Algo por lo que recordarme (Saul Bellow)
Cada d¨ªa convivimos m¨¢s con el ruido de fondo de crisis econ¨®micas, invasiones de pa¨ªses ¨¢rabes, sorpresas de grandes gigantes farmac¨¦uticos, reclamos de la industria del autom¨®vil, tortugas Ninja, cr¨ªmenes horrendos, pavorosos terremotos devastadores, Bolsas europeas que caen y caen y vuelven a caer, episodios de estupidez humana transmitidos d¨ªa tras d¨ªa como si fueran una serie televisiva sin guionista.
En semejante ambiente nuestra agitada vida de v¨ªctimas de lo medi¨¢tico nos recuerda a un fragmento ir¨®nico de El caballero inexistente de Italo Calvino: "Deb¨¦is disculpar: somos muchachas del campo (...) fuera de funciones religiosas, triduos, novenas, trabajos en el campo, trillas, vendimias, fustigaciones de siervos, incestos, incendios, ahorcamientos, invasiones de ej¨¦rcitos, saqueos, violaciones, pestilencias, no hemos visto nada".
Ese es el gran error, ?no? Creer que un libro tiene que competir con el asesino en serie o el ¨²ltimo emperador mundial de los helados
Es dif¨ªcil en estas circunstancias de informaci¨®n masiva reparar en algo tan antiguo como una buena historia de ficci¨®n. Nos da la impresi¨®n de que no tenemos tiempo para atender a ella. No en vano hay un escaparate infinito en las nubes con todos los grandes libros olvidados.
Pero aun as¨ª, a pesar de situaci¨®n tan dif¨ªcil para los buenos libros, ?hay que empujar a los escritores a que emparenten sus ficciones con los mil y un asuntos que baraja el gran espect¨¢culo medi¨¢tico? No es una pregunta extravagante. Entre tantas incertezas, una certitud parece que est¨¢ arraigando peligrosamente entre nosotros: no se concibe una novela reci¨¦n publicada que no permita un titular de prensa ligado a la m¨¢s rabiosa actualidad period¨ªstica. Para entendernos: hoy en d¨ªa los movimientos de la conciencia de un anodino ciudadano portugu¨¦s de la ¨¦poca del dictador Salazar no tendr¨ªan cabida como noticia relacionada con la aparici¨®n de un libro, salvo que se la pudiera relacionar con el ¨²ltimo rescate econ¨®mico de Portugal, o algo por el estilo.
Por eso quiz¨¢ hay tantos periodistas que, en su b¨²squeda desesperada del titular, no quieren admitir que una novela pueda estar estricta y ¨²nicamente vinculada al mundo de la ficci¨®n, lo que, dicho sea de paso, en realidad no deja de ser lo m¨¢s normal del mundo, puesto que ficci¨®n y vida se repelen, esa al menos es mi experiencia. John Banville (en una divertida entrevista con Mauricio Montiel que no desentonar¨ªa en Dublineses, de Joyce) dice haber descubierto que jam¨¢s se puede mezclar ficci¨®n y realidad, pues cuando uno trata de insertar en la ficci¨®n nociones directas, nociones cient¨ªficas, no encajan por ning¨²n motivo: "A¨²n no comprendo cu¨¢l es el proceso, pero es como someterse a un trasplante de h¨ªgado: el cuerpo lo rechaza. La ficci¨®n, al menos la m¨ªa, repudia las ideas tomadas directamente del mundo".
Todo esto me recuerda que cuando uno comienza a escribir cree que es posible expresar la realidad. Si ha nacido en territorio espa?ol, todav¨ªa lo cree m¨¢s, porque aqu¨ª en literatura todo el mundo es realista. Sin embargo, creo que lleva un cierto tiempo aprender, descubrir que lo ¨²nico que se puede hacer es fabricar una realidad alterna y esperar que de alguna forma reproduzca, o parezca reproducir, la vida tal como la vivimos. Esta infantil frase de Banville la suscribo con entusiasmo: "El arte no es para nada la vida, s¨®lo se le parece".
Aunque nos encontremos ante la novela m¨¢s realista de la historia, esa realidad nunca puede ser la famosa realidad. Es algo tan simple como discutido hoy en d¨ªa por algo m¨¢s de la mitad de las mejores mentes de mi generaci¨®n. Qu¨¦ se le va a hacer. Lo mismo digo sobre la cuesti¨®n de los millones de novelas y el escaparate infinito de los grandes libros olvidados. ?Qu¨¦ hacer ante semejante drama? Queda, de entrada, el consuelo de saber que nuestra conciencia es inmensamente m¨¢s grande que todo el espacio mental que creen abarcar los responsables del gran lavado de cerebro colectivo. Porque en realidad el gigantesco espacio del Gran Lavado jam¨¢s podr¨¢ competir con todo aquello que es capaz de percibir, en su espacio natural de libertad, una conciencia humana. Todav¨ªa nos quedan, creo, focos de libertad en nuestras mentes, los suficientes para tratar de escapar de la banal representaci¨®n sin tregua del gran teatro de Oklahoma. Y sirva esto, de paso, para decir que sospecho que ese secreto ¨¦xodo tr¨¢gico, esa gran huida del terror medi¨¢tico, se est¨¢ convirtiendo en la verdadera odisea moderna y que alguien deber¨ªa novelarla, porque a fin de cuentas es tan sigilosa como apasionante.
Ayer, por cierto, rele¨ª la odisea tan singular que narra Bellow en Algo por lo que recordarme, relato perfecto, incluido en la gran antolog¨ªa de sus cuentos. El argumento es algo complejo pero, a grandes rasgos, trata de un narrador, ya viejo, que recuerda un solo d¨ªa de su adolescencia, en el Chicago de la Depresi¨®n. En el d¨ªa que recuerda y que sabe que no olvidar¨¢ nunca, una mujer le atrajo hasta su dormitorio, y una vez all¨ª huy¨® dej¨¢ndole desnudo, pues para robarle tir¨® toda su ropa (incluso el libro religioso que ¨¦l estaba leyendo tan religiosamente) por la ventana. Le toc¨® entonces volver a su casa, a una hora de distancia, atravesando el helado Chicago. Su odisea, cuando hubo conseguido que le prestaran unos harapos para el regreso, incluy¨® la idea de volver a comprar el libro -sagrado para ¨¦l- que le hab¨ªan robado. Pero, eso s¨ª, para volver a comprarlo ten¨ªa que robar a su madre, que escond¨ªa su dinero en otro libro sagrado. Seg¨²n el cr¨ªtico Robin Seymour, esta historia que no pierde de vista el car¨¢cter sagrado de las escrituras que meditan sobre el mundo sit¨²a en primer plano preguntas que deber¨ªamos hacernos m¨¢s a menudo; preguntas tan profanas como religiosas, preguntas a nuestra conciencia. ?Cu¨¢les son los d¨ªas de nuestra vida que no olvidamos y por qu¨¦ los recordamos siempre? ?Cu¨¢les fueron nuestros d¨ªas de conmoci¨®n y reflexi¨®n? ?Cu¨¢ntas veces recordamos que la actividad de la lectura puede tener un car¨¢cter profano o religioso, pero en cualquier caso sagrado?
Llevo escritas 981 palabras y me temo que no conseguir¨¦ el efecto de brevedad que pretend¨ªa ofrecer en esta divagaci¨®n literaria que seguramente, por falta de espacio (menuda contrariedad, incluso para el escritor de brevedades), se dirige hacia el final. Pero da igual, voy a terminar, no importa que me sienta como un fardo que tuviera toda una eternidad para arrepentirse de su escasa capacidad para la rapidez.
Ahora recuerdo que Bellow, en el divertido ep¨ªlogo que escribi¨® para su antolog¨ªa de cuentos, sugiere combatir la invisibilidad de los libros incorporando la brevedad a ellos. Cita a Ch¨¦jov, por supuesto, y aquella frase maravillosa en su diario: "Es extra?o, ahora me ha entrado la man¨ªa de la brevedad. De todo lo que leo -obras m¨ªas y de otras personas- nada me parece lo suficientemente breve". Y luego se acuerda Bellow de un sabio japon¨¦s que recomendaba a sus alumnos la mayor brevedad posible y que me ha hecho pensar en un sabio chino que sol¨ªa decir que hay que hacer r¨¢pido lo que no nos corre ninguna prisa y as¨ª poder hacer lentamente lo que urge. Se acuerda tambi¨¦n Bellow de un cl¨¦rigo ingl¨¦s del XIX, un tal Smith, que s¨®lo sab¨ªa decir: "?Opiniones cortas, por Dios, opiniones cortas!".
En efecto, la brevedad puede ser una soluci¨®n para, con sentido del humor, resistir los embates de lo extraliterario. En lo ¨²ltimo que hay que caer, por otra parte, es en aquello en lo que cayera una destacada dama de las letras inglesas el d¨ªa en que la vimos hojear enojada en Segovia el peri¨®dico en la mesa de un caf¨¦ y quejarse de pronto: "No hay m¨¢s que deportes, corrupci¨®n y disparos. ?Y nada sobre mi novela!".
Ese es el gran error, ?no? Creer que un libro tiene que competir con el asesino en serie o el ¨²ltimo emperador mundial de los helados. O lo que es lo mismo: creer que se pueden mezclar las ficciones con ese gran reino del extra?amiento que inventan -una realidad, por cierto, bien falsa y perversa- en el gran teatro de Oklahoma.
Cuentos reunidos. Saul Bellow. Introducci¨®n de James Wood. Traducci¨®n de Beatriz Ruiz Arrabal.DeBolsillo. Barcelona, 2010. 784 p¨¢ginas. 10,95 euros. www.enriquevilamatas.com
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