Solo los negros se salvan
"He luchado contra el dominio de los blancos, y he luchado contra el dominio de los negros". Nelson Mandela
Menos mal que aquellos ocurrentes aficionados del Atl¨¦tico de Madrid se limitaron el domingo pasado a celebrar la muerte del sevillista Antonio Puerta. Imag¨ªnense si se les hubiera ocurrido la barbaridad de corear la palabra mono a un jugador negro del equipo rival. En vez de quedarse en una ri?a local, el asunto hubiera provocado la furia de la UEFA y la FIFA, la prensa de pa¨ªses m¨¢s pol¨ªticamente correctos que Espa?a (por ejemplo, Inglaterra) hubiera emitido aullidos de indignaci¨®n y al Atleti le hubiera ca¨ªdo una sanci¨®n del cop¨®n.
No hay nada peor para las autoridades del deporte que el racismo contra gente de origen africano. Esto los fans ingleses lo han entendido muy bien. Tienen la inteligencia de comportarse con impecable cortes¨ªa racial hacia los jugadores negros, volcando toda su crueldad hacia -entre muchos otros- los jud¨ªos, las mujeres, los homosexuales y los muertos.
La ciega sumisi¨®n a lo pol¨ªticamente correcto conduce a la injusticia y a la desigualdad
Algunos (los del Arsenal, por ejemplo, cuando juegan contra el jud¨ªo Tottenham) recuerdan, con sonrisas burlonas, las c¨¢maras de gas del holocausto nazi; otros se meten a lo bestia con futbolistas supuestamente gais; casi todos insultan, de manera espectacularmente obscena, a las mujeres. Y muchos tienen la costumbre de celebrar tragedias en las que han muerto jugadores o seguidores de equipos rivales. Los fans del Manchester City, por ejemplo, a¨²n no abandonan la costumbre de re¨ªrse del accidente a¨¦reo en M¨²nich un fr¨ªo febrero de 1958 en el que muri¨® la mitad del equipo del Manchester United. Una de las canciones favoritas de los del City contiene el estribillo, "?Qui¨¦n se est¨¢ muriendo en la pista? ?Qui¨¦n se est¨¢ muriendo en la nieve?". La semana pasada un salado colg¨® en YouTube un v¨ªdeo de un ni?o de unos cuatro o cinco a?os cantando esta precisa canci¨®n.
Y no se trata solo de insultar a equipos o determinados grupos de personas. Muchas veces los fans reservan lo peor para los individuos. Ars¨¨ne Wenger, el entrenador del Arsenal, tiene que aguantar temporada tras temporada un c¨¢ntico en el que le pintan como un ped¨®filo; Fernando Torres ha sido, entre muchas otras cosas, un travest¨ª; las novias de los mejores jugadores rivales, especialmente las conocidas (como Victoria Beckham), son siempre prostitutas.
No hay l¨ªmites. Salvo en el terreno de los insultos netamente raciales. ?Por qu¨¦? ?Por qu¨¦ los negros reciben una protecci¨®n especial? ?Por qu¨¦ la FIFA, UEFA y las asociaciones nacionales no imponen multas tambi¨¦n a los clubes cuyos seguidores insultan descaradamente, de manera igualmente fea, a otros representantes de la especie?
Es curioso. Huele, incluso, a racismo. Porque lo que esta discriminaci¨®n a favor de los negros esconde, de manera no muy disimulada, es una actitud ofensivamente paternalista, como si las personas negras fueran unos ni?os indefensos con limitada capacidad cerebral. Recuerda a aquellos que mantienen, en un contexto algo m¨¢s dram¨¢tico, que la culpa del genocidio en Ruanda, en el que murieron un mill¨®n de personas, no fue tanto de los que repartieron los machetazos como de los antiguos colonizadores belgas por haber exacerbado deliberadamente la divisi¨®n tribal. Si uno se detiene a reflexionar un instante ve lo absurda y denigrante que esa esta manera de pensar.
Todo lo cual no es un argumento a favor de que se d¨¦ luz verde a los insultos raciales en los campos de f¨²tbol. Al contrario. Es una llamada a la igualdad. Las mujeres, los jud¨ªos, Ars¨¨ne Wenger, los familiares y amigos de Antonio Puerta (y tambi¨¦n los jugadores y entrenadores portugueses) tienen los mismos derechos a recibir protecci¨®n que aquellos que nacieron con sangre africana en las venas. No puede ser peor decir "me cago en los negros" que "me cago en tus muertos". Pero, en cuanto a aceptabilidad social hoy en d¨ªa, al menos en los campos de f¨²tbol, pareciera que s¨ª, lo cual nos ofrece un buen ejemplo de c¨®mo la ciega sumisi¨®n a lo pol¨ªticamente correcto conduce no solo a la idiotez, a veces, sino a la injusticia y a la desigualdad.
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