Controles equ¨ªvocos
La an¨¦cdota inicial de este art¨ªculo la redacto en memoria de mi hija, que pronto har¨¢ un a?o que muri¨® en Reino Unido, pa¨ªs donde resid¨ªa y al que pertenec¨ªa por matrimonio. Ella misma me lo relat¨® como protagonista de la historia. Fue poco despu¨¦s de su llegada al pa¨ªs y adquirir la costumbre de conducir por la izquierda, en el autom¨®vil matriculado en Madrid, con el volante al lado habitual entre nosotros. Era muy habilidosa en casi todo y no tuvo problemas de tr¨¢fico. Una tarde, se dirig¨ªa a su casa y observ¨®, preocupada que la segu¨ªa un motorista de la polic¨ªa. Angustia comprensible, pues se dio cuenta de que no ten¨ªa en regla los papeles del veh¨ªculo, el seguro obligatorio hab¨ªa caducado tres meses antes, tampoco llevaba encima documentos de identidad y no estaba segura de haber pisado m¨¢s de lo debido el acelerador.
El agente le hizo una pregunta inesperada: "?Es suyo ese animal?"
El agente la conmin¨® a detenerse en el arc¨¦n y, bajada la ventanilla le hizo una pregunta inesperada: "?Es suyo ese animal?", se?alando al perro que iba en el asiento de atr¨¢s y que anduvo asom¨¢ndose a la luneta posterior. Por fortuna pertenec¨ªa a unos amigos, que le hab¨ªan rogado recogerlo en el veterinario. El polic¨ªa comprob¨® la chapa que el chucho llevaba al cuello; era leg¨ªtima y estaba en vigor, proclamando que se trataba de un perro puramente brit¨¢nico. Verificados estos extremos por el oficial, se llev¨® la mano al casco y cuando la conductora pregunt¨® la causa de haberla detenido, repuso:
-Se?ora, la matr¨ªcula de su coche es extranjera y he visto la silueta del perro y supuse que el animal tambi¨¦n lo era. Puede continuar.
-?Eso es todo?
-S¨ª, es todo y para su conocimiento, gracias a estos controles en Reino Unido no se ha dado un caso de rabia, desde hace m¨¢s de 200 a?os.
El incidente demuestra, entre otras cosas, lo ilusorio que, al menos entonces, era intentar que un animal de compa?¨ªa continental pisase las Islas. En el fondo, el vigilante ten¨ªa raz¨®n. Mucho han debido relajarse las costumbres desde entonces, casi 50 a?os, cuando les sobrepasan los problemas, no con irracionales, sino con individuos atezados que ponen bombas en el metro y las calles. Para ellos, como para franceses, belgas y otros pa¨ªses imperialistas, la digesti¨®n de la pasada grandeza produce considerables problemas y da?os, que no se resuelven con una chapa niquelada al cuello. Al menos, en aquellos tiempos la medida alcanzaba a todo ser vivo, dom¨¦stico o no, englobando a p¨¢jaros, gatos, e incluso plantas, que fueran consideradas ex¨®ticas.
No he seguido el proceso pero tengo la impresi¨®n de que la otra cara de la moneda en la aldea global ocasiona perjuicios de mayor entidad que el de las bestezuelas. Algo se ha relajado y pude experimentarlo, en propia carne, durante el que fue mi ¨²ltimo viaje a Reino Unido. Esperaba en el aeropuerto de Luton el embarque hacia Madrid, en un vuelo econ¨®mico que iba completamente lleno. Orientales, morenos de turbante, chilabas y vestiduras talares de otros credos eran mayor¨ªa. Yo hab¨ªa cumplido ya los 80 y me acompa?aba de un bast¨®n, secuela de una rodilla de titanio. Suelo ser previsor, tras haber perdido alg¨²n vuelo y me presento con antelaci¨®n en las terminales, procurando figurar entre los primeros que entran en el avi¨®n, para elegir plaza, en esos donde no est¨¢ determinada.
Pues bien, al pasar por el estrecho sendero alambrado que llevaba al aparato, uno de los enormes perros que sujetaba el gigantesco gendarme, se abalanz¨® sobre m¨ª, casi me derriba y me veo apartado por el bobby que me cachea y pregunta si llevo dinero suelto, algo que parece enfurecer a los vigilantes canes. En una bolsa colgada al hombro tintineaba alguna moneda fraccionaria, cuidadosamente contrastada. Mientras, a mi lado, pasaban hombres con negra barba cerrada, ojos brillantes, con lo que me parecieron de m¨¢s que posible aspecto de terroristas profesionales, ante el ol¨ªmpico desd¨¦n de las temibles fieras que con esfuerzo sujetaban los polis.
Pasado el susto y el disgusto, luchando en la cabina por obtener un refresco, que hab¨ªa que pagar aparte, consider¨¦ el percance y les confieso que sent¨ª una secreta satisfacci¨®n y el inicial cabreo dio paso a la contenida arrogancia de haber sido tomado por un peligroso asesino, sin duda el activista m¨¢s anciano en la historia del crimen pol¨ªtico. Cuando lo cont¨¦, al llegar, nadie me crey¨®. Hoy lo certifico, alejado ya de pompas y vanidades.
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