Cuando la palabra po¨¦tica nos abandon¨®
Una reciente cala veraniega en antolog¨ªas y obras de autores hispanos del periodo que abarca de la entronizaci¨®n de la dinast¨ªa borb¨®nica hasta la muerte de Fernando VII me confirm¨® sin lugar a dudas que la decadencia pol¨ªtica y econ¨®mica de Espa?a se acompa?¨® asimismo de un estiaje creativo que, exceptuando el milagro de Goya, apenas permite vislumbrar algunas brasas en tan extenso y ceniciento erial. En vano buscaremos una huella de la genial invenci¨®n cervantina ni de la palabra po¨¦tica de san Juan de la Cruz, Quevedo o G¨®ngora. Ni siquiera del mal conocido Graci¨¢n. Dir¨ªase que tan glorioso pasado hubiera sido borrado de golpe y cedido el paso a una lobreguez que no obstante los bien intencionados esfuerzos de algunos esclarecidos (empleo el t¨¦rmino correcto acu?ado por Eduardo Subirats respecto a los ilustrados) nadie alcanz¨® a alumbrar. El desprecio injusto a la corriente innovadora, de modernidad atemporal, de la propia tradici¨®n; la imitaci¨®n desastrosa del acartonado neoclasicismo franc¨¦s; la presencia castradora del Santo Oficio (no olvidemos las vicisitudes del proceso y retracci¨®n forzada de Olavide) explican en parte, pero tan solo en parte, tan sobrecogedor salto atr¨¢s.
El retorno de Espa?a al absolutismo inquisitorial hundi¨® en el pesimismo a las mentes m¨¢s l¨²cidas
Si las f¨¢bulas de Iriarte y su rival Samaniego pueden ser recorridas con agrado aunque digan muy poco al lector de hoy y el humor de bajo vuelo de fray Gerundio de Campazas soporta tan solo una primera (y ¨²nica) lectura, la novela Eusebio de Pedro Monteng¨®n, afrancesado e imbuido de la filosof¨ªa de las Luces, cuya cr¨ªtica aguda de la ignorancia en la que se hallaba sumida Espa?a, como se?alaba recientemente Rogelio Blanco en La Rep¨²blica de las Letras, es de un enorme inter¨¦s, no alcanza con todo a renovar el g¨¦nero como lo hizo Diderot: su aportaci¨®n es m¨¢s did¨¢ctica que literaria. Incluso un autor tan notable como Jos¨¦ Mar¨ªa Cadalso -cuyas incentivas Cartas Marruecas reescrib¨ª a mi manera hace unas d¨¦cadas y reflejan por desdicha algunos aspectos de la indignada y fallera Espa?a de 2011-, fracas¨® en el ¨¢mbito novelesco: sus Noches l¨²gubres no aguantan un mero repaso por mucha que sea la buena voluntad del lector. Dicha incapacidad para un g¨¦nero que, gracias a la semilla cervantina, floreci¨® en las dos orillas del canal de la Mancha, afecta incluso a nuestros mejores creadores de la primera mitad del siglo XIX: Blanco White y Larra. Luisa de Bustamante, la hu¨¦rfana espa?ola en Inglaterra del primero y El doncel de don Enrique el Doliente del segundo no redundan en la gloria de dos autores de su val¨ªa: su lectura es inocua y nos decepciona. Las barras de plata de mi tatarabuela Mar¨ªa Mendoza, inspirada como Larra por el medievalismo de Walter Scott, no desmerece en exceso de ellas.
Si de la novela pasamos a la poes¨ªa -dejo por ahora el teatro de Leandro Fern¨¢ndez de Morat¨ªn y la figura del novelable y novelado Abate Marchena-, la situaci¨®n no es m¨¢s lucida. La imitaci¨®n antes se?alada de los neocl¨¢sicos franceses y su ret¨®rica huera alterna con el entusiasmo ingenuo por la ciencia y los valores del progreso. Intentar recorrer las odas de Mel¨¦ndez Vald¨¦s es degustar una especie de jarabe de melaza que indigesta el est¨®mago m¨¢s resistente. Mi admirado Men¨¦ndez Pelayo, a quien tantos descubrimientos debo en el fecundo campo de la heterodoxia hispana, escrib¨ªa de ella con su habitual gracejo: "?Qu¨¦ decir de un poeta que se imagina convertido en palomo, y a su amada en paloma, cubriendo a la par los albos huevos?".
Si la palabra po¨¦tica tiene alg¨²n sentido, no la hallaremos jam¨¢s en la infinidad de versos grises embebidos de un vago humanismo o, peor a¨²n, escritos a la gloria de monarcas idiotas o favoritos de la especie de Manuel Godoy. Cienfuegos, Quintana, Reinoso, Alberto Lista, entonaban odas a la imprenta, a la vacuna, a la beneficencia, etc¨¦tera, con resultados id¨¦nticos a quienes un siglo y medio despu¨¦s exaltar¨ªan las estad¨ªsticas de producci¨®n (trucadas) de la URSS y las virtudes del homo sovieticus. Una garruler¨ªa insoportable a cualquier o¨ªdo fino arrambl¨® con todo asomo de sensibilidad literaria. Las dur¨ªsimas palabras de Sarmiento durante su estancia en la Pen¨ªnsula reflejan con crudeza el agotamiento creativo de la ¨¦poca. La literatura espa?ola se hab¨ªa convertido en un secarral.
Las razones de semejante vac¨ªo despu¨¦s de varios siglos de una din¨¢mica excepcional en el ¨¢mbito art¨ªstico y literario europeo son m¨²ltiples y las mejores respuestas contempor¨¢neas a los hechos las hallamos, como siempre, en Blanco White. Hundido nuestro poder militar y econ¨®mico, independizada la Espa?a ultramarina, marginadas las tentativas emancipadoras en el campo del pensamiento y la ciencia -esas Peque?as Atl¨¢ntidas que, con Jovellanos a la cabeza, intent¨® rescatar hace medio siglo Alberto Gil Novales-, el retorno al absolutismo inquisitorial hundi¨® en el pesimismo a las mentes m¨¢s l¨²cidas refugiadas en Europa o Am¨¦rica. Recordemos las palabras de Fernando VII en octubre de 1824, despu¨¦s de la intervenci¨®n militar de la muy poco Santa Alianza que liquid¨® las esperanzas suscitadas por el Trienio liberal:
"Con el fin de que desaparezca del suelo espa?ol hasta la m¨¢s remota idea de que la soberan¨ªa resida en otro que en mi real persona; con el justo fin de que mis pueblos conozcan que jam¨¢s entrar¨¦ en la m¨¢s peque?a alteraci¨®n de las leyes fundamentales de esta monarqu¨ªa, dispongo que ...", etc¨¦tera.
?Qu¨¦ efecto pod¨ªa surtir dicho mensaje sino el embrutecimiento de unos y una fervorosa rebeld¨ªa pol¨ªtica y patri¨®tica, pero sin dimensi¨®n est¨¦tica, de cuantos se opon¨ªan a semejantes desprop¨®sitos?
La palabra po¨¦tica nos abandon¨®. La persistente inclinaci¨®n nacional por los malos, pero ardorosos poetas, tard¨® en enmendarse y se convirti¨®, como dijo un cr¨ªtico en un acceso de lucidez, "en una nueva forma de calamidad p¨²blica". Es ya hora de que revisemos nuestros esquemas heredados de generaci¨®n en generaci¨®n, y dejemos de llamar poes¨ªa a lo que no lo es.
Juan Goytisolo es escritor.
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