La libertad seg¨²n Jonathan Franzen
Las correcciones, el libro que meti¨® a Jonathan Franzen entre los grandes novelistas de su generaci¨®n, llevaba una semana en las librer¨ªas cuando dos aviones de pasajeros se estrellaron contra las Torres Gemelas de Nueva York. La publicaci¨®n en castellano de su nueva novela, por una de esas magias del azar objetivo, coincide con el d¨¦cimo aniversario de los atentados. Libertad, una fiesta narrativa de m¨¢s de seiscientas p¨¢ginas cuyo t¨ªtulo sencillo no deber¨ªa despistar a nadie, es una novela familiar y obsesivamente privada, pero guarda en sus s¨®tanos una buena cantidad de cargas pol¨ªticas que tienen mucho que ver con los a?os en que fue concebida: los a?os posteriores al 11-S, los a?os de Bush y de Irak, los a?os en que palabras como Am¨¦rica, patriotismo y -bueno, s¨ª- libertad estaban en boca de todos los norteamericanos, y en particular, de todos los pol¨ªticos. "Una de las razones del t¨ªtulo", me dijo Franzen cuando le habl¨¦ del asunto, "es mi intento por recuperar una bella palabra de manos de los est¨²pidos y volverla a poner en manos de quienes pueden apreciar su complejidad y su belleza".
"La manera de conservar nuestro territorio no es darnos por vencidos... sino tratar de escribir libros que sean relevantes"
"Soy una rara mezcla: alguien lleno de opiniones pol¨ªticas que al mismo tiempo tiene muy poco respeto intelectual por la pr¨¢ctica de la pol¨ªtica"
"Hay ciertas cosas que la ficci¨®n hace mejor que ning¨²n otro medio. El acceso a la vida interior de otras personas, con su riqueza de gradaciones"
Pues bien, misi¨®n cumplida: Libertad es una bella y compleja exploraci¨®n de un pu?ado de vidas ¨ªntimas cuyo problema, igual que suced¨ªa en Las correcciones, es el eterno conflicto entre lo que quieren y lo que se espera de ellas. En este choque frontal se mueve la extraordinaria historia de la familia Berglund, gente de buenas intenciones e incluso de buena fortuna; gente cuya buena fortuna, junto con todo lo dem¨¢s, se va al garete de manera fascinante a lo largo de unas tres d¨¦cadas. Lo que Franzen nos cuenta es el auge y ca¨ªda del matrimonio entre Walter, ambientalista comprometido y marido fiel, y Patty, "una alegre portadora de polen sociocultural, una abeja afable". Todos los sospechosos habituales est¨¢n presentes: el dinero, los deportes, el sexo, las drogas y aun el rock and roll, en la persona de Richard Katz: m¨²sico pospunk que prefiere ganarse el pan arreglando techos antes que comprometer su integridad art¨ªstica, hombre ca¨®tico que interfiere de maneras imprevistas y calamitosas en el matrimonio Berglund. Son todos personajes (encantadoramente) confundidos, y a todos les queda a la maravilla la frase que una vecina insidiosa utiliza para referirse a los Berglund: "Creo que a¨²n no han aprendido a vivir".
?C¨®mo vivir? Libertad intenta responder a esta pregunta.
Franzen divide su calendario entre su piso de Manhattan, donde pasa nueve meses al a?o, y una casa de Santa Cruz, California, a una hora y media de San Francisco por una carretera que bordea el Pac¨ªfico. Es un paisaje de acantilados, playa y niebla al mismo tiempo -el mes de agosto en esa zona de California es tibio y h¨²medo-, pero al llegar a Santa Cruz todo eso desaparece: uno est¨¢ en uno de esos centros urbanos que parecen surgir poco a poco, casi a traici¨®n, y en cuyas calles silenciosas no hay peatones. La casa de Franzen es un lugar enga?oso: la puerta principal da a una de esas v¨ªas de inconfundible aire suburbano, pero uno cruza el sal¨®n -dos bibliotecas peque?as empotradas en la pared, y en ellas, libros de John Updike, de Don DeLillo, de Philip Roth- y en pocos pasos se encuentra al aire libre, en un porche de suelo de madera colgado al borde de un barranco profundo y cubierto de ¨¢rboles donde cantan los p¨¢jaros. Los p¨¢jaros son importantes en la vida de Franzen. Cuando comenzamos a hablar, lo primero que me dijo Franzen no ten¨ªa que ver con su vida, ni con sus libros, sino con el canto que son¨® en ese momento. "Un chingolo punteado", dijo. "Es un hermoso p¨¢jaro".
Me cont¨® que unos meses atr¨¢s hab¨ªa estado en Colombia, cerca de la sierra nevada de Santa Marta, en los terrenos de una reserva natural con la que trabaja su organizaci¨®n. "?Qu¨¦ organizaci¨®n?", pregunt¨¦. "The American Bird Conservancy", me dijo Franzen. "Trabajamos con Pro Aves, un grupo conservacionista muy din¨¢mico de Colombia. Una de las razones por las que hemos podido comprar el terreno que tenemos all¨ª, en la selva tropical, es que en un tiempo hubo tantos combates que los campesinos abandonaron sus tierras". El Dorado -as¨ª se llama la reserva- est¨¢ a unos 1.900 metros sobre el nivel del mar. Franzen hablaba de ella y yo pensaba en Libertad y en Walter Berglund, que se pasa buena parte del libro intentando conseguir ciertos terrenos para proteger una especie en peligro de extinci¨®n: la reinita cer¨²lea. "En los ¨²ltimos dos a?os", leemos, "Walter hab¨ªa viajado mensualmente a Colombia para comprar extensos terrenos y coordinar con las ONG locales que fomentaban el ecoturismo y ayudaban a los campesinos a sustituir sus estufas de le?a por calefacci¨®n solar y el¨¦ctrica". Para Walter, baste decirlo, las cosas no salen tan bien como est¨¢n saliendo para su inventor.
Jonathan Franzen naci¨® en un suburbio de Saint Louis, Estado de Missouri, en 1959. Sus padres eran gente modesta que, sin ser muy educada, ve¨ªa la educaci¨®n como una herramienta de ascenso social, y siempre transmitieron a sus hijos la importancia de la lectura. (Mucho despu¨¦s, Franzen escribir¨ªa en un ensayo: "No soporto la idea de que la ficci¨®n seria es buena para uno, pues no creo que todo lo que est¨¢ mal en el mundo tenga una cura"). La g¨¦nesis de una vocaci¨®n consta de muchos momentos. Uno de ellos, en el caso de Franzen, es una obra de teatro que escribi¨® con una amiga durante el ¨²ltimo a?o de escuela. Era una obra absurda, me dijo: esp¨ªas rusos en el Londres de 1666 que tratan de robarle el secreto de la gravedad a Isaac Newton. "Invit¨¢bamos al p¨²blico a pensar que los rusos no ten¨ªan gravedad, o algo as¨ª", rio Franzen. "Que estaban perdiendo la carrera gravitacional". Luego vinieron las primeras lecturas serias. "Si tuviera que mencionar a un escritor que realmente me haya abierto los ojos, ser¨ªa Kafka", dijo Franzen. "Mi primera novela fue una reescritura de El proceso, imag¨ªnese. Pero nunca quise ser el loco de la buhardilla, el hombre encerrado que escribe cosas ilegibles. Desde el comienzo sent¨ª que mi misi¨®n era hacer justicia a esta nueva dimensi¨®n literaria que hab¨ªa descubierto sin renunciar a un p¨²blico m¨¢s amplio. Pens¨¦, y creo que alguna vez lo dije, que no quer¨ªa dejar atr¨¢s a mis padres. Quer¨ªa escribir libros que ellos tuvieran oportunidad de leer y apreciar".
Pareci¨® que iba a decir algo m¨¢s, pero entonces abri¨® mucho los ojos, mir¨® al vac¨ªo y dijo: "Oiga eso: es un colibr¨ª. Hay muchos por esta zona".
Su primera mujer fue otra aprendiz de escritora. Hab¨ªan estado saliendo desde el ¨²ltimo semestre de universidad; cuando Franzen gan¨® una beca Fulbright y se march¨® a la Freie Universit?t de Berl¨ªn, la relaci¨®n se volvi¨® epistolar. "Nos escrib¨ªamos una cantidad poco saludable de cartas", me dijo Franzen. "Como ¨¦ramos tan ambiciosos, pensamos que no pod¨ªamos simplemente escribirnos esas cartitas llenas de emociones, sino que deb¨ªan ser una especie de diario. Fue un mal experimento: yo pasaba d¨ªas sin ver a nadie, viviendo en mi cabeza, y una vez, respondiendo a una carta especialmente perturbadora, tuve un colapso nervioso. En cualquier caso, esas cartas acabaron convertidas en un cap¨ªtulo de mi primera novela, Ciudad veintisiete, aunque la mayor parte del cap¨ªtulo fue eliminada".
Franzen hab¨ªa hecho a sus padres una promesa solemne: si no publicaba su primer libro antes de cumplir los 25, se dar¨ªa por vencido y entrar¨ªa a estudiar derecho. Y el libro, el terco primer libro, no llegaba. "Pero de alguna manera complet¨¦ las 10.000 horas de trabajo que, seg¨²n algunos, necesitas antes de llegar a ninguna parte", me dijo. En 1985, en un periodo de 10 (intensos) meses, escribi¨® el libro entero. "Y me acuerdo del d¨ªa en que lo termin¨¦: era a comienzos de noviembre, estaba trabajando en el porche de un piso que ten¨ªamos en los suburbios de Boston. Hac¨ªa un fr¨ªo terrible, pero yo me hab¨ªa quedado afuera porque estaba fumando y mi mujer hab¨ªa dejado el cigarrillo recientemente. Cuando me di cuenta de que hab¨ªa terminado, me sent¨ªa exhausto y lleno de excitaci¨®n. Puse los 18 cap¨ªtulos en una pila y mi mujer me tom¨® una foto junto a ese manuscrito. Cuando lleg¨® la foto, mi imagen era horrible. Hab¨ªa pasado 10 meses trabajando siete d¨ªas a la semana, fumando casi hasta matarme. Me ve¨ªa como un hombre de 60 a?os".
No ten¨ªa 60 a?os: ten¨ªa 29, y llegaba cuatro a?os tarde al compromiso con sus padres. Pero la publicaci¨®n de la novela -un duro cuestionamiento de la inocencia del medio oeste en general y de Saint Louis en particular- fue una decepci¨®n inmensa. "La sorpresa m¨¢s grande", escribi¨®, "fue el fracaso de mi novela culturalmente comprometida a la hora de lograr que la cultura se comprometiera con ella. Mi intenci¨®n hab¨ªa sido provocar; lo que recib¨ª, en cambio, fueron 60 rese?as en el vac¨ªo". Con la segunda, Movimiento fuerte, ocurri¨® lo mismo: el aprecio de la cr¨ªtica y el ninguneo de los lectores. Y con la ca¨ªda de su destino literario, su destino personal -verbigracia, su matrimonio- tambi¨¦n se estaba cayendo en pedazos. Fue entonces cuando la revista Harper's le hizo un encargo que ser¨ªa determinante. El resultado se acabar¨ªa publicando en el libro C¨®mo estar solo con el t¨ªtulo '?Para qu¨¦ molestarse?', pero todo el mundo lo conoce con su alias: 'El ensayo de Harper's'.
"El ensayo de Harper's comenz¨® siendo un encargo del New York Times Magazine", me cont¨® Franzen. "Un reportaje sobre la disminuida autoridad cultural de la novela norteamericana. Me dieron un presupuesto, pero lo m¨¢s importante es que me dieron tambi¨¦n un pretexto para escribir a los novelistas que yo admiraba. Escrib¨ª a mucha gente: a Philip Roth, a Toni Morrison... Don DeLillo fue uno de los pocos que contestaron. As¨ª que lo entrevist¨¦, luego le escrib¨ª y ¨¦l volvi¨® a responder, y pronto est¨¢bamos comiendo un par de veces al a?o. Yo ten¨ªa (y tengo todav¨ªa) una opini¨®n tan alta de ¨¦l que al principio fue inc¨®modo estar en su presencia. Pero lo hemos superado. Siempre me ha gustado el contacto con los mayores, saber de qu¨¦ hablaban, y eso fue parte de mi motivaci¨®n como escritor: quer¨ªa unirme a esa conversaci¨®n. El ensayo no fue solo el lugar donde resolver ciertos problemas, sino la manera pr¨¢ctica de llegar a conocer m¨¢s escritores, de entrar en contacto con DeLillo o con Donald Antrim, y escuchar que les preocupaban las mismas cosas que a m¨ª. Termin¨¦ el ensayo sintiendo que mi maldici¨®n era menos exclusiva de lo que cre¨ªa. Escribirlo me cambi¨®, me liber¨® para volver a ser novelista con una noci¨®n muy distinta de lo que estaba haciendo. Termin¨¦ Las correcciones, publiqu¨¦ la novela y recib¨ª una respuesta muy distinta de la que hab¨ªa recibido con mis dos primeras novelas. Averig¨¹¨¦, en pocas palabras, qu¨¦ tipo de novelista quer¨ªa ser".
?Y qu¨¦ novelista es ese? En uno de los pasajes m¨¢s iluminadores de ese iluminador ensayo, Franzen habla de su descubrimiento de una novela que lo marcar¨ªa de ah¨ª en adelante: Personajes desesperados, de Paula Fox. "Ese libro era y sigue siendo el mejor ejemplo de c¨®mo el mundo puede verse reflejado en una conciencia individual", me dijo. "Al leerlo me di cuenta de que me hab¨ªa enfrentado al tema de una forma equivocada. Yo me hab¨ªa educado con los maximalistas, esas inmensas novelas que intentan contarlo todo. Pero hay mucho m¨¢s sobre los Estados Unidos de 1968 en Personajes desesperados que en una novela como JR, de William Gaddis, cuya extensi¨®n es cinco veces mayor... As¨ª que me di cuenta de que pod¨ªa resolver dos problemas a la vez: uno era la obsolescencia de la novela social (me segu¨ªa preocupando lo que pasaba en el mundo, pero los m¨¦todos de la novela social ya no eran una opci¨®n viable), y el otro, la posibilidad de hacer lo que llevaba mucho tiempo deseando: habitar el mundo ¨ªntimo de los personajes. As¨ª que Paula Fox me ense?¨® el camino. Y me parece muy elocuente que el libro estuviera descatalogado mientras que las grandes novelas socialmente comprometidas de los posmodernos estaban ganando premios, volviendo famosos a sus autores".
El art¨ªculo de Franzen y su posterior pr¨®logo dieron una segunda vida a Personajes desesperados. Franzen, por otra parte, es uno de los principales valedores de escritoras como Alice Munro. Y, sin embargo, tiene el raro honor de haber sido la v¨ªctima en una de las controversias m¨¢s rid¨ªculas de los ¨²ltimos a?os en Estados Unidos. Tras la extraordinaria rese?a que la cr¨ªtica Michiko Kakutani le dedic¨® a Libertad en el New York Times, un par de escritoras encabezaron un curioso movimiento feminista para quejarse del favoritismo que dicho diario mostraba hacia los hombres blancos. Tan notorio fue el debate -aunque llamarlo debate es una hip¨¦rbole- que una de las escritoras involucradas en la queja invent¨® un tag de Twitter, franzenfreude, que defini¨® como "el dolor producido por las m¨²ltiples y copiosas rese?as que le han llovido a Franzen". A ¨¦l, acostumbrado desde que comenz¨® su ¨¦xito a los ataques de mediocres y resentidos, la cosa le trajo sin cuidado. Y, sin embargo, puede encontrar raz¨®n en la queja: "El canon olvida a las mujeres. Eso molesta a mucha gente, y me molesta a m¨ª. Suelo tratar de rescatar a escritoras que hayan sido injustamente descuidadas, pero sigo siendo el hombre blanco".
Como 'Las correcciones', 'Libertad' es un examen de un momento -mejor: de un zeitgeist- a trav¨¦s de una familia. Para Franzen, se trata de su novela m¨¢s autobiogr¨¢fica precisamente porque es la m¨¢s puramente inventada. "Las cosas m¨¢s duras o m¨¢s interesantes de la vida de una persona no deber¨ªan contarse directamente en la ficci¨®n", me dijo al respecto. "Son demasiado vergonzantes, o contarlas causar¨ªa demasiado dolor a personas que a¨²n viven. Una de las razones por las que fue f¨¢cil terminar Las correcciones es que mis padres estaban muertos, as¨ª que no era necesario inventar tanto. En Libertad, la cosa fue distinta. Quer¨ªa, en parte, contar lo que sab¨ªa, pero no quer¨ªa hablar de un matrimonio que ocurri¨® en 1944. ?A qui¨¦n le importa 1944? Dejad que los muertos entierren a los muertos, ?no? As¨ª que trat¨¦ de imaginar c¨®mo ser¨ªan mis padres si tuvieran mi edad. Al ponerme en esa tarea -la de contar un matrimonio que no es el m¨ªo-, pude contar mi matrimonio disfrazado. En ausencia de la invenci¨®n, la autobiograf¨ªa m¨¢s profunda no es posible. Y, sin embargo, no s¨¦ por qu¨¦, la gente necesita pensar en la ficci¨®n como autobiograf¨ªa disfrazada. Tal vez todo venga de un prejuicio muy protestante: que la ficci¨®n es mentira. Para esa gente es tranquilizador pensar que una novela no es mentira, sino que el autor ha cambiado los nombres y los detalles, pero manteniendo la verdad de lo que le ha pasado. ?Por qu¨¦ leer mentiras? Mejor leo algo que me ense?e, piensan ellos, algo que me permita mejorarme".
Franzen ha reflexionado con terquedad y lucidez sobre el rol que juega la literatura de ficci¨®n en nuestras vidas, y sobre lo que perderemos cuando esa curiosa actividad (la de leer y escribir sobre gente que no existe) sea desplazada definitivamente. "Hay quienes sostienen que la no ficci¨®n nos da todo lo que la novela puede dar, as¨ª que ya no necesitamos novelas", me dijo, "pero hay ciertas cosas que la ficci¨®n hace mejor que ning¨²n otro medio. El acceso a la vida interior de otras personas, con toda esta riqueza de gradaciones, es algo que solo la ficci¨®n puede dar. En la ficci¨®n podemos entrar en la mente de una persona y en seis palabras salir y entrar en la mente de otra. Fundamentalmente, esto estimula algo que podemos llamar 'simpat¨ªa liberal'. Jane Smiley habla de 'la novela liberal', con lo cual se refiere a la novela a secas: la posibilidad, no, la necesidad de presentar puntos de vista que no son los tuyos hace que uno deba abandonar cualquier absoluto moral. As¨ª que la complejidad moral es una especie de segunda piel para un escritor de ficci¨®n".
Y los personajes de Franzen no son extra?os a la literatura. Aunque a ¨¦l, seg¨²n dice, nunca le ha interesado escribir sobre escritores, le gusta reconocer el hecho de que los libros tienen un lugar en la vida de la gente. As¨ª sucede en Libertad, donde Patty lee a Tolst¨®i, y Joey, lamentablemente, no logra interesarse en Expiaci¨®n. "Me supo mal, s¨ª. Pero luego me lleg¨® raz¨®n de que a McEwan no le hab¨ªa importado. Dijo que si ¨¦l hubiera sido Joey en ese momento, tampoco le habr¨ªa gustado su libro. Qu¨¦ puedo decir: a m¨ª me interesa el mundo de la gente que lee novelas. S¨ª, la tecnolog¨ªa seduce a muchos m¨¢s j¨®venes ahora que hace 20 a?os, y puede que se avecine un periodo de decadencia sostenida de la novela, pero el p¨²blico es todav¨ªa muy grande. Aun si fuera peque?o, contar¨ªa con mi lealtad. Si seguimos escribiendo como si import¨¢ramos, seguiremos importando a la gente que lee novelas. La manera de conservar nuestro territorio no es darnos por vencidos y comenzar a escribir para nosotros mismos, sino tratar de escribir libros que sean relevantes".
Franzen hizo una pausa y me dijo: "Mire, un sastrecillo. El p¨¢jaro cantor m¨¢s peque?o de Norteam¨¦rica. Siempre vuelan juntos, as¨ª que ahora vendr¨¢n otros. Para cuando est¨¦n todos, habr¨¢ unos quince. Una especialidad de la costa oeste. No se pueden ver en ninguna otra parte".
Franzen escribi¨® 'Libertad' durante el primer a?o de la presidencia de Obama. Pas¨® los a?os de Bush luchando con el libro, pero sin llegar a ning¨²n lado, y no es una coincidencia que la novela solo se pusiera en marcha la semana anterior a las elecciones, cuando Estados Unidos asist¨ªa a esa sorpresa inveros¨ªmil: el candidato negro iba a ganar. "Solo entonces pude relajarme y ponerme a escribir", me dijo. Se hab¨ªa pasado los a?os de Bush asistiendo, con fascinaci¨®n y repulsa, a la degradaci¨®n progresiva del discurso pol¨ªtico. "La pol¨ªtica me parece muy tonta, muy simple: exige que uno piense que tiene la raz¨®n y que el contrario est¨¢ equivocado. La mayor cr¨ªtica que se le hace ahora a Obama es que piensa en las cosas de una forma muy complicada, mientras que una novela que no piense las cosas de una forma complicada simplemente no sirve. As¨ª que hay una ant¨ªtesis fundamental entre la pol¨ªtica y la novela. Alguien deber¨ªa llevar esta noticia a la Academia Sueca". Pens¨® un momento y a?adi¨®: "Soy una rara mezcla: alguien lleno de opiniones pol¨ªticas que al mismo tiempo tiene muy poco respeto intelectual por la pr¨¢ctica de la pol¨ªtica".
Varias cosas pasaron en esos a?os, los a?os de la lenta concepci¨®n de Libertad. Su relaci¨®n con su mujer es una de ellas. Kathryn Chetkovich tiene una colecci¨®n de relatos, Friendly fire, pero durante los ¨²ltimos a?os ha estado dedicada de manera constante a la dramaturgia. Es adem¨¢s la autora de un bell¨ªsimo (y descarnadamente honesto) ensayo sobre su relaci¨®n con Franzen: Envidia. "Esta historia trata de dos escritores", comienza el texto. "Esta historia trata, en otras palabras, de la envidia".
Pero en la vida de Franzen hay otra historia de dos escritores: su amistad con el novelista David Foster Wallace, que el 12 de septiembre de 2008 se ahorc¨® en el patio de su casa de Claremont, California. Franzen y Wallace hab¨ªan comenzado a escribirse 20 a?os antes, en 1988. Dos a?os despu¨¦s del suicidio, Franzen public¨® un ensayo en el que trataba de lidiar con esa p¨¦rdida; yo no conoc¨ªa el ensayo cuando le pregunt¨¦, precisamente, c¨®mo lo hab¨ªa hecho. "Dave, Dave, Dave...", dijo Franzen entrecerrando los ojos. "Lo que hizo me enfad¨® mucho, pero tambi¨¦n la forma en que lo hizo. Lo digo en el ensayo: siempre supe que ¨¦l sab¨ªa que el suicidio era una movida profesional. Por supuesto que no se mat¨® para promover su carrera, pero estaba consciente de que lo har¨ªa. Lo terrible fue el contraste entre la adulaci¨®n con que la comunidad literaria recibi¨® su suicidio y mi conocimiento de los crueles, miserables detalles de lo que hab¨ªa hecho, de la traici¨®n que eso implicaba, de cu¨¢n salvaje era la agresi¨®n... No lo s¨¦... La gente que lo llenaba de elogios tras su muerte era la misma que nunca lo hab¨ªa nominado para un premio nacional mientras estaba vivo. Y es particularmente grotesco ver que la principal rese?ista del New York Times, a quien Dave detestaba, la mujer que siempre hab¨ªa tratado sus libros de una manera boba y mezquina, de repente se sub¨ªa al tren y gritaba loas al genio".
"?Y c¨®mo marc¨® esa muerte la escritura de Libertad?", le pregunt¨¦.
"Bueno, siempre fuimos competidores amistosos", me dijo Franzen. "As¨ª que pens¨¦: oye, todav¨ªa estoy vivo. Tan pronto pasaron las seis semanas que siguieron a su muerte, literalmente la ma?ana que sigui¨® al ¨²ltimo servicio funerario, me enterr¨¦ en Libertad. Mientras tuviera esta novela, pensaba, no tendr¨ªa que lidiar con la tristeza. Libertad se convirti¨® en un mecanismo para diferir la tristeza".
Pens¨¦ en uno de los relatos de Wallace, El suicidio como una especie de regalo, pero la asociaci¨®n de ideas me pareci¨® inoportuna y aun grosera, y me avergonc¨¦ de ella.
Un canto se oy¨® al cabo de un rato. "Muy interesante", dijo Franzen. "Oiga eso: es un chivir¨ªn de cola oscura. Es raro que est¨¦ aqu¨ª. Su canto es muy f¨¢cil de distinguir. ?igalo".
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