El G-20 debe ponerse serio
Las promesas de la cumbre de Pittsburgh de 2009 no se han cumplido y el abismo acecha. Es urgente eliminar las limitaciones impuestas al FMI para que se?ale a los culpables de las fragilidades econ¨®micas mundiales
El nerviosismo veraniego, que trajo a la mente recuerdos del angustiado oto?o de 2008, ha dejado pocas dudas sobre lo fr¨¢gil que ha sido la recuperaci¨®n de la gran crisis y lo complicado que seguir¨¢ siendo el camino que nos aguarda. No es extra?o, dada la magnitud de la sacudida que sufrimos en 2008-2009. Pero asimismo se debe, en gran parte, a que los l¨ªderes de las principales econom¨ªas no han sido capaces de hacer realidad unos compromisos fundamentales para llevar a cabo acciones coordinadas.
El Grupo de los 20 se form¨® con el fin de tomar las medidas colectivas que se considerasen necesarias para abordar las causas originarias de las crisis econ¨®micas. En su reuni¨®n de noviembre de 2008, los propios l¨ªderes del G-20 reconocieron que la cat¨¢strofe se hab¨ªa visto impulsada por unas pol¨ªticas contradictorias y mal coordinadas. En aquella reuni¨®n y en otras dos posteriores, los dirigentes firmaron unos compromisos concretos para lograr la pretendida cooperaci¨®n.
Es muy posible que haya una nueva recesi¨®n en las econom¨ªas desarrolladas y un nuevo caos financiero
Para evitar males mayores, se precisan una vigilancia multilateral y un pacto de crecimiento mundial
Entre las muchas promesas al respecto, el programa de reforma del G-20 inclu¨ªa: reforzar el mandato, el alcance, la autoridad y el poder de vigilancia del Fondo Monetario Internacional; fortalecer el sistema de regulaci¨®n y supervisi¨®n financiera de cada pa¨ªs y darle coherencia con los del resto del mundo; y el compromiso, no solo de evitar una explosi¨®n de proteccionismo comercial, sino de concluir la Ronda de Doha en 2010.
En la cumbre del G-20 celebrada en Pittsburgh en septiembre de 2009 se aprob¨® un marco de crecimiento mundial fuerte, sostenible y equilibrado para garantizar la coherencia colectiva de las pol¨ªticas fiscales, monetarias, comerciales y estructurales. Se proclam¨® que el acuerdo constitu¨ªa un hito y que iba a mejorar la coordinaci¨®n internacional en pol¨ªtica macroecon¨®mica.
En realidad, y a no ser que se produzca una rectificaci¨®n importante a corto plazo, el anuncio de Pittsburgh podr¨ªa pasar a la historia como el momento en el que comenz¨® el descenso del G-20 hacia la irrelevancia m¨¢s absoluta. No solo no se ve un fuerte crecimiento en el horizonte, sino que parece muy posible que haya una nueva recesi¨®n de las econom¨ªas desarrolladas e incluso un nuevo caos financiero mundial.
La reforma de los sistemas financieros se ha hecho de forma unilateral, sin cooperaci¨®n de ning¨²n tipo. El ¨²nico esfuerzo colectivo, Basilea III, que establece estrictos requisitos de reservas de capital para los bancos, est¨¢ a¨²n lleno de agujeros. La transformaci¨®n de las instituciones de Bretton Woods no ha hecho grandes avances. La Ronda de Doha es a¨²n m¨¢s zombi que antes de que el G-20 se comprometiera a culminarla.
En retrospectiva, el marco anunciado en Pittsburgh estaba condenado al fracaso, dado el m¨¦todo que los dirigentes reclamaron para materializarlo. Optaron por un proceso de mutua evaluaci¨®n que relegaba al FMI a un papel puramente asesor y administrativo, una decisi¨®n que, de golpe, dej¨® el contenido de ese marco a merced de una negociaci¨®n compleja y tal vez insoluble entre los actores principales.
Deber¨ªa haber estado claro desde el principio que los mayores contribuyentes a los desequilibrios macroecon¨®micos mundiales -como Estados Unidos, China y Alemania- iban a intentar, en todo momento, influir en el proceso para reducir lo m¨¢s posible la parte que les tocara de la tarea de rectificaci¨®n de esos desequilibrios que obstaculizan el camino hacia un crecimiento sostenible. Con esta actitud, hizo falta m¨¢s de a?o y medio solo para ponerse de acuerdo en una metodolog¨ªa general para valorar la sostenibilidad de las pol¨ªticas econ¨®micas nacionales, y el resultado es demasiado preceptivo en unos aspectos y ambiguo en otros.
Resulta significativo que los tipos de cambio hayan quedado excluidos de los indicadores que hay que evaluar. Si se tiene en cuenta que la tarea pendiente -identificar las causas de los desequilibrios y acordar unas estrategias para solucionarlas- es mucho m¨¢s dif¨ªcil que el simple hecho de ponerse de acuerdo sobre aspectos metodol¨®gicos, es verdaderamente dudoso que pueda aprobarse un plan de actuaci¨®n en la cumbre de Cannes a principios de noviembre.
Para llegar a ese plan de actuaci¨®n, el G-20 pidi¨® hace poco al FMI que realizase un an¨¢lisis que sea "independiente", una etiqueta que no est¨¢ justificada porque dicho an¨¢lisis est¨¢ sujeto al refrendo del propio G-20 y se supone que no va a ser m¨¢s que un complemento al que haga el Grupo.
Desde el primer momento, en vez de basarse en un ineficaz proceso de evaluaci¨®n entre iguales, deber¨ªa haberse encargado a un tercero, un agente externo, de confianza e independiente que presentase las pruebas, el diagn¨®stico y las opciones estrat¨¦gicas que vayan a proponerse al G-20 para que sus l¨ªderes debatan y tomen las decisiones correspondientes.
Pero, seg¨²n los acuerdos actuales, ese tercero no existe. El FMI, que en principio deber¨ªa desempe?ar el papel, est¨¢ maniatado por una forma de gobierno obsoleta, debida a las cl¨¢usulas de su acuerdo fundacional y a las pr¨¢cticas establecidas. En la cumbre de Londres, los l¨ªderes del G-20 asumieron el sensato compromiso de abordar los problemas de relevancia, eficacia y legitimidad de la instituci¨®n, pero, hasta el momento, no han dado m¨¢s que unos pasos modestos en esa direcci¨®n.
La falta de acci¨®n para reformar el FMI no se debe a la falta de ideas. Es, m¨¢s bien, producto de la resistencia de algunos actores fundamentales a emprender unos cambios que podr¨ªan acabar oblig¨¢ndoles a renunciar al poder y la influencia que han tenido durante tanto tiempo en el Fondo, aunque eso permitiera obtener una instituci¨®n m¨¢s capaz de contribuir con eficacia a los intereses a largo plazo de esos mismos actores.
No obstante, a no ser que las principales econom¨ªas est¨¦n dispuestas a aceptar una situaci¨®n en la que el FMI se convierta en algo totalmente irrelevante o incluso inexistente, las reformas indispensables tendr¨¢n que hacerse. Pero es demasiado arriesgado esperar a que esas reformas resuelvan el problema crucial de la coordinaci¨®n de las pol¨ªticas macroecon¨®micas.
Es preciso tomar medidas urgentes para remediar la parsimonia dominante hasta ahora en el proceso del G-20. El Grupo debe utilizar toda su influencia sobre el FMI para aumentar la independencia de la instituci¨®n a la hora de recetar las pol¨ªticas que cada miembro debe aplicar con el fin de hacer una contribuci¨®n equitativa a un pacto genuino de crecimiento mundial.
La idea es permitir que el FMI indique con sinceridad y transparencia cu¨¢les son las decisiones pol¨ªticas que cada una de las grandes econom¨ªas debe tomar, por su propio inter¨¦s y en sinton¨ªa con las contribuciones de los dem¨¢s a un crecimiento mundial equilibrado, sustancial y sostenido.
En esta l¨ªnea, es preciso que una autoridad especial y provisional, promovida por el G-20, elimine las condiciones impuestas en la actualidad al personal del FMI para que se?ale con el dedo a los culpables de las fragilidades econ¨®micas mundiales. Se podr¨ªa empezar por un llamamiento a la directora general del Fondo a cargo de la troika formada por los presidentes pasado, actual y futuro, Corea del Sur, Francia y M¨¦xico, adem¨¢s de China y Estados Unidos, para que haga p¨²blico el diagn¨®stico y las propuestas de su equipo antes de que se comenten con la junta directiva del FMI y el propio G-20.
Hay que reconocer que el valor pr¨¢ctico de un informe verdaderamente independiente del FMI sobre el reequilibrio para promover el crecimiento de la econom¨ªa mundial se limitar¨ªa, en el mejor de los casos, a suministrar un punto de referencia m¨¢s claro para compararlo con las conclusiones del G-20, pero solo esa medida ya ser¨ªa una mejora importante respecto a la situaci¨®n actual.
Constituir¨ªa, adem¨¢s, una se?al de que el G-20 empieza a tomarse en serio la necesidad de ejercer una vigilancia multilateral. Y esa se?al estar¨ªa muy reforzada si, adem¨¢s de un plan en¨¦rgico de actuaci¨®n para coordinar las pol¨ªticas con vistas a un pacto de crecimiento mundial, los l¨ªderes del G-20 se comprometieran en Cannes a realizar, seg¨²n un calendario concreto, las reformas necesarias en la forma de gobierno para fortalecer de manera permanente el poder del FMI, con una autoridad y una capacidad de vigilancia muy reforzadas.
Gordon Brown fue primer ministro de Reino Unido, Felipe Gonz¨¢lez fue presidente del Gobierno de Espa?a y Ernesto Zedillo fue presidente de M¨¦xico. ? 2011 Global Viewpoint Network/Nicolas Berggruen Institute. Traducci¨®n de Mar¨ªa Luisa Rodr¨ªguez Tapia.
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