Izquierda latinoamericana y revoluci¨®n ¨¢rabe
Algunos creen que la defensa de las revueltas en el norte de ?frica y Oriente Pr¨®ximo puede abrir la puerta a intervenciones imperialistas contra ciertos reg¨ªmenes de Am¨¦rica Latina. Es una visi¨®n desoladora
La revoluci¨®n democr¨¢tica ¨¢rabe no solo ha sorprendido al mundo sino que tambi¨¦n ha transformado los paradigmas tradicionales de la izquierda que, no m¨¢s que la derecha, no ha podido presentirla. En Europa, a pesar de algunas vacilaciones, la izquierda, radical o social-liberal ha reaccionado en general de manera positiva, acogiendo esta irrupci¨®n de las masas como un acontecimiento de alcance hist¨®rico. No es el caso por desgracia de la gran mayor¨ªa de la izquierda radical latinoamericana. No se trata aqu¨ª de generalizar, puesto que esta izquierda radical engloba a elementos con diferencias a menudo contrastadas. No obstante, en el transcurso del coloquio organizado en Buenos Aires (8 y 9 de septiembre de 2011) por Capital Intelectual, Le Monde diplomatique edici¨®n Cono Sur y M¨¦moires des luttes, nosotros, participantes europeos, quedamos muy sorprendidos de ver a nuestros amigos latinoamericanos (por suerte, no todos) defender unas posturas que estamos acostumbrados a leer m¨¢s bien bajo la pluma de los aduladores de las dictaduras en el mundo ¨¢rabe.
Piensan que al no estar dirigidas por 'vanguardias' fortalecen a las fuerzas de la reacci¨®n mundial
Su desconocimiento y manique¨ªsmo explican su obcecaci¨®n ante la insurrecci¨®n de los pueblos
En l¨ªneas generales, Ignacio Ramonet, Bernard Cassen, Santiago Alba, la periodista palestina Dima Katib y yo mismo, porque defend¨ªamos las revoluciones democr¨¢ticas ¨¢rabes ¨¦ramos acusados de ingenuidad, y, si no hubiera sido por la cortes¨ªa de los intercambios, casi de complacencia hacia el imperialismo occidental. El hecho de que la OTAN estuviera implicada en los bombardeos en Libia desacreditaba de antemano nuestros intentos de hacer comprender la legitimidad de la revuelta contra la tiran¨ªa de Gadafi. En cuanto a las revoluciones en T¨²nez y en Egipto, nos enteramos por boca de intelectuales venidos de Venezuela, de Brasil e incluso de Argentina, de que estas no eran m¨¢s que "movimientos sociales violentos" y de ninguna manera revoluciones. Nuestro compa?ero Fathi Chamkhi, universitario y sindicalista tunecino all¨ª presente, actor de la revoluci¨®n, se encend¨ªa de indignaci¨®n. M¨¢s grave a¨²n, todo parec¨ªa transcurrir como si, al defender esas revoluciones, nos dispusi¨¦ramos sin saberlo a aceptar posibles intervenciones imperialistas contra ciertos reg¨ªmenes actuales de Am¨¦rica Latina. Sigan mi mirada...
Esa visi¨®n es simplemente desoladora. Se basa en varios errores graves.
En primer lugar, el an¨¢lisis est¨¢ basado en el prejuicio de que, al no estar dirigidas por partidos revolucionarios o "vanguardias", esas revoluciones no pueden sino fortalecer a las fuerzas de la reacci¨®n mundial. Eso es no entender nada. Es verdad que la ola democr¨¢tica ¨¢rabe no se parece ni a la revoluci¨®n rusa de 1917, ni a la Revoluci¨®n Francesa de 1789, ni a la Revoluci¨®n Cultural china, ni a los levantamientos en Am¨¦rica Latina de los a?os cincuenta y ochenta del siglo pasado. En cambio, se asemeja perfectamente a las insurrecciones civiles antitotalitarias de los pa¨ªses del Este despu¨¦s de la ca¨ªda del muro de Berl¨ªn. Son revoluciones del Derecho, de la Dignidad, del progreso social y de la libertad identitaria. Son sobre todo irrupciones de unas sociedades que se han emancipado de las ¨¦lites autoproclamadas y que solo encuentran su inspiraci¨®n en ellas mismas. Es verdad que no tienen programa preconcebido alguno, pero lo construyen en la lucha. ?Son incapaces de conquistar el poder inmediatamente? Mientras esperan, crean una situaci¨®n de doble poder frente al antiguo r¨¦gimen, al que combaten poco a poco, a diario. Pueden ganar, pero tambi¨¦n perder: nada est¨¢ jugado de antemano para ellas. Son a la vez democr¨¢ticas y ¨¢vidas de reivindicaciones sociales radicales. Querer encerrarlas en una definici¨®n que les dar¨ªa una patente de revoluci¨®n es no solo dar prueba de una pedanter¨ªa rid¨ªcula, sino tambi¨¦n insultar a unos pueblos que se enfrentan a la muerte porque quieren vivir libremente.
En segundo lugar, si la OTAN ha intervenido es bajo el mandato de la ONU y en un marco perfectamente limitado, impidiendo que Francia y Reino Unido, cuyos intereses neocoloniales conocemos, lo hagan solas. Esta intervenci¨®n, que ha salvado de una masacre segura a las poblaciones civiles de Bengasi por parte del Ej¨¦rcito de Gadafi, ha reforzado de hecho la voluntad de resistencia de los libios en todo el pa¨ªs. Ha alentado tambi¨¦n el proceso revolucionario en el mundo ¨¢rabe. La prueba contraria la proporciona la tr¨¢gica inhibici¨®n de la comunidad internacional en Siria, donde las poblaciones civiles que se manifiestan pac¨ªficamente est¨¢n libradas a los cr¨ªmenes b¨¢rbaros de la soldadesca de Assad. ?Cu¨¢ndo nuestras almas c¨¢ndidas revolucionarias comprender¨¢n que los reg¨ªmenes militares ¨¢rabes son lo peor que hay para sus pueblos? ?Que los ciudadanos ¨¢rabes ya est¨¢n hartos de vegetar bajo la bota de tiranuelos de comedia, ignorantes y mafiosos? ?En nombre de qu¨¦ ideolog¨ªa, de qu¨¦ raz¨®n de Estado, de qu¨¦ alianzas internacionales debemos sacrificar la libertad de esos pueblos?
En tercer lugar, por ¨²ltimo, sin hablar de Mubarak, de Ben Ali o de Saleh, fieles servidores de EE UU, de El Asad, partidario de los dos integrismos m¨¢s retr¨®grados de hoy en Oriente Pr¨®ximo (Arabia Saud¨ª e Ir¨¢n), es una broma de muy mal gusto hacer creer que Gadafi es un amigo de las revoluciones latinoamericanas. La verdad es que ha vendido a ciertos movimientos latinoamericanos el mito de que ¨¦l era un revolucionario antiimperialista, ba?¨¢ndoles de paso en d¨®lares, mientras que no era m¨¢s que un criminal para los libios. Porque ese tirano ha destruido en 40 a?os el Estado libio creado por la ONU; ha perseguido, encarcelado y asesinado a las principales figuras de la oposici¨®n de izquierda libia, a dirigentes dem¨®cratas y a militantes de los derechos humanos; ha potenciado, como nunca en la historia de las poblaciones ¨¢rabe-africanas del desierto, y a golpe de millones de d¨®lares, el tribalismo m¨¢s retr¨®grado; ha convertido a la naci¨®n libia en una llamada jamahiriya (?rep¨²blica de las masas!), instituyendo una relaci¨®n de dominio basada en el terror y la arbitrariedad absoluta; ha perseguido con crueldad a los palestinos, a quienes aconsejaba "tirarse al mar"; ha entregado el pa¨ªs a sus extravagancias de t¨ªtere y a la voracidad de su familia mafiosa; ha comprado y corrompido a decenas de reg¨ªmenes dictatoriales africanos y se ha hecho proclamar "rey de reyes" en ?frica; ha creado campos de internamiento de los inmigrantes clandestinos africanos en territorio libio a cambio del apoyo pol¨ªtico de la Uni¨®n Europea y, para colmo, se ha convertido en el refuerzo de la Administraci¨®n americana al subcontratar para la CIA la tortura en Libia de los prisioneros de Guant¨¢namo. Y podr¨ªamos describir durante p¨¢ginas las otras 1.000 atrocidades de las que es culpable ese demente cruel y c¨ªnico. Es por culpa de los Gadafi, Mubarak, Ben Ali, El Asad y Saleh que el integrismo religioso ha aumentado en todo el mundo ¨¢rabe. Son estos reg¨ªmenes los que literalmente han vuelto locos de rabia a los pueblos ¨¢rabes.
El desconocimiento en Am¨¦rica Latina de la situaci¨®n ¨¢rabe es suficiente para explicar, junto a una buena dosis de manique¨ªsmo, la obcecaci¨®n de quienes en la izquierda ponen mala cara ante la insurrecci¨®n de los pueblos. Esos "revolucionarios" est¨¢n en realidad m¨¢s cerca de la raz¨®n de Estado de los reg¨ªmenes que defienden que de la solidaridad con los oprimidos.
En vez de aplaudir a Sarkozy y a Cameron, los hombres, las mujeres, los ni?os que se sublevan hoy en el mundo ¨¢rabe hubieran preferido encontrar a su lado los s¨ªmbolos de la revoluci¨®n latinoamericana. Y eso hubiera sido tanto m¨¢s necesario cuanto que las potencias occidentales que han intervenido en esos pa¨ªses se har¨¢n pagar a tocateja por unos pueblos exang¨¹es. Hay el riesgo de que se establezcan nuevas formas de dominaci¨®n neocolonial. Para oponerse a ellas, los pueblos ¨¢rabes en lucha por la democracia necesitan m¨¢s que nunca la solidaridad internacional. Pero si nos atenemos a ciertos discursos de izquierdas escuchados en el coloquio de Buenos Aires, esa toma de conciencia no se producir¨¢ de inmediato. No queda pues m¨¢s que exclamar: "?Despertad, amigos latinoamericanos, vosotros que dais lecciones de populismo revolucionario, la revoluci¨®n ¨¢rabe os ha dejado lejos detr¨¢s de ella!".
Sami Nair es profesor de la Universidad Pablo de Olavide de Sevilla. Traducci¨®n de M. Sampons.
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