La d¨¦cada que alumbr¨® el ocaso
Diez a?os despu¨¦s del 11-S, Al Qaeda ha fracasado en su objetivo y EE UU es un pa¨ªs m¨¢s seguro, pero la superpotencia no ha podido evitar entrar en declive
Es dif¨ªcil decidir si el mundo cambia en un instante o los grandes momentos hist¨®ricos son solo el exponente de un proceso largo y profundo que discurre en su mayor parte invisible. Cuesta determinar si el 11-S transform¨® Estados Unidos o fue el catalizador de un declive ya inevitable desde antes. Los 10 a?os transcurridos desde aquel ataque han corroborado, en todo caso, que la gran superpotencia se agota. No solo sufre para seguir asumiendo en solitario su papel de guardi¨¢n universal de los valores que defiende, sino que pierde terreno en la competencia con otras naciones en un nuevo siglo que deja de ser exclusivamente americano.
No es eso m¨¦rito de los terroristas que estrellaron los aviones. Estados Unidos no ha perdido la guerra contra el terrorismo. Quiz¨¢ no la ha ganado, ni nunca lo har¨¢ porque proponerse exterminar el terrorismo es como proponerse acabar con el mal, una causa perdida de antemano. Pero este es un pa¨ªs m¨¢s seguro hoy que hace 10 a?os, mientras que los terroristas que lo atacaron est¨¢n al borde de la extinci¨®n y su l¨ªder, Osama bin Laden, muerto. Al Qaeda no dobleg¨® a EE UU ni, a la larga, ha debilitado su sistema democr¨¢tico. Al Qaeda fracas¨® en su misi¨®n y ha sido derrotada militar, pol¨ªtica y moralmente, como demuestra, entre otras cosas, el reciente alzamiento popular en el mundo ¨¢rabe.
Hubo m¨¢s muertos en las Torres Gemelas que en el bombardeo de Pearl Harbour
Las guerras de Irak y Afganist¨¢n enterraron el prestigio de EE UU
Existe una conexi¨®n entre el ataque del 11-S y el comienzo del declive de EE UU
Puede hablarse de una d¨¦cada tr¨¢gica, pero no de una d¨¦cada perdida
La alarma econ¨®mica no la desat¨® el auge chino, sino la quiebra financiera
La obsesi¨®n por la seguridad causa un gasto de casi 60.000 millones al a?o
Aunque el secretario de Defensa, Leon Panetta, advert¨ªa hace pocos d¨ªas de que "el riesgo de un atentado sigue siendo muy real", EE UU est¨¢ mejor defendido, sus enemigos est¨¢n acorralados y el terrorismo isl¨¢mico no es hoy la principal preocupaci¨®n de los norteamericanos. No es ese el motivo de su pesimismo actual ni la causa de la fatiga de su pa¨ªs. Tanto el des¨¢nimo como los s¨ªntomas del ocaso son estrictamente made in USA.
Sin embargo, existe una conexi¨®n entre el ataque del 11 de septiembre y el comienzo del declive norteamericano que no es solamente circunstancial y que resulta esencial para comprender la situaci¨®n de este pa¨ªs 10 a?os despu¨¦s. Primero es necesario, no obstante, establecer, en los t¨¦rminos apropiados, la decadencia ocurrida en este periodo.
Esta puede ser una d¨¦cada tr¨¢gica en la historia de EE UU, en el sentido de que ha cedido parte de su poder, pero en absoluto es una d¨¦cada perdida. El pa¨ªs ha progresado enormemente en este tiempo. La aportaci¨®n de la ciencia norteamericana ha sido decisiva para el desarrollo de la investigaci¨®n gen¨¦tica, la creaci¨®n de vida artificial o los descubrimientos astron¨®micos. Las nuevas tecnolog¨ªas de Internet, con el encumbramiento mundial de la marca Google y la consolidaci¨®n de redes sociales como Facebook o Twitter, han abierto nuevos horizontes a la comunicaci¨®n y le han dado un poderoso instrumento de expresi¨®n a ciudadanos de pa¨ªses que sufren el silencio impuesto por las tiran¨ªas. Millones de inmigrantes se han sumado a la b¨²squeda del sue?o americano, atra¨ªdos por una econom¨ªa que sigue siendo, con gran diferencia, la mayor y m¨¢s s¨®lida de un solo pa¨ªs. El reciente ataque a Libia demostr¨® que los medios militares norteamericanos son todav¨ªa inigualables y que la OTAN no sobrevivir¨ªa sin la direcci¨®n y la aportaci¨®n estadounidenses. Al mismo tiempo, la presencia de la flota y las tropas norteamericanas sigue siendo esencial en la contenci¨®n de pa¨ªses como Corea del Norte o Ir¨¢n y para el mantenimiento de un equilibrio pac¨ªfico en los cinco continentes.
En estos 10 a?os, tambi¨¦n la sociedad norteamericana se ha modernizado interiormente, ha crecido el respaldo popular a causas como la protecci¨®n del medio ambiente o el matrimonio entre homosexuales, y ha sido testigo de una impresionante movilizaci¨®n pol¨ªtica de los j¨®venes que permiti¨® la elecci¨®n del primer presidente negro de la historia del pa¨ªs, Barack Obama.
Los progresos son evidentes en otras ¨¢reas sociales, culturales, econ¨®micas y pol¨ªticas: la comunidad hispana est¨¢ mejor integrada -una latina ocupa por primera vez un puesto en el Tribunal Supremo-, ha crecido extraordinariamente el ¨ªndice de lectura gracias a la implantaci¨®n de los soportes electr¨®nicos, la renta per c¨¢pita de los norteamericanos ha aumentado en m¨¢s de un 25% y, pese a la actual etapa de divisi¨®n partidista, el sistema democr¨¢tico ha sabido regenerarse despu¨¦s de unos primeros a?os en los que la Administraci¨®n de George Bush lo puso contra las cuerdas.
El Estado de derecho ha acabado siendo m¨¢s fuerte que la presi¨®n que se ejerci¨® sobre ¨¦l para amoldarlo a las conveniencias pol¨ªticas. Una tras otra, todas las medidas impuestas por el Gobierno anterior para violar los l¨ªmites de la ley -las torturas, las c¨¢rceles secretas de la CIA, las escuchas telef¨®nicas, las detenciones indefinidas, los arrestos sin pruebas- han sido derribadas, bien por las instituciones de justicia o por la movilizaci¨®n de la sociedad civil, a lo largo de estos 10 a?os. Y aunque a¨²n queda abierto Guant¨¢namo -de lo que hay que culpar tanto al Congreso, por impedir su cierre, como a Obama, por su falta de liderazgo-, el panorama de la democracia norteamericana ha recuperado la normalidad.
Pese a todos estos ¨¦xitos, la hegemon¨ªa de EE UU es hoy menor que hace 10 a?os. No exactamente por lo sucedido entonces, como dec¨ªamos antes, pero s¨ª vinculado a aquello.
El 11 de septiembre de 2001 el territorio continental de EE UU fue por primera vez en su historia objeto de una agresi¨®n extranjera, se produjeron m¨¢s muertos que en el bombardeo de Pearl Harbour y fueron derribadas las Torres Gemelas de Nueva York. No solo fueron atacadas: se desmoronaron como dos enormes colosos de barro ante los ojos at¨®nitos de toda la poblaci¨®n, lo que psicol¨®gicamente hace una gran diferencia. Tambi¨¦n fue atacado ese mismo d¨ªa el Pent¨¢gono, pero r¨¢pidamente fue reparado y ah¨ª sigue hoy, sin que nadie le preste ni la mitad de atenci¨®n.
Una humillaci¨®n as¨ª exig¨ªa una respuesta contundente, y el encargado de ejecutarla fue un presidente que encontr¨® en ello la raz¨®n para imponer un proyecto y una ideolog¨ªa particulares. Nadie pod¨ªa pararlo. Internamente, casi un 60% de los norteamericanos estaban en ese momento dispuestos a sacrificar sus libertades a cambio de la seguridad que Bush les promet¨ªa. Externamente, la fuerza militar de EE UU era incontenible, y en esa oportunidad contaba, adem¨¢s, con la justificaci¨®n de quien act¨²a en leg¨ªtima defensa. Pod¨ªa haber hecho, literalmente, cualquier cosa que le hubiera venido en gana.
Invadi¨® Afganist¨¢n, en un acto efusivo de c¨®lera y venganza, sin m¨¦todo ni estrategia. Ciertamente, en Afganist¨¢n estaban los autores intelectuales de la agresi¨®n sufrida, que encontraron all¨ª cobijo y sustento. Pero estos pudieron huir antes de caer en manos de los soldados invasores y lo que qued¨® detr¨¢s fue una guerra sin sentido ni fin que a¨²n se sigue librando hoy y cuyos costes pol¨ªticos y econ¨®micos se siguen pagando todav¨ªa.
Aquello parec¨ªa, sin embargo, insuficiente para compensar la afrenta recibida, y el Gobierno encontr¨® en el caj¨®n un proyecto previamente dise?ado para invadir Irak y derrocar a Sadam Husein con la excusa de que, en aquellas circunstancias tan adversas, EE UU no pod¨ªa convivir con el riesgo de un r¨¦gimen de esa naturaleza al que acusaba de tener armas de destrucci¨®n masiva. Pese a demostrarse la falsedad de ese dato, tanto Bush como su vicepresidente, Dick Cheney, han seguido, en recientes biograf¨ªas, reivindicando la necesidad de esa guerra, con el argumento de que el mundo ser¨ªa mucho m¨¢s inseguro si Sadam Husein hubiera seguido en el poder.
Qui¨¦n sabe cu¨¢l hubiera sido la suerte del dictador iraqu¨ª si EE UU no hubiera intervenido. Quiz¨¢ habr¨ªa sido destituido por sus propios compatriotas, como Hosni Mubarak o Muamar el Gadafi, o quiz¨¢ ser¨ªa un aliado norteamericano contra Ir¨¢n, como fue en alg¨²n momento de la historia. Lo cierto es que hace tiempo que los norteamericanos dejaron patente su oposici¨®n a ambas guerras -mucho antes y mucho m¨¢s claramente a la de Irak-, en las que llevan perdidos a m¨¢s de 6.000 soldados, el doble de los muertos del 11-S.
En esas guerras, particularmente en la de Irak, EE UU enterr¨® m¨¢s que hombres y mujeres: enterr¨® tambi¨¦n su prestigio como naci¨®n. Cuando Obama asumi¨® la presidencia, la mayor parte de los europeos consideraba a EE UU una mayor amenaza para la paz mundial que cualquier r¨¦gimen ¨¢rabe. En pa¨ªses esenciales para la estrategia norteamericana, como Turqu¨ªa, la popularidad de EE UU baj¨® del 20%. En el conjunto del mundo musulm¨¢n, la guerra de Irak y la reacci¨®n norteamericana al 11-S gener¨® un movimiento de simpat¨ªa hacia las ideas de Al Qaeda que solo pudo ser contenido, a?os despu¨¦s, cuando se produjo un relevo en la presidencia en Washington y qued¨® claro que la mayor¨ªa de las v¨ªctimas de Al Qaeda eran musulmanas y que la opresi¨®n de los ¨¢rabes no ven¨ªa del otro lado del Atl¨¢ntico sino desde las capitales de sus propios pa¨ªses.
EE UU gast¨® m¨¢s de un bill¨®n de d¨®lares en Irak -la cuenta crecer¨¢ hasta la retirada total a finales de este a?o- y lleva invertido algo m¨¢s de eso en la guerra de Afganist¨¢n. Si se le a?aden los gastos suplementarios que esos conflictos han supuesto en la Administraci¨®n del Pent¨¢gono y de las fuerzas armadas, se calcula que se han dedicado tres billones de d¨®lares a dos guerras pol¨ªticamente perdidas.
A¨²n peor que el error de las guerras fue la obsesi¨®n por la seguridad. Aunque los pol¨ªticos norteamericanos presumen de que sus compatriotas supieron vencer al miedo, es innegable que EE UU se sinti¨® vulnerable despu¨¦s del 11-S y que ese sentimiento de vulnerabilidad colectiva se traslad¨® a cada uno de los individuos hasta el punto de transformar sus vidas. La cotidianidad de los estadounidenses se llen¨® de c¨®digos de seguridad naranjas o rojos. Cada viaje se convirti¨® en una penitencia de controles y riesgos. Peri¨®dicamente, esta o aquella ciudad se ve todav¨ªa soliviantada por una amenaza de atentado, real o exagerada. El pa¨ªs vive en una especie de alerta continua ante enemigos ocultos que esperan la menor distracci¨®n para hacerle da?o.
Como consecuencia, el aparato de seguridad ha crecido desproporcionadamente y la burocracia que lo sostiene ha echado sobre las espaldas de esta naci¨®n m¨¢s peso del que es capaz de sostener. Desde el 11-S se han creado el Departamento de Seguridad Interior, la Oficina del Director Nacional de Inteligencia y el Centro Nacional Contraterrorista. Se han ampliado la CIA y el FBI y se les ha dado nuevos y m¨¢s extensos poderes. A cambio de seguridad, EE UU ha perdido frescura y agilidad. Y ha gastado toneladas de dinero. De acuerdo con los c¨¢lculos de Dennis Blair, antiguo director de inteligencia con Bush y Obama, EE UU emplea actualmente unos 80.000 millones de d¨®lares (casi 60.000 millones de euros) al a?o exclusivamente en labores de protecci¨®n y vigilancia, sin contar las guerras y los despliegues militares.
El resultado es que EE UU empez¨® este siglo con super¨¢vit presupuestario y hoy acumula un d¨¦ficit de 1,5 billones de d¨®lares y una deuda de m¨¢s de 14 billones. En su discurso ante el Congreso esta misma semana, el presidente Obama advirti¨®, en alusi¨®n a la situaci¨®n econ¨®mica, que "es necesario establecer prioridades porque simplemente no podemos hacerlo todo".
El mayor poseedor de la deuda acumulada en este periodo es China, cuya econom¨ªa era hace 10 a?os cinco veces menor que la norteamericana y hoy, mientras EE UU persegu¨ªa sombras en desiertos lejanos, se ha convertido en la segunda mayor del mundo.
La alarma econ¨®mica no lleg¨®, sin embargo, hasta que en 2008 no se produjo la quiebra del sistema financiero y el estallido de una crisis cuyos flecos todav¨ªa se sienten hoy. Probablemente el peor efecto a largo plazo de esa crisis es la desconfianza que gener¨® hacia el sistema en el que los norteamericanos han cre¨ªdo siempre. De repente, los ciudadanos de este pa¨ªs se han hecho hostiles a los bancos, al dinero y a las autoridades responsables de administrarlos. El pueblo celebrar¨¢ hoy sin duda el levantamiento de nuevas y prometedoras torres en el World Trade Center, pero esa celebraci¨®n se ve paliada por la cruda e inmediata realidad de un paro de m¨¢s del 13% en el sector de la construcci¨®n.
Esta es, sin duda, una naci¨®n con una fe en s¨ª misma y una capacidad de revitalizaci¨®n realmente envidiables. Puede ser perfectamente capaz de adaptarse a una ¨¦poca vol¨¢til que exige un dinamismo del que hoy carece. Para ello son m¨¢s precisas las reformas estructurales que el Ej¨¦rcito. Pero, aun teniendo ¨¦xito en esa tarea, la supremac¨ªa indiscutible de la que goz¨® durante la mayor parte del siglo pasado probablemente desapareci¨® para siempre entre las cenizas de la Zona Cero.
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