La utop¨ªa sovi¨¦tica coloreada
Para subrayar debidamente la importancia de esta convocatoria se podr¨ªa alegar que se trata de la primera gran muestra individual -consta de unas 250 obras- de este artista sovi¨¦tico, uno de los m¨¢s importantes de este inmenso pa¨ªs durante el siglo XX y, desde luego, el m¨¢s representativo de lo que ha dado en llamarse "realismo socialista", una tendencia que no s¨®lo se convirti¨® en la oficial y hegem¨®nica en la URSS o en los pa¨ªses comunistas, sino que tambi¨¦n tuvo una presencia beligerante y prestigiosa en las democracias occidentales hasta fechas relativamente recientes. Por otra parte, fuera de Espa?a, tampoco hasta ahora apenas si se ha exhibido la obra de Deineka, y, cuando se ha hecho, sin la ambici¨®n y la inteligencia con que se ha planteado el proyecto de la Fundaci¨®n Juan March, lo que incluye una exhaustiva documentaci¨®n de todo tipo en el voluminoso y suntuoso cat¨¢logo, y una selectiva contextualizaci¨®n hist¨®rico-art¨ªstica de la obra del pintor ruso, que puede cotejarse con ejemplos bien seleccionados de la vanguardia sovi¨¦tica del siglo XX.
Siendo todo ello excelente, no podemos quedarnos ah¨ª, porque, a trav¨¦s de ello, seguir el hilo conductor de Deineka nos enfrenta a una parte esencial del arte del siglo XX. Por de pronto, Deineka se inscribe en un amplio movimiento art¨ªstico internacional, que floreci¨® en las d¨¦cadas de entreguerras, que ha recibido muy diversas denominaciones, las de "realismo", "retorno al orden", "neoclasicismo", etc¨¦tera, una corriente, en cualquier caso, que gravit¨® de una forma decisiva en otros movimientos vanguardistas contempor¨¢neos, como el surrealismo. Por si fuera poco, el m¨ªtico prestigio de la Revoluci¨®n de Octubre, saludada internacionalmente como el primer paso de la transformaci¨®n decisiva del viejo orden y la creaci¨®n de un nuevo modelo de humanidad, hizo observar con ansiosa admiraci¨®n cualquier aspecto de lo que se produjo en la URSS a partir de 1917, entre lo que tambi¨¦n estuvo el arte. Tras la implacable represi¨®n estalinista de las veleidades culturales de los intelectuales, se conserv¨® en Occidente un culto hacia los exaltados y visionarios proyectos de la vanguardia rusa aplastada, que fue reivindicada y difundida con amplitud a lo largo del siglo XX, y, en particular, en su segunda mitad. Pero, junto a este ardor generalizado por recuperar la memoria de estas "sendas perdidas" de la vanguardia rusa, se aplic¨® otro semejante en ignorar y despreciar cualquier manifestaci¨®n art¨ªstica que hubiera podido sobrevivir en la URSS, fuera m¨¢s o menos "oficial". Tal fue el caso de Aleksandr Deineka (1899-1969), cuya originalidad y talento indudables han sido sistem¨¢ticamente negados, algo que, adem¨¢s de injusto, nos ha hecho analizar la realidad art¨ªstica contempor¨¢nea con la visi¨®n cr¨ªtica de un tuerto, ¨²til s¨®lo para disparar, algo as¨ª como si nos hubi¨¦semos permitido ignorar la existencia de, entre otros, Hopper, Balthus, Morandi, Spencer, Guti¨¦rrez Solana, Beckman, Schad, por citar s¨®lo algunos contempor¨¢neos suyos. Pienso que, alg¨²n d¨ªa, cuando se entremezclen las obras de estos artistas, no s¨®lo apreciaremos su interesante mutua conjugaci¨®n, sino el papel y el valor de Deineka, que vivi¨® todos y cada uno de los momentos, esperanzados y siniestros, de la asombrosa utop¨ªa comunista.
Hijo de un ferroviario de Kursk y formado art¨ªsticamente en Jarkov, la Revoluci¨®n emplaz¨® a Deineka en el centro de los debates art¨ªsticos posrevolucionarios, conociendo en directo las ideas de los constructivistas, productivistas y otros ismos de la vanguardia rusa de entonces, muy leg¨ªtimamente obsesionada con buscar una nueva definici¨®n y funci¨®n para la actividad art¨ªstica convencional. Ya en la segunda mitad de la d¨¦cada de 1920, Deineka se decant¨® por el "oficio" tradicional, aunque no para ejercerlo de forma acad¨¦mica. Lo hizo simplemente al asociarse con el grupo OST, siglas de la Sociedad de Pintores de Caballete, membrete muy expresivo, sobre todo, si se considera que los constructivistas hab¨ªan demonizado este inocuo soporte, como lo atestigua el t¨ªtulo del libro de uno de ellos, Nikolai Tarabukin, Del cuadro de caballete al autom¨®vil Ford. No creo, en ning¨²n caso, que a las autoridades sovi¨¦ticas le inquietasen estas conjeturas, porque su recelo estaba dirigido en general contra cualquier tipo de arte fuera de control pol¨ªtico, como se demostr¨® despu¨¦s con la ca¨ªda en desgracia por igual de los pintores y de los ingenieros. En cualquier caso, la capacidad de supervivencia casi ¨²nica de Deineka no se debi¨® -o s¨®lo en parte- a su fanatismo ideol¨®gico, ni a su particular servilismo, ni a ninguna otra clase de artima?a especial, sino a su talento para realizar un arte figurativo fuera del odioso molde formalmente ultraconservador de lo que acab¨® siendo el realismo socialista, algo que logr¨® sembrando la duda entre los comisarios pol¨ªticos de turno sobre si el estilo de lo que ¨¦l realizaba era, en el fondo, el ¨²nico genuinamente sovi¨¦tico.
?C¨®mo podemos retrospectivamente definir ese estilo particular de Deineka, que alcanz¨® su punto culminante en la peligros¨ªsima d¨¦cada de 1930? En primer t¨¦rmino, es evidente que Deineka capt¨® la importancia de la gran pintura mural de naturaleza decorativa, desde los fresquistas italianos del siglo XV y comienzos del XVI hasta Puvis de Chavannes y Ferdinad Hodlder, pero moderniz¨¢ndolo todo con un toque del maravilloso cartelismo art d¨¦co y una perspicaz captaci¨®n de cuantas cosas interesantes se fraguaron en pintura en el renacer figurativo de la d¨¦cada de 1920. A trav¨¦s de estos mimbres u otros semejantes se puede explicar c¨®mo madur¨® formalmente su estilo Deineka. Pues bien, sus armas de persuasi¨®n fueron, a mi juicio, por una parte, rescatar la arcaizante simplificaci¨®n de las formas de los fresquistas del Quattrocento y su tratamiento de una luz de mediod¨ªa intemporal, lo que aportaba una solidez optimista a las composiciones monumentales de Deineka, pero tambi¨¦n, por otra, el uso de un componente ideol¨®gico, que explica muy bien Boris Groys en el cat¨¢logo: que, a diferencia del sentido aristocr¨¢tico racial con que los nacionalsocialistas alemanes trataban de apropiarse de la tradici¨®n hist¨®rica del clasicismo, por el que la grandeza aria de los griegos se culminaba en la del Tercer Reich, Deineka idealiz¨® al proletario universal, cuya serena belleza estaba, en principio, al alcance de cualquiera, dispuesto, eso s¨ª, a servirse y a servir al gran poder transformador de la diosa "T¨¦cnica". Los nazis alemanes tambi¨¦n adoraban a semejante ¨ªdolo pero la aristocr¨¢tica selecci¨®n del nuevo modelo humano ario se basaba en la eugenesia y la eutanasia, interpretadas, eso s¨ª, de una peculiar forma coactiva. No se puede decir que los sovi¨¦ticos fueran m¨¢s indulgentes con la vida humana en pos de precipitar la llegada del "hombre nuevo", pero, en efecto, no ten¨ªan un modelo racial preconcebido. Sea como sea, las radiantes im¨¢genes de Deineka estaban pobladas de j¨®venes, de f¨ªsico atl¨¦tico, rebosando decisi¨®n y felicidad, mientras pululaban por f¨¢bricas y polideportivos, no sin que el h¨¢bil maestro ruso dejase siempre entremedias de esta alentadora propaganda como un sutil rastro de las sombras de la vida real, un no s¨¦ qu¨¦ de sexo y melancol¨ªa o hasta de una risa de m¨¢s.
Hay ciertamente mucha m¨¢s tela que cortar al tratar de la obra de Deineka, que, como el resto de la poblaci¨®n sovi¨¦tica, no durmi¨® tranquilo hasta la muerte de Stalin y, sobre todo, hasta el giro dado, a?os despu¨¦s, por Jruschov. Antes incluso de recibir la cascada de parabienes que inund¨® su ¨²ltima d¨¦cada de vida, es cierto que Deineka disfrut¨® de privilegios inalcanzables para la gran mayor¨ªa de sus compatriotas, entre ellos el no peque?o de poder viajar por los pa¨ªses occidentales pero, fueran cuales fueran ¨¦stos o las servidumbres que conllevaban, no se puede ignorar la obra de este pintor ruso, si no se quiere ignorar la realidad del arte de nuestra ¨¦poca, por no hablar ya de los sue?os y las pesadillas que han poblado y pueblan nuestro mundo.
Aleksandr Deineka (1899-1969). Una vanguardia para el proletariado. Fundaci¨®n Juan March. Castell¨®, 77. Madrid. Del 7 de octubre al 15 de enero de 2012.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.