Pez gordo con las agallas en el vientre
Imagino a Strauss-Kahn, cuando todav¨ªa era uno de los amos del mundo, director del Fondo Monetario Internacional, esperando abordar su avi¨®n privado en compa?¨ªa de unos altos funcionarios de las Naciones Unidas. Mientras estos eminentes caballeros hablan de la forma de remediar el hambre en Somalia, en ese momento cruza la sala del aeropuerto una adolescente explosiva y los ojos de Strauss-Kahn se le van inexorablemente detr¨¢s de aquel culo y no lo abandonan hasta que se pierde por la escalera mec¨¢nica. Con un o¨ªdo, Strauss-Kahn sigue atendiendo a la conversaci¨®n acerca de unos problemas muy graves de la humanidad mientras sin poderlo evitar su mirada ahora sigue las piernas de una espl¨¦ndida azafata que cruza el vest¨ªbulo en direcci¨®n contraria.
El cuerpo de Strauss-Kahn se puede dividir en tres partes: arriba, ostenta un cerebro pose¨ªdo por una inteligencia privilegiada, lleno de pasi¨®n por las matem¨¢ticas y el ajedrez, experto en econom¨ªa. Ese cerebro superdotado se manifiesta a trav¨¦s de un rostro altivo, con ese aire de macho perdonavidas acostumbrado a decir siempre la ¨²ltima palabra, el argumento irrebatible. El tronco de Strauss-Kahn tambi¨¦n es poderoso. Como jud¨ªo socialista tiene el coraz¨®n m¨¢s a la izquierda de lo normal, inclinado hacia las causas nobles, aunque protegido por una barricada de tarjetas oro cuyo fondo insondable se pierde en las cuentas de la multimillonaria Anne Sinclair, su tercera mujer enamorada. Este chacra de los buenos sentimientos se extiende sobre una confusi¨®n de v¨ªsceras maleables, entre las cuales se erige el sexo compulsivo, como un cetro, hasta el punto que Strauss-Kahn podr¨ªa ser definido como un expendedor perentorio de semen.
Las personas adictas al sexo, a medida que adquieren mucha fama o acceden a altos cargos de la pol¨ªtica o de las finanzas, tienen m¨¢s complicada la forma de remediar su vicio. La absoluta visibilidad de sus agendas les fuerza a aprovechar cualquier resquicio de tiempo y espacio, un ascensor, un lavabo, el despacho oval o el cuarto de los calentadores, una entrevista, las manos bajo el mantel de la mesa del restaurante de lujo, para dar salida r¨¢pida, moment¨¢nea, en un minuto, de pie, sin quitarse los zapatos, previo acuerdo o no con la pareja, a este instinto descontrolado, como una pulsi¨®n suicida, jug¨¢ndose toda una insigne biograf¨ªa a una carta. Este es el caso.
Lo que sucedi¨® en la suite 2806 del hotel Sofitel de Nueva York, a las doce de la ma?ana del d¨ªa 14 de mayo de este a?o, entre Strauss-Kahn y la joven guineana Mafissatou Diallo, una camarera de 32 a?os que entr¨® a limpiar la habitaci¨®n, tiene todos los ingredientes de un relato de misterio, de pol¨ªtica y de sexo. Un tipo de 62 a?os desnudo y sin navaja, solo armado con su propio miembro viril, no puede introducirlo a la fuerza en la boca de su joven contrincante, a la cual le bastar¨ªa con un bocado para cort¨¢rselo de un tajo y ech¨¢rselo al gato; y tampoco puede doblarla y ponerla mirando a Sodoma sin que el l¨¢tigo del lumbago parta a este ilustre caballero en dos. Un tipo de 62 a?os, aun con la pr¨®stata de platino, no puede disparar el semen contra la pared de enfrente sin ir de inmediato a reclamar la medalla al m¨¦rito militar con distintivo rojo. Dejemos el asunto en un apa?o a medias, en un pago insuficiente seguido de un chantaje, en una conspiraci¨®n pol¨ªtica para trincar a este pez gordo por las agallas, que sus enemigos sab¨ªan que las ten¨ªa en el bajo vientre. Strauss-Kahn, un amo del mundo, esposado, con un brazalete electr¨®nico, orgulloso y a la vez humillado, pol¨ªticamente abrasado por el esc¨¢ndalo, pronto ser¨¢ un personaje de ficci¨®n, un h¨¦roe de novela negra. Es otro de los placeres que le ha regalado el sexo.
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