Visi¨®n ext¨¢tica

El comte Arnau de Joan Maragall no es tan villano como el de Josep Maria de Sagarra, ni el poema tan largo, en cambio, se sit¨²a m¨¢s lejos, en otro plano, es menos accesible. Mientras que Sagarra, en 1928, despoja al personaje de todo misterio para tratarlo con dureza y realismo a lo largo de un mont¨®n de versos muy descriptivos en los que el protagonista no encuentra redenci¨®n posible, Maragall nos ofrec¨ªa, entre 1900 y 1911, un h¨¦roe rom¨¢ntico que desafiaba lo absoluto, una concepci¨®n nietzscheana del individuo vitalista que se situaba por encima de la colectividad, una especie de superhombre que no era sino el alter ego del poeta y a quien este acababa conduciendo hacia la redenci¨®n a trav¨¦s de la pureza del amor. Ibsen dijo que el hombre m¨¢s fuerte es el que est¨¢ solo, y el comte Arnau de Maragall le responde algo parecido a la abadesa Adalaisa: "Yo solo soy de mis brazos y mis pasos" cuando esta le espeta: "Si yo era tuya, ?no eres t¨² m¨ªo?".

El montaje de Hermann Bonn¨ªn aspira a la totalidad maragalliana

S¨ªmbolo pues del artista modernista, el Arnau de Maragall es, en comparaci¨®n con el de Sagarra -del que Antonio Calvo nos ofreci¨® una estupenda lectura dramatizada interpretada por Llu¨ªs Soler en el festival Grec de 2005-, m¨¢s dif¨ªcil por metaf¨ªsico.

El propio Maragall, animado por el m¨²sico Felip Pedrell, se plante¨® la posibilidad de subir a su ambicioso conde al escenario en un ejercicio de arte total que se vio frustrado. Ha sido el maragalliano Hermann Bonn¨ªn quien se ha atrevido con toda la carga del poema en una dramaturgia que aspira a esa totalidad.

Los poemas El comte Arnau, publicado en Visions & Cants (1900), L'¨¤nima (Enll¨¤, 1906) y La fi del comte l'Arnau (Seq¨¹¨¨ncies, 1911) son los pilares sobre los que se sustenta el montaje de Bonn¨ªn. Sus personajes, el conde (Ernest Villegas), su esposa Elvira (?ngels Bassas), la abadesa (Anna Ycobalzeta), una doncella (Miranda Gas), la corifeo de las voces de la tierra (Vicenta Ndongo), el corifeo de los mozos (Enric Arquimbau), las voces de la tierra y los mozos (el coro del Palau de la M¨²sica) e incluso el poeta (Joan Crosas) deambulan sobre una superficie rocosa y dorada que se ve atravesada por una enorme grieta, un espacio esc¨¦nico aleg¨®rico de la tierra, acaso patria, en la que se enra¨ªza el mito y que, a falta de descripciones ambientales en los versos, nos sit¨²an en una especie de alucinaci¨®n m¨ªstica.

Y eso resulta lo que es finalmente la propuesta de Hermann Bonn¨ªn: una visi¨®n ext¨¢tica, en la que se puede entrar o no -cuesta un poco, la verdad-, pero que ofrece los elementos para dejarse llevar por ella: proyecciones fantasmales de un jinete en llamas, las preciosas voces de los integrantes del coro del Palau que llenan toda la Sala Gran, sus versos reiterativos en plan mantra, la canci¨®n final de la doncella, la sugerente iluminaci¨®n del conjunto. Basta con estar predispuesto...