir, de Europa.
Europa, el gran sue?o de la libertad, la democracia y la prosperidad basada en la justicia social, es ya una entidad cuya destrucci¨®n ser¨ªa catastr¨®fica. Un edificio que se sostiene, antes que por las instituciones pol¨ªticas, a¨²n inmaduras para un Gobierno de veras democr¨¢tico, sobre la moneda, sobre el euro.
Esa naturaleza monetaria (no es solo eso, pero s¨ª lo es fundamentalmente) de la construcci¨®n del para¨ªso europeo, est¨¢ provocando ya algunas disfunciones que atentan contra los fundamentos democr¨¢ticos y pretendidamente igualitarios del sistema.
Primero fueron Grecia, Irlanda y Portugal quienes probaron la medicina de Europa. No fueron ni convencidos por la acci¨®n de un Parlamento en el que se debatiera su pol¨ªtica econ¨®mica, ni tampoco por un Gobierno europeo dotado de legitimidad. Fueron obligados a adoptar planes severos (no digo que no justificados) sin que pudieran dar su opini¨®n. El Banco Central Europeo, pero sobre todo los Gobiernos de pa¨ªses distintos, conminaron a los Gobiernos griego y portugu¨¦s a poner en marcha medidas draconianas que ni siquiera tuvieron tiempo de debatir los partidos pol¨ªticos que representan a sus ciudadanos. En todo caso, no se pudo debatir la sumisi¨®n o no a unas determinadas condiciones.
En Espa?a a¨²n no acabamos de digerir la receta que se nos ha aplicado: ni m¨¢s ni menos que un cambio en la Constituci¨®n sin que ning¨²n partido (el que gobierna tampoco) haya sido consultado. Los diputados del Partido Popular y del PSOE han tenido unos d¨ªas de plazo para tragar la propuesta, y votaron disciplinadamente en favor del cambio en la Constituci¨®n sin que les haya dado tiempo a recuperar el color demudado de sus rostros. El mismo candidato socialista, Alfredo P¨¦rez Rubalcaba, ha sido incapaz de disimular su estupor por la decisi¨®n.
?Qui¨¦n o qui¨¦nes han resuelto que las cosas sean as¨ª? En teor¨ªa, el presidente Rodr¨ªguez Zapatero y el l¨ªder de la oposici¨®n, Mariano Rajoy. Un escogido grupo de negociadores de ambos partidos ha resuelto en un tiempo r¨¦cord sobre la f¨®rmula m¨¢s adecuada para eso que se llama "dar confianza a los mercados". Confianza en que seremos capaces de pagar la deuda y financiar los d¨¦ficits contra¨ªdos (locamente) durante los a?os del entusiasmo crediticio.
En la pr¨¢ctica, los autores de la decisi¨®n han sido quienes mandan en realidad en Europa ahora mismo: los pa¨ªses m¨¢s fuertes, Alemania y Francia. El BCE ha actuado en consonancia con ese poder, con esa fuerza. Por supuesto, bas¨¢ndose en una inc¨®moda realidad de nuestro pa¨ªs, la de que hemos necesitado, como Italia, el apoyo financiero masivo para no caer en el infierno en que lo han hecho Grecia, Irlanda y, en menor medida, Portugal.
Los cambios constitucionales que est¨¢n sobre el tablero pol¨ªtico en nuestro pa¨ªs son muchos. La forma de Estado, la estructura federal, la relaci¨®n con Euskadi, la existencia del Senado, son algunos de ellos. Y cada vez que se plantea la posible redefinici¨®n de algunos de esos asuntos, los partidos pol¨ªticos mayoritarios responden con la misma raz¨®n: un cambio en la Constituci¨®n es algo muy delicado.
Pero yo creo que hay algo m¨¢s delicado que eso: los procedimientos aplicados. En pocos d¨ªas se va a alterar la Carta Magna porque nos lo han demandado Angela Merkel y Nicolas Sarkozy. El camino est¨¢ allanado para la siguiente tropel¨ªa, est¨¦ o no en la cabeza de quienes la van a poner en pr¨¢ctica el cometerla.
Europa no solo ha procedido a ordenar los mercados en Espa?a, a regular la actuaci¨®n de nuestras entidades financieras, y a salvarnos de nuestros pecados. Europa, sin basarse en ninguna legitimidad democr¨¢tica, porque no la re¨²nen Merkel y Sarkozy, a los que no hemos votado, nos ha impuesto un cambio constitucional.
El p¨¦ndulo que parec¨ªa ir hacia lo p¨²blico, hacia el control del Estado sobre la econom¨ªa, ha ido m¨¢s lejos de lo que esper¨¢bamos: ha ido al control pol¨ªtico de un pa¨ªs democr¨¢tico en funci¨®n de los intereses y las leyes de los llamados mercados. Y (espero equivocarme) ha roto gran parte de las expectativas del debate electoral que se avecina, porque ha quebrado las bases del sistema.
Qu¨¦ tentaci¨®n la de caer en el remedo hiperb¨®lico: Delenda est Constitutio.
Virgencita, que me equivoque.
Jorge M. Reverte es periodista y escritor.
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