Enemigo p¨²blico n? 1 de la democracia
No hay Estado de derecho en M¨¦xico. La sociedad funciona pero el aparato estatal de seguridad y justicia es arbitrario y salvaje. Lo ejemplifica el doloroso caso del fot¨®grafo periodista Sergio Dorantes
Lo que m¨¢s llama la atenci¨®n de M¨¦xico, cuando uno se para a pensar un momento, es que la gran mayor¨ªa de sus ciudadanos se despiertan en sus camas por las ma?anas, se lavan los dientes, desayunan, se van al trabajo en coche o en autob¨²s o en metro o a pie, comen su "lunch" (pronunciado "lonch" en mexicano) a mediod¨ªa, vuelven a casa, cenan, ven televisi¨®n y a dormir, que ma?ana se repite la historia. Puedo constatar que lo que cuento es verdad. He vivido en el DF y me he recorrido el pa¨ªs de arriba abajo varias veces. La vida de los mexicanos es, en la mayor parte de los casos, de una rutinaria normalidad.
Lo cual no solo es sorprendente, es digno de admiraci¨®n. Habla extraordinariamente bien de la capacidad de convivencia civilizada del mexicano. No me refiero al contexto de ultra violencia que ha generado el narcotr¨¢fico. Porque no es ese el contexto en el que vive la mayor parte de los ciudadanos y, adem¨¢s, es un fen¨®meno relativamente reciente, del a?o 2006, cuando el Gobierno les "declar¨® la guerra" a los carteles. No, a lo que me refiero es al hecho de que M¨¦xico es, como ya escrib¨ªa Graham Greene en los a?os treinta, un pa¨ªs sin ley. Los polic¨ªas son ineficaces y/o corruptos, las fiscal¨ªas son ineficaces y/o corruptas, los jueces son ineficaces y/o corruptos. No hay Estado de derecho en M¨¦xico. O no uno que funcione. Es decir, M¨¦xico, por m¨¢s elecciones que haya celebrado a lo largo de los ¨²ltimos 80 a?os, no es una aut¨¦ntica democracia. Es un pa¨ªs en el que rige la ley de la selva, el esp¨ªritu de s¨¢lvese quien pueda. Deber¨ªa de reinar una anarqu¨ªa feral; los disturbios que se vieron hace un par de semanas en Londres deber¨ªan de ser la norma cotidiana. Pero no. Al contrario. La gente se porta en general con decente moderaci¨®n. Esto es lo admirable. La sociedad funciona. Es el aparato estatal encargado de administrar las leyes el que es an¨¢rquico y feral.
El ¨²nico testigo en su contra confes¨® que su declaraci¨®n era una mentira fabricada por la polic¨ªa
Sigue en la c¨¢rcel. Es el laberinto surreal de 'El proceso' de Kafka hecho realidad
Esto lo sab¨ªa muy bien un fot¨®grafo periodista llamado Sergio Dorantes cuando se dict¨® orden de captura contra ¨¦l en diciembre de 2003 por el supuesto asesinato de su exesposa, Alejandra Dehesa. Por eso huy¨® del pa¨ªs y busc¨® refugio en Estados Unidos. Escrib¨ª sobre ¨¦l en EL PA?S en 2005. Lo volv¨ª a hacer en 2008, y repito ahora otros tres a?os m¨¢s tarde. Lo hago porque lo conozco -he trabajado con ¨¦l- y porque su caso es tristemente emblem¨¢tico de lo que el sistema judicial mexicano ha hecho a miles y miles de personas. Le han destruido la vida. En el caso de Dorantes, una vida muy buena, fruto de una enorme disciplina, ambici¨®n y trabajo.
Nacido en la pobreza, Dorantes emigr¨® no a Estados Unidos sino a Inglaterra cuando ten¨ªa 24 a?os, aprendi¨® fotograf¨ªa, volvi¨® a M¨¦xico 18 a?os m¨¢s tarde y se forj¨® una brillante carrera, trabajando para pr¨¢cticamente todos los peri¨®dicos y revistas m¨¢s importantes del mundo occidental. Se cas¨®, se separ¨® y en julio de 2003 encontraron a su exesposa muerta, con un cuchillo clavado en el cuello, en la oficina de la revista Newsweek, donde ella trabajaba. La polic¨ªa lo identific¨® como el principal sospechoso, pero, pese a los esfuerzos de la fiscal¨ªa, un juez dictamin¨® que no exist¨ªan pruebas contra ¨¦l. Poco despu¨¦s el juez fue remplazado por otro, m¨¢s ameno a los deseos de los agentes investigadores, y orden¨® que Dorantes fuera detenido. Fue entonces cuando se fug¨®.
Dorantes permaneci¨® en Estados Unidos durante cinco a?os. Fue una dura odisea: parte del tiempo pr¨®fugo, parte entrando y saliendo de c¨¢rceles, parte recibiendo ayuda de ciudadanos estadounidenses escandalizados por la injusticia a la que se le hab¨ªa sometido hasta que, a petici¨®n del Gobierno mexicano, un juez californiano orden¨®, en 2008 y muy a su pesar, su extradici¨®n.
Dorantes, que hoy tiene 65 a?os, podr¨ªa haber apelado la sentencia pero decidi¨® volver a M¨¦xico, convencido, tras persuadir al brillante abogado mexicano Alonso Aguilar Z¨ªnser de que lo representara, de que pronto ser¨ªa declarado inocente y puesto en libertad.
?Cu¨¢l es la injusticia? Es sencilla, y grotesca, pero nada sorprendente en el contexto mexicano. El argumento "legal" contra Dorantes se basa en una "prueba" (es dif¨ªcil evitar la torpeza de poner estas palabras entre comillas), la de un "testigo" que dijo haberle visto salir corriendo del lugar del crimen a la hora en que supuestamente ocurri¨® (aunque incluso la hora, tal fue la incompetencia de la investigaci¨®n, no se sabe con exactitud). En una declaraci¨®n extremadamente detallada, revelando una memoria prodigiosa, el testigo, Luis S¨¢nchez, le atest¨® una pu?alada moral a Dorantes. Un a?o y medio despu¨¦s, en diciembre de 2005, S¨¢nchez se retract¨®. Apareci¨® ante el Ministerio P¨²blico y dijo que su testimonio anterior hab¨ªa sido mentira; que el guion lo hab¨ªa preparado una agente que participaba en el caso, y que la misma agente le hab¨ªa pagado 1.000 pesos (unos 56 euros) para que lo hiciera.
Tan convincente fue la retracci¨®n que S¨¢nchez fue condenado a seis a?os de c¨¢rcel por declarar en falso. Nada m¨¢s l¨®gico, nada m¨¢s abrumadoramente justo en aquel momento, a finales de 2005, que declarar acabado el caso contra Dorantes, pedirle mil disculpas y desearle todo lo mejor. Pero no fue as¨ª. El ministerio p¨²blico ocult¨® la retracci¨®n de S¨¢nchez al abogado de Dorantes y esta solo sali¨® a la luz por pura casualidad, gracias a la curiosidad de un joven empleado de la Comisi¨®n de Derechos Humanos del Distrito Federal, nueve meses despu¨¦s. A¨²n as¨ª, el proceso de extradici¨®n contra Dorantes continu¨®, lo encarcelaron en Estados Unidos y lo encarcelaron despu¨¦s en M¨¦xico. Tres a?os despu¨¦s, con su salud en p¨¦simo estado y su cuenta bancaria vac¨ªa, sigue preso en el Reclusorio Oriente de la Ciudad de M¨¦xico. Pese a los esfuerzos de su abogado Aguilar Sinzer, no existe a d¨ªa de hoy ninguna raz¨®n de peso para creer que su pesadilla vaya a acabar.
No se sabe muy bien qu¨¦ es lo que motiva al aparato judicial mexicano en su vendetta contra Dorantes; ni quiz¨¢ ellos lo sepan. Es el laberinto surreal de El proceso de Kafka (primera l¨ªnea del libro: "Alguien deb¨ªa de haber calumniado a Josef K., porque, sin haber hecho nada malo, fue detenido una ma?ana") hecho realidad. Es, por elegir una analog¨ªa m¨¢s contempor¨¢nea, la otra cara de la moneda de lo ocurrido en el caso de Dominique Strauss Kahn, que fue puesto en libertad por la fiscal¨ªa neoyorquina al descubrirse que la testigo en su contra no hab¨ªa necesariamente mentido en lo esencial al mantener que ¨¦l la hab¨ªa violado, sino que, en t¨¦rminos generales, no era una persona cre¨ªble.
La vida y la reputaci¨®n de Dorantes, tan admirable y decente como la de la mayor¨ªa de los mexicanos hasta que tuvo la mala suerte de toparse con la trituradora de la "ley", han sido destruidas por el sistema judicial mexicano, un sistema, por as¨ª decirlo, que ha hecho lo mismo con infinitamente m¨¢s mexicanos, mucho m¨¢s indefensos que ¨¦l, a lo largo de muchos a?os. Los carteles del Golfo, de Ju¨¢rez, de Sinaloa, de Tijuana y las Zetas tambi¨¦n han destruido miles de vidas desde que el Gobierno mexicano les declar¨® la guerra en 2006. Unos destruyen de manera descarada y sangrienta; los otros, los responsables en teor¨ªa de proteger a los ciudadanos, lo hacen de manera m¨¢s sutil e insidiosa, pero cobrando, a la larga, m¨¢s v¨ªctimas.
La violencia que genera el narcotr¨¢fico en M¨¦xico tiene que ver m¨¢s con la debilidad y la corrupci¨®n de sus instituciones de seguridad y justicia que con la fortaleza de los propios criminales. El Gobierno mexicano s¨ª tiene que declarar la guerra. Pero se ha equivocado de objetivo. El enemigo p¨²blico n¨²mero uno vive en casa.
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