Obama, Palestina y los ¨¢rabes
Esta semana, en Naciones Unidas, Obama se ha comportado en relaci¨®n a la tragedia palestina como eso que los norteamericanos llaman despectivamente just another politician, un politicastro. El hombre cuyo verbo hac¨ªa so?ar y que proclamaba que puede cambiarse un mundo injusto, ha ofrecido argumentos de sofista, y no de los brillantes, para oponerse al reconocimiento del Estado palestino por Naciones Unidas. Soltarles a los palestinos que, en vez de solicitar el reconocimiento internacional, deber¨ªan negociar con Israel es un insulto a la inteligencia universal. Las conversaciones de paz sobre el tumor primario de Oriente Pr¨®ximo languidecen desde hace ?20 a?os! Comenzaron, en un foro multilateral, con la Conferencia de Madrid de 1991; vivieron un momento de esperanza, ya cara a cara, con los Acuerdos de Oslo de 1993, y prosiguieron penosamente en Camp David (2000), Taba (2001), Annapolis (2007)...
El presidente de EE UU, premio Nobel de la Paz, responde con sofismas a la iniciativa de Abbas
Mediadores, enviados especiales, cuartetos, cumbres y toda suerte de f¨®rmulas, p¨²blicas o secretas, directas o indirectas, a dos o en compa?¨ªa, se han sucedido durante dos d¨¦cadas con el resultado conocido: el Estado palestino sigue sin ver la luz. Al contrario, no solo persiste la ocupaci¨®n israel¨ª de Jerusal¨¦n Oriental y Cisjordania, sino que las confiscaciones de tierras ¨¢rabes y la construcci¨®n de colonias jud¨ªas han continuado all¨ª a buen ritmo. La principal novedad en estos lustros ha sido la construcci¨®n del Muro de Seguridad israel¨ª, ilegal seg¨²n La Haya.
Barreras f¨ªsicas, controles militares y fortalezas de colonos (ya son medio mill¨®n) convierten Jerusal¨¦n Este y Cisjordania en un laberinto de pesadilla para sus habitantes originarios palestinos. De hecho, hacen inviable la existencia en esas zonas de un Estado palestino m¨ªnimamente racional. A d¨ªa de hoy, este no ser¨ªa otra cosa que un archipi¨¦lago de bantustanes. Por no hablar de esa leproser¨ªa asediada llamada Gaza.
As¨ª que Obama tergiversa. Dos no bailan si uno no quiere y la estrategia israel¨ª es transparente y eficaz: ir dando largas, con tal o cual pretexto, a las negociaciones para seguir colonizando los territorios en que deber¨ªa asentarse el Estado palestino. Hasta el manso Mahmud Abbas ha terminado por darse cuenta y de ah¨ª que haya decidido llevar directamente el caso a Naciones Unidas. Le han replicado con otra falacia: negar importancia al reconocimiento del Estado palestino por Naciones Unidas. Pero resulta que la tiene: Israel basa su legalidad y legitimidad internacionales en una resoluci¨®n de la Asamblea General, la 181, que en 1947 decidi¨® la partici¨®n en dos del entonces Mandato Brit¨¢nico en Palestina.
Todos sabemos por qu¨¦ Obama act¨²a as¨ª: en Estados Unidos ya ha comenzado la larga carrera de las elecciones presidenciales y nadie puede ganarla si es acusado de "traicionar" a Israel. Aun as¨ª, el presidente y premio Nobel de la Paz podr¨ªa haber sido m¨¢s sutil. La iniciativa de Abbas, como se?alaba ayer Llu¨ªs Bassets en este peri¨®dico, no puede ser m¨¢s pac¨ªfica, legalista y multilateral. Con m¨¢s de 120 pa¨ªses apoyando el nacimiento de un Estado palestino, Abbas ha llegado a Nueva York con una gran rama de olivo.
Obama le ha respondido con la peor frase de su presidencia, ese "No hay atajos para la paz". Se la ha espetado al representante de un pueblo que perdi¨® la mayor parte de su tierra en 1947-1949 y el resto en 1967; a un l¨ªder que pretende construir su Estado en tan solo el 22% del que secularmente fue el hogar de su gente, y que contin¨²a una tradici¨®n de reconocimiento de Israel y apuesta por la paz iniciada en la cumbre de la OLP celebrada en Argel en 1988, ratificada en Oslo en 1993 y suscrita por la Liga ?rabe en Beirut en 2002. Esta es la ruta m¨¢s larga y tortuosa conocida por una comunidad en nuestro tiempo.
Con su discurso del mi¨¦rcoles en Naciones Unidas, Obama ha borrado de un plumazo los positivos efectos del que pronunci¨® en El Cairo en junio de 2009, cuando reconoci¨®: "No es posible negar que el pueblo palestino sufre desde hace m¨¢s de 60 a?os el dolor del desarraigo y las humillaciones diarias de la ocupaci¨®n. La situaci¨®n es insostenible". Aquellas palabras despertaron en el mundo ¨¢rabe la esperanza en que, al fin, hubiera en la Casa Blanca alguien honesto e imparcial en este asunto. Pero ahora Obama ni tan siquiera pide la congelaci¨®n de las colonias israel¨ªes, o cita las fronteras de 1967 como l¨ªnea b¨¢sica de separaci¨®n de los Estados de Israel y Palestina.
Es triste: el autor de la idea de que Palestina se convierta en miembro de Naciones Unidas no fue otro que el propio Obama. El 23 de septiembre del pasado a?o, hablando en la Asamblea General, dijo que su deseo era que ahora Naciones Unidas tuviera en 2011 un nuevo miembro, "un Estado soberano e independiente de Palestina viviendo en paz con Israel". Los palestinos le tomaron la palabra.
?Qu¨¦ contradicci¨®n irresoluble hay en que la ONU reconozca, como miembro de pleno derecho o como observador, al Estado de Palestina y, en paralelo o luego, las partes celebren negociaciones directas para ultimar los detalles? Solo un sofista puede verla. Eso s¨ª, la diferencia con lo ocurrido en los ¨²ltimos 20 a?os ser¨ªa que en vez de negociaciones entre ocupantes y ocupados, estas ser¨ªan algo m¨¢s equitativas.
Antes de convertirse en just another politician en este asunto,Obama so?¨® con que Estados Unidos construyera relaciones m¨¢s equilibradas en Oriente Pr¨®ximo. Los combates populares por la democratizaci¨®n del mundo ¨¢rabe y el regreso de Turqu¨ªa a la escena levantina se lo han ido dejando m¨¢s f¨¢cil. Pero no, comprobamos ahora que Estados Unidos, incluso con Obama, sigue atado a una "relaci¨®n especial" con Israel que lo separa de ¨¢rabes, turcos y persas. Su influencia en Oriente Pr¨®ximo, y esto lo ha escrito en el Herald Tribune ni m¨¢s ni menos que Turki bin Faisal, el exjefe de los servicios secretos saud¨ªes, no puede sino seguir disminuyendo.
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