Diez a?os despu¨¦s
El colapso financiero de 2008 ha sido m¨¢s decisivo para EE UU que el atentado del 11-S
Han transcurrido 10 a?os desde el desplome de las Torres Gemelas y seguimos viviendo en un mundo perfilado por los acontecimientos del 11 de septiembre de 2001, incluyendo dos guerras no acabadas, en Afganist¨¢n e Irak, y por la progresiva adaptaci¨®n de todos nosotros para convivir con el miedo. Es cierto que han cambiado nombres, rostros y circunstancias, pero la pol¨ªtica exterior estadounidense y en gran medida la interior contin¨²an marcadas por las decisiones adoptadas entonces. Y su reflejo impregna hoy una buena parte de las actitudes de los Gobiernos occidentales.
Estados Unidos, que se ha anotado en esta d¨¦cada ¨¦xitos cruciales en la lucha contra el terrorismo, parece ahora menos vulnerable de lo que lo fue en aquellas horas que conmovieron al mundo. Osama bin Laden ha muerto y Al Qaeda es m¨¢s d¨¦bil y est¨¢ m¨¢s fragmentada, aunque es capaz todav¨ªa, en sus difusas identidad y obediencia, de ensangrentar los escenarios m¨¢s dispares en nombre del delirio islamista. Los ataques del 11-S han aumentado la eficiencia de m¨ªticas agencias de seguridad (CIA, FBI) que se revelaron ca¨®ticas e incompetentes antes y despu¨¦s de los hist¨®ricos atentados.
Pero la superpotencia ha pagado un precio muy alto, moral y pol¨ªtico, por su mayor fortaleza. Y en sus libertades. Con la nefanda doctrina de la guerra preventiva, George W. Bush enterr¨® la contenci¨®n y la disuasi¨®n como pilares de la seguridad, y una sociedad que combat¨ªa a sus enemigos con medios proporcionados y bajo el imperio de la ley se ha ido acostumbrando a una perversa l¨®gica en la que todo vale, desde la tortura al asesinato. En el camino, Washington ha contaminado con m¨¦todos indefendibles la pol¨ªtica de aliados incondicionales o d¨¦biles, cuyos Gobiernos han condonado desde los vuelos clandestinos de la CIA hasta las c¨¢rceles secretas. Todav¨ªa hoy, la Am¨¦rica de Obama, te¨®ricamente en las ant¨ªpodas de la de su antecesor, sigue manteniendo la infamia de Guant¨¢namo y la detenci¨®n indefinida sin proceso de sus presos. Y sus aviones no tripulados ejercen en lugares como Pakist¨¢n o Afganist¨¢n una ciega y mort¨ªfera represalia que no distingue culpables o inocentes.
Fractura con Europa
La imagen exterior de EE UU se ha cuarteado. La infausta invasi¨®n de Irak -el m¨¢s grave y tr¨¢gico error hijo del 11-S, un ejercicio de unilateralismo a expensas de la legalidad internacional- fractur¨® las relaciones con los aliados europeos. Todav¨ªa hoy no est¨¢ claro el perfil definitivo de Bagdad, aunque es de temer que acabe acerc¨¢ndose m¨¢s a Teher¨¢n que a Washington. Y en Afganist¨¢n, la segunda guerra lanzada por la Casa Blanca, que el doble juego paquistan¨ª hace imposible ganar, las disensiones aliadas no han hecho sino acentuar ese distanciamiento. Lo ilustra el papel que la exhausta Alianza Atl¨¢ntica libra en el pa¨ªs centroasi¨¢tico, una batalla por su misma raz¨®n de ser. Europa, desarticulada y desbordada por la magnitud de sus propias dificultades (y fustigada por Washington por su incapacidad para proyectarse militarmente, incluso en pa¨ªses tan cercanos como Libia) es renuente a acompa?ar las expediciones armadas de la superpotencia.
La d¨¦cada transcurrida ha visto deteriorarse claramente la posici¨®n de EE UU en el mundo. Las prioridades estrat¨¦gicas desencadenadas por el 11-S han tenido un lamentable efecto anest¨¦sico en escenarios cruciales del tablero internacional. El conflicto palestino-israel¨ª, uno de sus ejemplos, ha sido abandonado a su suerte por Washington, pese a las solemnes declaraciones en sentido contrario. La primavera ¨¢rabe, el fen¨®meno m¨¢s alentador de nuestros d¨ªas, ha estallado sin avisar. El ideal democr¨¢tico regional que predicara Bush se ha encarnado mucho tiempo despu¨¦s, y su propagaci¨®n por el norte de ?frica y Oriente Pr¨®ximo no se debe al papel de Washington o las democracias occidentales, sino a la presi¨®n incontenible de las hist¨®ricas frustraciones y vejaciones sufridas por sus protagonistas.
Fin de la inocencia
El mundo de septiembre de 2011 no es el de 2001, aunque suframos la densa sombra de unos acontecimientos que liquidaron definitivamente cualquier posible inocencia. Estados Unidos, cuya hegemon¨ªa absoluta no pod¨ªa durar eternamente, asiste a una evidente p¨¦rdida de influencia frente a poderes rivales en un tablero que ha dejado de ser por primera vez modelable a su antojo. China emerge como un tit¨¢n imparable, econ¨®mico y militar, que aspira a imponer globalmente sus condiciones m¨¢s temprano que tarde. O India. Las relaciones entre Pek¨ªn y Washington no han logrado superar una invencible desconfianza mutua, acrecentada en la Casa Blanca por el desaf¨ªo que supone para su dominio de un Pac¨ªfico convertido en el oc¨¦ano de las oportunidades. Asia es un potente im¨¢n para los intereses econ¨®micos y estrat¨¦gicos de un planeta en el que una difusa y disminuida Europa tiene cada vez mayores dificultades para hacerse o¨ªr con autoridad.
A la postre, el acontecimiento m¨¢s perdurable de la d¨¦cada, y quiz¨¢ el de mayor repercusi¨®n en el d¨ªa a d¨ªa de los estadounidenses, podr¨ªa no ser el 11-S que comienza a entrar en los libros de historia, sino el terremoto econ¨®mico gestado en su propio suelo en 2008 y cuyas consecuencias distan de haberse extinguido. Las r¨¦plicas de ese monumental colapso financiero tienen y tendr¨¢n probablemente m¨¢s impacto en la vida ordinaria de medio mundo que el iluminado terrorismo con vocaci¨®n planetaria desatado aquel d¨ªa de septiembre. Las elecciones presidenciales del a?o pr¨®ximo en EE UU, es de esperar, se disputar¨¢n en terrenos muy diferentes de la guerra global contra el terror. Tras la experiencia de la ¨²ltima d¨¦cada, y a la luz de su astron¨®mico d¨¦ficit, Estados Unidos responder¨¢ con menos recursos a los futuros desaf¨ªos de seguridad, entre los que ser¨ªa suicida descartar el protagonismo del fanatismo islamista. Pero la lecci¨®n de los muchos errores y disparates cometidos debe ser aprendida por todos, no solo por Washington.
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